ACLIMATARSE O MORIR, EN MONTAÑA Y EN DESIERTOS

 

 

 


 

El mal de montaña se manifiesta en el individuo por ascender de manera  rápida a una altura  sin haber llevado  una aclimatación adecuada.

El mal de montaña se debe a la combinación de la baja concentración de oxígeno y la reducción de la presión atmosférica.

Los especialistas señalan  los síntomas graves como  “expectoración de sangre, coloración azulada de la piel, confusión, edema pulmonar o cerebral, disminución del estado de la conciencia, incapacidad absoluta para caminar y confusión”.

Las precauciones que se deben de tomar en cuenta, para prevenir esta indisposición que puede llegar a la muerte en pocas horas (hemos presenciado varios casos),  es observar un tiempo de  aclimatación, lo que ayuda a que nuestro cuerpo se vaya adaptando a las bajas presiones de oxígeno.

 


Acercamiento gradual a las altas montañas


Lado norte del monte Chichimeco 4,000m (sector Pico de Orizaba ;Veracruz México)

 El recurso que puede salvar la vida ( y es realmente  efectivo pues lo hemos comprobado de cerca), caso de presentarse el malestar,y no disponer de mascarilla de oxígeno,  consiste en  descender  lo más pronto..

En la práctica esto no es tan fácil de llevar a cabo ya sea por las condiciones atmosféricas, por ser de noche y dificultad en el terreno de descenso, etc. Sin embargo, tener en cuenta que paso que se da para abajo, paso  que se gana en diferentes condiciones de oxígeno, que es el meollo del asunto.

 La "regla de oro" para prevenir problemas es subir  500m a partir de 3000 m s. n. m., tomando un día de descanso sin ir más allá.

En toda una vida de ir a la montaña no sabemos que alguien lo haya hecho.

Lo que  generalmente se practica en el alpinismo mexicano, al menos el de la Ciudad de México, es salir en la mañana. En dos horas en vehículo se está al pie del Popocatépetl  y en tres horas más, caminando, se ha llegado a la cumbre o borde del cráter.(Es un ejemplo, por actividad del volcán en la actualidad no se permite su ascensión)



La aclimatación prepara contra los escasez de oxígeno en la atmósfera y contra las bajas temperaturas

Refugio El Queretano, 4,700m, lado norte del Popocatépetl


Ese decir que lo que según la regla de oro debía subirse en 5 días de aproximación, en cinco horas se han subido 3, 206 metros, a partir de la ciudad de México (2,200m) y la cumbre del volcán (5,426m.)

Un plan realista, aunque no pegado a los requerimientos de la regla de oro, sería un día en la población de (Amecameca,2,480 m), el segundo día en Ituhalco (3,600m) que es el puerto elevado entre la Iztaccihuatl y el Popocatépetl y el tercer día en el paraje de Tlamacazcalco (3,900m) que es propiamente de donde se parte para la ascensión final al Popocatépetl, por el lado norte.

 Es una idea que, aunque vitalmente necesaria para el proceso de aclimatación, tampoco nadie la lleva a cabo. La impaciencia, el ego de llegar arriba en el menor  tiempo posible, la falta de tiempo en las actividades en la ciudad, o el desconocimiento de los procesos de aclimatación, etc. han cobrado más vidas que propiamente la  escalada a una pared de roca, nieve y hielo tenida por peligrosa.

Desierto

 Una situación semejante, en cuanto a aclimatación, pero aquí no de altitud,(por lo general los desiertos, salvo algunos de Suramérica, se encuentran a poca altitud) .

Aquí es aclimatarse a la diferencia de temperaturas,  cuando se considera hacer travesía en el desierto de arena y se vive en regiones templadas.

 Por ejemplo la Ciudad de México es su promedio de temperaturas al año de unos 15 grados C. En una aproximación al norte vamos encontrando temperaturas más altas: Estado de Zacatecas 30 grados  en el mes de mayo, Sonora 38 grados de junio a julio y Chihuahua 30 grados de mayo a agosto.



En el desierto de Samalayuca, 51 grados C

Una buena aclimatación protege contra el peligroso “golpe de calor”


Los desiertos del norte del país, Altar en Sonora y Samalayuca en Chihuahua,  alcanzan temperaturas arriba de los 45 grados. Nosotros hemos encontrado hasta 51 grados en Samalayuca. Esto también depende de la temporada del año. En invierno son unos 15 grados menos que en primavera-otoño.

 Como sea, la falta de aclimatación a las altas temperaturas es también origen de graves consecuencias fisiológicas como severas deshidrataciones o hasta lo que  se llama “golpe de calor”. Trascribimos una nota de internet que se refiere a este tema:



AAA y LBP en el desierto de Samalayuca. Al fondo la sierra del mismo nombre.


“El golpe de calor es un trastorno ocasionado por el exceso de calor en el cuerpo, generalmente como consecuencia de la exposición prolongada a altas temperaturas o del esfuerzo físico en altas temperaturas. El golpe de calor es la forma más grave de lesión por calor y puede ocurrir si la temperatura del cuerpo alcanza los 104 °F (40 °C) o más. Esta afección es más frecuente en los meses de verano. El golpe de calor requiere tratamiento de urgencia. El golpe de calor sin tratar puede dañar rápidamente el cerebro, el corazón, los riñones y los músculos. El daño empeora cuanto más se retrasa el tratamiento, lo que aumenta el riesgo de sufrir complicaciones graves o la muerte”.



En el desierto de Altar,49 grados C

(las 3 fotos que ilustran esta nota fueron tomadas por Armando Altamira, la cuarta  por Luis Burgos P.)


Plan mínimo de aclimatación, a partir de la Ciudad de México para el desierto de Samalayuca, sería un día en alguna población del Estado de Zacatecas, otro en Torreón Coahuila y el tercero en otro  lugar del Estado de Chihuahua.

También, para el acercamiento gradual al desierto de Altar, a partir de la Ciudad de México, se debe diseñar un plan análogo de acercamiento.

Fácil de decir, como en el caso de   la alta montaña, pero poco probable de llevar a cabo por la urgencia nerviosa de estar ya en el terreno que se ha pensado.

En cualquier parte del mundo se necesita este tipo de aclimatación para acercarse a los desiertos de arena cuando se va en plan de travesía a pie.

Estos desiertos arenosos y pedregosos de latitudes medias se localizan entre los paralelos 30° N y 50° N del planeta.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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