Contra el hábito del alcoholismo severo el individuo tiene excelentes recursos en la ciencia médica. Si hace lo que el médico le dice que haga, se salvará, sin duda.Lo mismo vale para otros tipos de drogas.
Pero no lo hace.
De pensamiento laico (o tal vez religioso), siguió bebiendo no obstante los principios cívicos, y teniendo conciencia que le esperaba el lógico final, de la destrucción total, física y mental. Cuando tuvo claridad que su vida giraba en derredor de una botella de alcohol, se dio cuenta que se había metido en un terreno del que ya no iba a poder salir, por sí. Era hora de dejar su libro de cabecera de Epicuro y empezar a buscar la desesperada salida.
El ejercicio de la causalidad de toda su vida de nada había servido para él frente al problema del alcoholismo.
En torno de una mesa, de poetas, filósofos y literatos, s e puede discurrir largo y tendido respecto de los pensamientos lógicos y los ilógicos que abriga la humanidad. Pero frente a la botella, la heroina, el extasis o el crack, se está ante un dictador que no perdona.
Si no quería perecer, y con él arrastrar a su mundo, era hora de jugar otras cartas. Ya sabía, por la psiquiatría, que su problema era el narcisismo. Pero no sabía cómo responder para contrarrestarlo lo necesario. Había sido capaz de encontrar un mecanismo de autodestrucción y ahora ignoraba cómo rehacerse a sí mismo. El sabio recurso aristotélico, del “termino medio”, a él de nada le servía. Él era de los “duros” que no se andaba con medias tazas.
Sabía que la solución era tan vieja como la humanidad. O al menos desde hace dos mil años: servir una taza de café a otro, por así decirlo. Lo contrario del narcisismo es el servicio. El que logre descifrar el enigma, y ponerlo en práctica, se queda, el que no se regresa a la cantina. La taza era la metáfora y servir lo terapéutico. La solución parecía increíble. Pero las cifras lo dicen. De un millón de enfermos de alcoholismo sólo llegan mil a Alcohólicos Anónimos. Y de estos mil sólo diez se quedan y los otros se regresan a morir abrazados de su botella.
Esa es la angosta banda en la que hay que jugar para salvar el barco de la tempestad.
El que forma parte de estos diez es un individuo con buena suerte.Aristóteles mismo declara que es dificil definir qué es esto de la "buena suerte". Para él no es ni la Divina Providencia (sic) ni la causalidad de la fenomenología. Como sea, esta "buena suerte" s e hace patente cuando el individuo ha quedado totalmente impotente para hacer algo por él: "la buena suerte opera en la misma esfera en que nuestras capacidades o posibilidades no pueden hacer nada,donde nosotros no tenemos ningún control, ni podemos llevar a efecto la acción."
En un artículo de H. Harry M. Tiebout, M. D. publicado en enero de 1944, en American Journal of Psychiatery, y que posteriormente formaría parte del libro “AA llega a la mayoría de edad”, dice el autor que esto es lo que ocurre en Alcohólicos Anónimos.
La religión actúa sobre el narcisismo y la naturaleza para producir una sensación de síntesis: “el valor terapéutico del enfoque de los Alcohólicos Anónimos depende de la utilización que hace de una fuerza religiosa o espiritual para atacar el narcisismo fundamental del alcohólico. Al desarraigar ese componente, el individuo experimenta toda una nueva serie de pensamientos y sentimientos que tiene naturaleza positiva y que lo conducen en la dirección del crecimiento y la madurez. En otras palabras, este grupo confía en una fuerza emocional , la religión, para alcanzar un resultado emocional que consiste en el rechazo de la serie de emociones negativas y hostiles y la suplantación de ellas por una serie positiva en la cual el individuo ya no necesita mantener su individualidad desafiante, sino que puede vivir en paz y armonía con su propio mundo compartiéndolo y participando de él libremente”.
Y eso es todo.
Cuando alguien decide investigar en algún grupo de AA lo invitan a sentarse. No le preguntan nada, ni su nombre ni su raza ni su religión ni si tiene problemas de salud o si es un pordiosero o un potentado ni nada. Sólo le hacen una pregunta:
“¿Quiere una taza de café, yo se la sirvo?”
El narcisista, recién llegado, todo desconcertado, cree que le están sirviendo. En realidad el que se está sirviendo, a sí mismo, es el que está sirviendo la taza de café. Hasta mucho tiempo después entiende que la clave, contra el narcisimo, está en servir.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario