DE FILOSOFÍA (ESCOLASTICA) CON COPLESTON

 

Escribir de filosofía es, en cierto sentido, como escribir en el periodismo. Todo “diario” tiene su “espíritu”, su modo de ver y explicar los acontecimientos del día a día. La conferencia de prensa del personaje de la política, a la que asisten veinte “fuentes”, mañana tendrá veinte versiones.

Los historiadores tienen el mismo modo, de cien notas setenta son las que les llegan al corazón.

Semejante el escribir de filosofía y, particularmente, cuando se trata de una historia de la filosofía. Copleston:

“Ningún historiador que se precie de tal puede escribir sin una orientación y un punto de vista concretos, aunque sólo sea porque, si ha de seleccionar y exponer los hechos inteligentemente, será necesario que se atenga a algún principio o norma que le sirva de guía”.

Copleston va al grano y manifiesta qué lo ha movido a escribir una historia más general de filosofía, entre tantas que ya existen, y es de proporcionar información a  los seminarios:

“Esta obra no va dirigida a los especialistas en la materia, sino a un determinado tipo de estudiantes, la gran mayoría de los cuales abordan por primera vez la historia de la filosofía y alternan su  estudio con el sistema de la filosofía escolástica.”

 

 


Frederick Charles Copleston S.J. (Taunton, Somerset, Inglaterra; 10 de abril de 1907– Londres, Inglaterra; 3 de febrero de 1994)


Se trata de la filosofía como un todo, no es un catecismo lo que aborda el autor. Sólo que aquí sí incluye el lado escolástico que en no pocos sistemas de filosofía se velan por intereses de secta o por ignorancia. Hay filosofías sólo materialistas o sólo idealistas.  Copleston abarca ambas.

Copleston es del parecer que difícilmente se podría llamar “culto” a quien careciese en absoluto de conocimientos históricos:

“Un hombre culto a de tener al menos cierta idea respecto de Dante, Shakespeare, Goethe, san Francisco de Asís, y fra.  angélico, Federico el Grande y Napoleón 1;¿Por qué no hemos de espera que sepa  algo también de san Agustín y santo Tomás de Aquino, Descartes y Espinosa, Kant y Hegel?”.

El autor se afana en rastrear los orígenes de la filosofía escolástica, que es donde se enmarca el cristianismo y preferentemente del catolicismo: “que tanto adeuda a Platón y Aristóteles”. Dice:

 “Desde sus primeros albores en el Asia Menor, la filosofía griega se fue desarrollando ininterrumpidamente hasta florecer en las dos grandes filosofías de Platón y Aristóteles y más tarde, con el neoplatonismo, influyó mucho en la formación del pensamiento cristiano.”

Y más acá, con Roma: "El pensamiento de la última Estoa, por ejemplo, las doctrinas de Séneca, Marco Aurelio y Epicteto, ofrecen una visión en numerosos aspectos noble y admirable, merecedora casi siempre de nuestra estima, aunque al mismo tiempo seamos conscientes de lo mucho que le falta.”

Le falta la revelación de Cristo aunque casi todas las religiones paganas, por ejemplo el Popol Vuh de los mayas, son reveladas. Huitzilopochtli en la cueva de Chicomoztoc...

En trasiego afanoso de las hojas de la Biblia nos mantiene en “plan elevado” pero es la tierra desde donde se conquista el cielo o, se pierde.

Esto ya le pasó a Tales que, por andar mirando siempre hacia las estrellas se cayó en un pozo en tanto su sirvienta se moría de risa.

Hay una preocupación, y una ocupación, en todo sistema de pensamiento, de buscar la Verdad y el Bien.

 Cien intentos se han hecho en esa dirección por pensadores serios y Copleston está convencido que pueden darse pasos seguros en el marco de lo que se llama filosofía eterna o perenne.

Y tal vez como parte de ella los   intentos fallidos a los que hay que tomar con seriedad como puntos de referencia, ideas y hasta ocurrencias cargadas de intenciones sectarias:

“Por más que la especulación intelectual haya llevado a veces a mantener doctrinas extravagantes y a sacar conclusiones monstruosas, no podemos ver sino con simpatía e interés los esfuerzos del entendimiento humano por alcanzar la Verdad.”

La cultura europea, y eso importa a las áreas occidentalizadas como América a partir del siglo dieciséis, va del realismo al nominalismo como extremos y en medio grados que se acercan o alejan a uno o a otro. 

Por eso conviene conocer la historia de la filosofía, para no estar inventando senderos sobre viejos caminos ya andados desde milenios.

A semejanza de lo que sucede cuando se carece de una sólida formación bíblica, se puede encontrar con las más deformadas versiones del cristianismo, y transformado este, doctrina de amor, en algo terrífico.

 


Doctrina de amor, el cristianismo, presentado como algo terrífico.

Virgilio y Dante en el infierno

Grabado de Doré


“El estudio de la filosofía es indispensable, pues sin él correrá el riesgo de meterse por callejones sin salida y de repetir los errores de quienes le precedieron, peligros que un serio estudio del pensamiento pretérito le evitará seguramente.”

 

“La Historia de la filosofía es una historia en nueve volúmenes del pensamiento filosófico occidental, escrita por el jesuita inglés Frederick C. Copleston. Esta obra abarca desde la filosofía de los presocráticos hasta la de Dewey, Russell, Moore, Sartre y Merleau-Ponty. Los nueve volúmenes, publicados entre 1946 y 1974”

Se trata pues, de una obra muy extensa la de Frederick  Copleston, de varios volúmenes, como para pasarse la vida abrevando en sus páginas la gran cultura universal. Es decir, la de todos, los de esta banqueta y los de enfrente.

Si no se tiene esta disposición, como dijo Schopenhauer de sus libros, mejor ni los compren. O bien pueden compararlos para adornar la sala de estar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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