SAN AGUSTÍN Y JASPER, SÓLO PARA CATÓLICOS

 




“Nuestra vida occidental”, dice Jasper en su obra La Filosofía, hablando del humanismo. Un eurocentrismo que ya está en casi todo el planeta, pero referido ahora como  “ pensamiento europeo”. o   "cultura occidental".

La filosofía de Jasper es como una historia de la filosofía en la que no aparece para nada el modo de pensar original de América milenaria de antes del siglo dieciséis. Sólo de Europa hacia el Cercano Oriente.

América india no cuenta en la cuenta, pero para los americanos la realidad es que ahora tenemos en suerte dos grandes culturas.

La milenaria que arrancó de Ulman (con irradiaciones hacia Centroamérica y el área maya con el Popol Vuh y hacia el Altiplano Mexicano con la Leyenda de los soles teotihuacanos. Y, a partir del siglo dieciséis, el pensamiento occidental.  

Gran y bella cultura la occidental hecha de tesis y contra tesis, arrancando de esa manera, dialéctica, al estilo de novela a base de diálogos, como lo hizo Platón. 

¡Platón y su gran influencia en los pensadores de los siglos que estaban por llegar! ¡Uno de ellos, precisamente, San Agustín, declarado por el santo mismo!

En América, por desgracia, empezamos con el pie izquierdo a conocer el cristianismo, por la manera de imperativo con aplicación de muerte el que no lo siguiera.

Para salvar la vida se empezó a fingir, por parte del pueblo, el haberse convertido. Y desde la Iglesia se fingió y se declaró el haber convertido, en pocos años de concluida la conquista española, de millones de indígenas.

 ¡Indígenas que ni conocían el idioma español ni los españoles sabía de los cincuenta dialectos diferentes naturales! Sahagún, Durán y otros pocos frailes fueron las excepciones.

 Todo fue un gran teatro con repercusiones dañinas para una ulterior formación cristiana. 

Ahora la idolatría era la religión del demonio. Se calló que la esencia está en la cosa consagrada. Todas las filosofías europeas de los últimos 25 siglos, a partir de los presocráticos, giran en torno a esto, ya para negarlo o para afirmarlo: 

“Todo fenómeno contiene lo permanente”. Es uno de los postulados del más grande filósofo, después de Platón, y se encuentra por ahí, en alguna página de La crítica de la razón pura.

Jean Wahl en su gran obra Introducción a la filosofía, capitulo XVII, dice que Augusto Comte distinguió tres etapas del pensamiento teológico: fetichismo, politeísmo y el monoteísmo: "Comte mismo reconocía  que no hay una separación completa entre las distintas etapas y que, por ejemplo, ciertas huellas del politeísmo o incluso  del fetichismo pueden encontrarse en el monoteísmo."

También la Divinidad se afana, en todas las religiones, por revelarse, dentro de la fenomenología, a los humanos: la paloma, el gusto por el olor a carne asada, el rostro que permanece inaccesible, etc. Así fue como al derribar  el ídolo en México-Tenochtitlán, en el siglo dieciséis, se erigió otro ídolo: la cruz. 

El catolicismo entonces, en México, empezó sobre bases nada deseables para conocer esa gran religión.



San Agustín


Salvo individuos creyentes, devotos y estudiosos en la actualidad (aparte de los centros de estudios e institutos universitarios laicos y otros de reciente creación directamente de la Iglesia, ¡hasta hay una universidad católica!) el pueblo en su (inmensa) mayoría carece de conocimientos bíblicos más allá, si acaso, del catecismo. Como se dice: "católico de bautismo, casamiento y muerte".

¡Mucho donde pescar para las sectas protestantes!

Entre este suelo nada estable, el materialismo, la inanidad de la vida de una ciudad llena de semáforos que no dejan ver el cielo, y el  relativismo del liberalismo moderno que tiende a echar todo al contenedor de la basura, es el contexto actual del católico mexicano y, por razones históricas, igual para algunos países del continente.

Hora de voltear la vista hacia los orígenes intelectuales del cristianismo. A semejanza de Platón, para el terreno de la filosofía, es San Agustín para el cristianismo.

Agustín de Hipona o Aurelio Agustín de Hipona, ​ conocido también como san Agustín, ​ fue un escritor, teólogo y filósofo cristiano. Después de su conversión, fue obispo de Hipona, al norte de África y dirigió una serie de luchas contra las herejías de los maniqueos, los donatistas y el pelagianismo. Wikipedia

En el libro tercero de sus Confesiones, dice San Agustín dirigiéndose a Cristo y sus polémicas con otras sectas filosóficas: “Repetían:¡Verdad, verdad! Y me hablaban mucho de ella.  Pero no se encontraba en ellos por ninguna parte, antes enunciaban falsedades, no solo a cerca de ti que eres verdaderamente la Verdad, sino también acerca de los elementos de este mundo, creación tuya.”

Y, por estas correrías entre sectas de pensamiento filosófico griego antes de llegar a Roma, no sólo es una figura prominente, trascendente,  para  el cristianismo sino también lo es para la filosofía laica  general.   Antecedentes, la formación de San Agustín, de inmensurable valor cultural y espiritual en los tiempos que llegarían después del derrumbe del imperio romano, así dice Jasper:

Entre los Padres de la Iglesia se alza con sobresaliente grandeza Agustín. Con el estudio de su obra se conquista el filosofar cristiano entero. Aquí se encuentran las numerosas e inolvidables fórmulas en las que se hace palabra la intimidad que falta aún  en la filosofía antigua con este alto grado de reflexión y pasión. La obra, inmensamente rica, está llena de repeticiones, a veces de una hinchazón retorica; en conjunto, quizá sin belleza; en detalle, de la perfecta concisión y fuerza verdaderas profundas. Se consigue conocer a sus adversarios por sus citas y referencias en la polémica con ellos. Agustín es con sus obras la fuente de donde mana hasta hoy todo pensar que indaga el alma en sus profundidades

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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