El Aconcagua Sur, de René Ferlet, 1954

El itinenario imaginado por Saint Loup
Foto tomada del libro de Saint Loup. Al fondo la sur del Aconcagua
El 19 de enero llega la expedición francesa  a Puente del Inca. El proyecto es intentar la primera escalada a la pared sur del Aconcagua. Se alojan en el edificio de tres pisos de la Compañía de Esquiadores de Alta Montaña. El grupo se compone de siete.

El 24 instalan el campamento base sobre una plataforma, al pie de un espolón rocoso. Han ocupado una recua de  57 mulas para su equipo de escalada,  víveres y  tiendas. Acampan en  una cresta que une el cerro Almacenes y la arista norte del Aconcagua. En tanto levantan las tiendas varios aludes se precipitan por la pared, arriba de sus cabezas. Por la noche la denudación hace estallar varios bloques de piedra.

El 30 de enero instalan el campamento número 1, en los 4,500 m. s.n.m.  Cuando reanudan la marcha, al día siguiente,  encuentran en los 5,200 un lugar sólo para una tienda. En este lugar se ven precisados a fijar 600 metros de cuerda.
La cumbre sur.A la derecha la pared sur.
Del libro 28 Bajo Cero, de Luis Costa.


Un apreciación de la pared sur.  (derecha)
Del libro de Luis Costa




René Ferlet, el jefe de la expedición, sufre un ataque de ciática y ha de permanecer en el campamento base. En adelante es Guy Poulet  el que relata la ascensión. Suben en tres cordadas de dos escaladores. Lucien y Robert, Pierre y Adrien, Edmond y Poulet. Llevan 260 metros de cuerda. Avanzan por una cresta de unos 50 grados de inclinación. Se mueven dentro de una temperatura de menos 15 grados y en lo general el estado del tiempo va a ser bueno. Y por tratarse del Aconcagua, y su proverbial intempestivo mal tiempo, fueron  condiciones meteorológicas excelentes.

Hay que hacer notar,como todo alpinista de experiencia sabe, que superar 50 grados de inclinación no es lo mismo a 2,000 m.s.n.m que a los 6,000.

Para el tercer vivac  ya no pueden hablar de campamentos en forma por las condiciones tan precarias del terreno. Conforman una plataforma  en donde extienden en el suelo las tiendas, a manera de alfombra, o funda de almohada,  y se introducen en ellas y en sus sacos de dormir. El tiempo sigue manteniéndose en buenas condiciones.

La traducción es algo extraña para el argot del alpinista. En lugar de clavos o clavijas , dice “picos” y “zapatos claveteados” en lugar de crampones. La edición de este trabajo lamentablemente carece de fotografías de la ascensión que nos pudiera dar una información visual del terreno. Asimismo carece de todo dibujo o plano de itinerario que nos marcara los hitos de la ascensión, dentro del panorama completo de la pared, la ubicación de los campamentos o vivacs.

El relato habla del glaciar o de un espolón rocoso muy empinado, etc. Así, cada lector piensa esta escalada según pueda imaginar su subjetivismo. Las escasas fotos que contiene el libro son las clásicas que conoce todo el mundo que va al Aconcagua. La caravana de mulas, caminata de aproximación en el valle de los Horcones, la foto de los  seracs, vista de la cumbre sur desde la norte, un refugio a los 6,700 metros.  De la escalada de la pared nada. De esta manera las expediciones o cordadas que quieran abordar esta ascensión tendrán que descubrir a su vez su itinerario.

Finalmente. Después de varios vivacs, sortear tramos de roca y ejecutar un arduo trabajo de nieve, arribaron a la cumbre sur. De ahí se dirigieron a la cumbre norte. El penoso descenso fue   hacia Plaza de Mulas, por la ruta clásica.
Aconcagua sur

Varios de ellos sufrieron congelaciones en los dedos de las manos y de los pies. Debieron permanecer  meses internados en el hospital de la ciudad de Mendoza. En el trascurso de este tiempo les fueron amputados algunos  dedos. Luego regresaron a  Francia.

La expedición francesa encontró excepcionales condiciones atmosféricas para tratarse del  Aconcagua. En otras situaciones ni del campamento base hubieran pasado. Habla de 15 grados bajo cero. La expedición de Luis Costa (libro 28 grados bajo cero) en 1954 encontró 28 grados bajo cero. Nosotros, en el flanco noreste del Aconcagua, tuvimos 33 grados bajo cero (libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, 1975)

  Así quedó conquistada la pared sur del Aconcagua.

El relato de René Poulet no menciona  para nada el trabajo pionero de Saint Loup.Este alpinista francés, hasta donde conocemos, fue el primero que imaginó seriamente  una probable  ascensión de la pared sur. No sólo imaginó sino que se plantó al pie de esa ladera y dibujó la posible vía de ascenso y sus dificultades técnicas a resolver. Su libro, de bella prosa, se llama Montañas del Pacífico. Publicado  en español por Editorial Juventud, Barcelona, en 1952.

Hizo varias incursiones por el valle de los Horcones hasta la base de la pared. En 1947 y en 1949. Hombre de montaña, podía hacer conjeturas realistas y trazar con la imaginación una probable vía de escalada. En su libro mencionado  dio a conocer el esquema  de este flanco. Dibujó, en el lado derecho, es decir, en el sureste, una línea punteada que, partiendo la ruta desde el    Glaciar Horcones, se  elevaría hasta llegar a la cumbre norte. En la página 23 dice que: “No parece que la escalada  a la pared sur por este itinerario pueda presentar grandes dificultades técnicas”. En la realidad la expedición de René Ferlet llegó por la cumbre sur.


Saint  Loup es un ignorante respecto a la arqueología de alta montaña de los Andes. Cuando los indios americanos quemaban copal a Pachamama y a Tlaloc, en las cotas arriba de los 6 mil, Agamemnon apenas atacaba Troya. Por este desconocimiento Saint Loup  quema incienso a la “dureza Vikinga” del hombre blanco. Pero ni siquiera por eso se le menciona en el relato de René Ferlet.

La lectura de estos relatos de montaña, por lo general realizada en un lugar habitable, confortable, frente  a una  taza de café, no da la idea para nada  de dos factores  que son difíciles de imaginar por la gente ajena al alpinismo. Y aun ajena a muchos alpinistas que no han tenido la oportunidad  de ir más allá de los 4 mil metros de altitud. Los dos factores son la altitud que, debido a la escases de oxigeno, da deficiente producción de glóbulos rojos en la sangre. Esto puede trastornar desde un leve mareo hasta la muerte misma, en el término de pocas horas. Al fenómeno se le conoce como "mal de montaña" o "puna".

Y  la baja temperatura después del cero, también conlleva el riesgo de la molestia propia del frío intenso, hasta la muerte por hipotermia o la amputación de dedos, orejas o nariz. Según hemos visto, les sucedió a estos escaladores franceses.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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