PROTAGORAS, ELEGANTE PENSADOR DE LA ANTIGÜEDAD


 

En aquel tiempo los hombres se afanaban por tener sabiduría, pero sobre todo estar en el camino de lograrla.

Les gustaba  más el caminar que el haber llegado a la meta.

Y cuando creían haber logrado la sabiduría, tenían la certeza que, como el sol que nos da en la espalda, a nuestra sombra nunca la dejaremos atrás.

Más aun, que alcanzarla hasta  suele resultar nefasto, porque pronto se cae en el escorbuto existencial. Falta la vitamina C. Falta ir en el intento, alcanzarla sólo es un trámite.

Menelao, el conquistador de Troya, cuando dejó de moverse, regresando a su patria, sólo encontró la muerte  en   viles manos.

Los alpinistas saben bien de esto. Batallan durante semanas, meses o años, por conquistar la cumbre pero una vez en ella, ya piensan en otra cumbre que tiene prestigio de inescalable.

En otras palabras:

 El intrépido montañista, que cuelga la mochila, perderá la batalla contra los triglicéridos, o cualquiera de los otros jinetes del Apocalipsis…

Si tienen suerte hasta se perderán  por media
hora entre la niebla
Foto de Armando Altamira
En esa época los pensadores antiguos griegos se afanaban por saber, no por tener.

Hipócrates (no el Hipócrates médico), amigo de Sócrates quiere que Protágoras le enseñe a ser sabio.

Protágoras es un sofista famoso que va por las ciudades cobrando altas cuotas en dinero por sus enseñanzas.

Pero Hipócrates teme que Protágoras se niegue a enseñarlo. Pide a Sócrates que interceda por él  y lo presente al gran sofista.

Más adelante vendrá el dialogo de altos vuelos entre Sócrates y Protágoras. Por lo pronto Sócrates le dice, a Hipócrates, con cierta ironía: “¡Por Zeus, si das dinero y lo convences, de que te admita como alumno, también te hará sabio!”

A lo que Hipócrates exclama, con cierta inocencia pues no tiene idea de lo que en realidad enseña un sofista: “¡Quiera Zeus y los demás dioses que así sea. Me gastaría todo mi dinero y el de mis amigos, si eso sucede!”

Protágoras va por el mundo enseñando la virtud, y cobrando por ello. Más adelante Sócrates preguntará a Protágoras si la virtud se puede enseñar.

Hombres sabios, como Pericles y el mismo Sócrates, no pudieron enseñar a sus hijos a ser sabios y en cambio hombres ignorantes tuvieron hijos que fueron sabios. ¿Cómo está esto?

Veinticinco siglos hace ya que Platón escribió este diálogo. Al margen del resultado, lo que nos enseña, entre otras cosas, que los hombres entonces se preocupaban por saber, y reducían al máximo, sus necesidades del tener.

Lo sofistas cobraban  en monedas sus enseñanzas y con frecuencia eran invitados a los banquetes de los palacios. ¡Eran a los que se les confiaba la enseñanza de los hijos, herederos del trono o de las haciendas!

Luego estos propagarán  las enseñanzas recibidas de los sofistas, como Protágoras mismo hace notar:" La muchedumbre, por lo general, no se da cuenta de nada, porque se conforma siempre con repetir el parecer que los poderosos van proclamando.

Platón, Protágoras

"Con el tiempo cambian muchas cosas pero es obvio que esto no. Roger Scruton, en su reciente (2018)obra Conseravadurismo, anota refiriéndose a la Revolución Francesa: "La Asamblea, al dictar, la Declaración, distinguió entre ciudadanos "activos" y "pasivos", y protegió a los primeros expresamente, y a los segundos-una gran mayoría de mujeres, campesinos, siervos y clases desposeídas)-,sólo de forma indirecta, gracias a la acción de los anteriores, que los tendrían a su cargo"


 Los filósofos, como Sócrates, no sólo no cobraban sino que estaba en contra de esa práctica.

El resultado es que los filósofos andaban siempre bajos de fondos y sin otra muda para reponer el vestido que traían puesto. Algunos ni siquiera poseían casa y vivían en un tonel. Otros tenían casa pero nunca cerraban la puerta porque los ladrones no encontrarían qué robar.

¿Cuál era la cuestión de fondo? ¡La verdad!

 Sócrates lo dice, en otras palabras: Si cobras tienes que decir la verdad del que te paga.

En el sindicato, en el partido político, en la secta cultural, el que paga tiene su verdad, ¡y no hay otra!

¿Y los que no cobran?

¡Seguimos investigando ese asunto de la verdad! ¡Como sea, ya estamos en el camino de la verdad!

Como el que compra un coche a plazos. Todavía no lo paga pero ya está en el coche.

Antecima NW del monte Tláloc
Héctor García recompone el campamento que la tormenta
de nieve desbarató durante la noche
Foto de Armando Altamira
Como el que emprende la ascensión al monte  Tláloc, arriba de Río Frío. Todavía no está’ en la cumbre pero ya está en la ruta del gran santuario.

Y, como dice Thoreau, hasta puede que tengan suerte y se pierdan por media hora.

O en tanto acampan en sus laderas, durante la noche sean bendecidos por una tormenta de nieve…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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