LUIS ECHEVERRIA A. DESDE EL (ACONCAGUA) ALPINISMO INTERNACIONAL

 


 

El Glaciar N.E. del monte Aconcagua, la montaña más alta de América (7 mil m.s.n.m.), fue ascendida por los mexicanos, en el invierno (de México) de 1974, merced al financiamiento del licenciado Luis Echeverría Álvarez, entonces presidente constitucional de México.

Un artículo publicado en Internet por NEWSLETTER, el  10 de julio de 2022, cita al periodista Jesús Michel quien, entre otras cosas, escribe que:  “Michel dijo que Echeverría tenía una particular forma de estar con la gente de menos recursos, pues su jefe de escolta personal, conocido como El Junior, portaba un maletín con dinero….Entonces ahí se repartía el dinero a la gente de mano directa, así como se hace ahora, o como se presume que se hace ahora, sin intermediarios, y le gustaba estar cerca de la gente, era un hombre demasiado estricto para consigo mismo, nunca me enteré siquiera de que tomara una gota de licor, no fumaba y era muy difícil estar en los eventos oficiales en donde solamente se servía agua de horchata o agua de Jamaica”.

                           Plano nuestro que muestra el acercamiento al Aconcagua por el N.E.

                                                             Dibujo de Javier Osorio B.


En el episodio alpino que ahora recordamos no fue por medio de El Junior sino personalmente Echeverría fue el que entregó 600 mil pesos al entonces presidente de la Federación Mexicana de Excursionismo de México( FME).

Acabado de leer el programa de la expedición, que le presentamos del Aconcagua, de inmediato firmó el cheque. Una cantidad jamás otorgada hasta entonces al alpinismo mexicano por organismo deportivo oficial alguno.



                               Glaciar N.E. del Aconcagua


Echeverría practicó el excursionismo en sus años juveniles. En alguna ocasión vi publicada, en una revista de alpinismo, una foto en la que él aparece con su grupo de excursionistas y el clásico banderín de su club.

Corría la idea, nunca supe si sería real o pura leyenda, que en sus años de estudiante él y José López Portillo estuvieron estudiando becados en Santiago de Chile, al pie de la cordillera de los Andes. De ser cierto seguramente soñó subir alguna vez el Aconcagua. De alguna manera lo logró por medio de nuestra expedición. En parte eso explica no haber hecho objeción alguna a nuestro proyecto de ascensión a esa montaña y firmar sin más el cheque.

La cantidad mencionada, sólo para dar una idea del poder adquisitivo del peso mexicano de entonces, cubrió con generosidad los gastos, durante un mes que duró la expedición,  de  los   15 alpinistas que fuimos, en avión a la Argentina, y vuelos de ciudad en ciudad desde Buenos Aires( en esos días no había relaciones diplomáticas con el gobierno de Chile, por lo de Pinochet, y en lugar de llegar a Santiago,  a sólo un tiro de piedra del Aconcagua, nos vimos obligados a volar hasta Buenos Aires de ahí a  la cuidad de Mendoza, en la precordillera), equipo alpino de primera adquirido en Anchorage, E:U y aun regresamos a la FME 200 mil pesos.



En el inicio de nuestra  ascensión al Glaciar N.E. del Aconcagua. 

Al fondo la pared sur del monte Ameghino

Foto de Armando Altamira


La expedición cumplió su objetivo y el aporte nuevo para el alpinismo internacional de México, con Francisco Martínez, de la ciudad de Monterrey Nuevo León, en la cordada de dos que llegaron a la cumbre el 8 de febrero de 1974.

El Aconcagua es una montaña muy amada por los mexicanos, pero todos hasta entonces abordaban su ascenso por la vía normal o clásica, que es desde Puente del Inca, Plaza de Mulas… 

Decir “normal” no es la intención de subsumir sino sólo señalar que se trata, la nuestra, de otra ruta de la montaña, sólo eso.

 Problemas alpinos a resolver lo hay tanto de un lado como del otro, con un peligro por igual para todos que consiste en la altitud de su cumbre y el correspondiente factor “mal de montaña” que puede ser mortal para cualquiera.


                              1-Glaciar de los ingleses-2-Glaciar N.E.


La siguiente ocasión que vi a Echeverría fue en el auditorio de Medicina. Él que verdaderamente haya asistido (se lee y se escucha, como con  la guerra española de 1936, o el 2 de octubre en Tlatelolco en México, que  todos fueron) ese día a CU  sabe que era imposible penetrar al recinto por la  increíble cantidad de gente. No cabía, literalmente, ni un alfiler.

Como corresponsal de prensa del STUNAM logré, a  duras penas,  abrirme paso hasta llegar al “circulo de seguridad” del presidente. Le explicaba a uno de sus guardias que necesitaba entregarle, personalmente, al presidente el libro que de la expedición escribí (El libro tiene por título Los mexicanos en la ruta de los polacos).

Fue el momento que algo cruzó los aires y fue a dar a  la cabeza del presidente. El “circulo de seguridad” se hizo más compacto, el caos llegó y ahora hasta para salir del auditorio era difícil.



                        Luis Echeverria Álvarez



Le envíe un ejemplar del libro a Los Pinos y de regreso con acuse de haberlo recibido.

El expresidente falleció el 8 de julio de 2022 (  dos días después, el 10, escribimos esta nota), a la edad de 100 años. No supe si alguna vez leyó el libro.

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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