DE LIBROS CON MONTAIGNE

 


 

Referencia: M. Montaigne, Ensayos

 

Escapar, literalmente escapar, de esta locura de la pandemia,  de las noticias reales, pero siempre patológicas, y de las fake news, leer libros de cultura universal es una de las pocas opciones que tiene el individuo(a).

En el mundo suceden cosas, y situaciones, positivas, muchas y  muy variadas, que enriquecen la vida del humano, por eso  la vida sigue llena de esperanza.

Pero esas cosas, de progreso material y espiritual, no venden y pasan desapercibidas, ignoradas, y sólo  conocemos la parte negra del molde. Es por lo que parece que el panorama es sombrío, como niebla espesa y pegajosa que llena los bosques altos por la noche.

  Estiramos la mano y de los tres libros de cabecera jalamos, al azar,  Ensayos, de Montaigne (1533- 1592). Parece  hecho a la medida del momento, nos decimos. Un pensador que, desde su parsimonia, cree poco o nada, de los afanes humanos que echan mucho humo de tanto correr, lo que la psiquiatría conoce como el síndrome de Burnout.

Los Ensayos no han sido barridos  por los siglos sino que por el contrario se han revelado como una obra perenne, pensamos. Como un eco que responde, leemos:

Lo que yo escribo es puramente un ensayo de mis facultades naturales y en manera alguna de las adquiridas mediante el estudio.

Kant es famoso, obras aparte, por su disciplina en tiempo y forma en que se ponía  a escribir de filosofía.

Al expresar mis  ideas no sigo otro camino que el azar; a medida que mis fantasías pueblan mi espíritu voy reuniéndolas: unas veces se me presentan apiñadas, otras arrastrándose penosamente y una a una…

Sabemos que el que escribe lo hace desde su experiencia personal . A juzgar por los muchos temas que se abordan en esta obra debió el autor tener una vida agitada.


Montaigne


Lo opuesto. Mi designio consiste en pasar apacible, no laboriosamente, lo que me resta  de vida. Por nada del mundo quiero romperme  la cabeza, ni siquiera por la ciencia y su indudable valor.

Se reflejan en los Ensayos un conocimiento amplio de literatura.

Apenas leo los nuevos porque los antiguos me parecen más sólidos y sustanciosos.

Como sea, se nota que el Montaigne disfrutaba de las lecturas.

No de todas. Los Amadidises y obras análogas ni siquiera me divertían de niño. Añadiré aún, por osado y temerario que parezca, que esta alma adormecida no se deja ya  cosquillear por Ariosto, ni siquiera por el buen Ovidio, cuya espontaneidad y facundia que me encantaron en otro tiempo, hoy no me interesan para nada.

Pero, de seguro, nos preguntamos, Montaigne tendría sus autores favoritos

Siempre coloqué en primer término en la poesía a Virgilio, Lucrecio, Cátulo y Horacio; considero las Geórgicas como la obra más acaba de la poesía; si se la compara con algunos  pasajes de la Eneida, se verá fácilmente que su autor  habría retocado estos de haber dispuesto de tiempo. El quinto libro de la Eneida me parece el más perfecto. Lucano también es de mi grado y lo leo con gran placer no tanto por su estilo como por la verdad que acreditan sus juicios y opiniones.

De seguro Montaigne conoció a Terencio

Desde luego. Las gracias y coqueterías de su lengua, tan admirable me parece, por representar a lo vivo los movimientos de nuestra alma  y la índole de nuestras costumbres. Por mucho que lo lea siempre descubro en él alguna belleza o alguna gracia nueva.

Nos saltamos las hojas y encontramos ese otro tema que tanto ocupó la atención de Montaigne y es el de la muerte, es decir, el de la vida.

Esto porque en condiciones normales queremos que nuestra vida se prolongue. Hay angustia, pensamos, en que esto no pueda suceder. No hay hombre y mujer que no piense cumplir veinte años más. Si los vive, piensa en otros veinte.

 Las palabras de Montaigne al leerlas nos parecen que se ríe. Al abordar este tema nos enteramos que en otras épocas llegar a los 35 años de edad ya se consideraba haber llegado al límite.

Un dato muy conocido en la gerontología es   que en la antigua Roma la edad promedio era de los 20 a los 22 años.

Buena nota para los apocalípticos saber que, lejos  que el mundo se acaba, la vida, pese a sus siempre presentes grandes problemas, sigue para mejor. 

Falta ver si es sólo prosperidad (material) y tambien   progreso( cultural). Esta ya es otra historia.

 El caso es  que en los tiempos de Montaigne lo que ahora llamamos la tercera edad era a los 30 años.

A juzgar por el desarrollo normal de las cosas, vivimos por un favor extraordinario; hemos pasados los términos normales del vivir. Y para convencernos de que  esto es verdad, conviene repasar nuestras amistades y ver cuántos han muerto antes de llegar a nuestra edad…Encontramos que muchos murieron antes de los treinta y cinco años.







Caminar por el arte de caminar

Dibujos tomados del libro Técnica Alpina
de Manuel Sánchez y Armando Altamira

Política aparte

“Los médicos recomiendan a quienes tenemos problemas del corazón a hacer cardio, es decir, caminar, no sólo en lo plano, sino subir y bajar montañas que es lo que estoy haciendo en el Colegio Militar”

 Dijo Andrés  Manuel López Obrador, a la sazón presidente de México. Nota aparecida en Internet el 6 de febrero del 2022









En los tiempos en que la idea de la muerte se hace presente, por pandemias, por guerra,  por corrupción de la sociedad, o por edad,  Montaigne gusta de vivir como todo ser libre y darse la mejor vida posible, hoy, este día.

¿A qué cometer la locura de lamentar que dentro de cien años no viviremos, y no hacer lo mismo en vista de que  hace cien años  no vivíamos? ¡La muerte es el origen de otra vida!

¿Qué dicen, qué voy a morir? Estoy echando el octavo piso a mi finca de vacacionar, mi proyecto científico que salvará a la humanidad no está concluido, estoy por llegar a la cifra n de millones de euros en mi cuanta del banco, mis cien trajes y mis ocho bicicletas?

Si has aprovechado bien la vida, ya tienes bastante; retírate satisfecho.

 A las cuatro de la mañana cerramos el libro (dentro de la ciudad llevamos horario campesino: acostarse a las ocho de  noche, leer en la madrugada, dormir  otra vez  y levantarse a las cinco de la mañana, ¡A caminar!).

Al cerrar el libro nos queda la impresión que Montaigne era realmente feliz llevando de ese modo su vida (vivió 59 años). De su vocación de escribir dice: “No tengo otro propósito que el de trasladar al papel  lo que siento”.

En sus Ensayos no quería adoctrinar a nadie. Decía que las masas sin rostro, ignaras de cultura, ya han tenido   mil redentores  que se las quieren llevar a su cubil.

Estas masas tiene sus propia dinámica al margen de los salvadores: 

"Siempre hay escondidas dentro de esas masas personas singulares que por naturaleza son ricas, aristocráticas,bondadosas,felices o poderosas.Hacia ellas fluye  la plenitud en la misma medida en que va creciendo el desierto." escribe Ernest Jünger en su obra Emboscadura.

 Dejemos que estas masas encuentren su camino. La vida misma es la que  nos dice cómo debemos comportarnos. Aquí una de sus frases:

No se enseña al ahorcado sino a los que miran al ahorcado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores