Alpinismo y doping

Alpinismo y doping


La montaña es el “terreno de juego” donde el humano tiene la oportunidad de encontrarse cara a cara con su salud o con su enfermedad. Con su yo o con su ego. En otras palabras, practicará la versión ortodoxa del alpinismo o la heterodoxa. Desde el punto de vista de la libertad individual las dos son válidas. Como sucede en la vida de la ciudad, unos son abstemios y otros no lo son. ¿Y a quién le importa? A escala macro tiene sus repercusiones sociales pero esa ya es otra historia. A diferencia de otros deportes, en el alpinismo no hay jueces que sanciones el dopaje.

La expedición francesa en la conquista del Annapurna


Numerosas marcas s e han superado en los deportes por la vía del doping. Como se sabe, la práctica del doping, en los deportes, es sancionada por echar mano de energías más allá de su potencial natural y aventajar de manera fraudulenta a los otros. Muchos países, quién sabe si todos, han recurrido a esa medida subrepticia. Son los llamados “campeones de laboratorio químico”. El precio que pagan estos atletas en lo individual es alto. Esterilidad en las mujeres, desarreglos hormonales en los hombres, amputaciones de miembros, decesos, etc. Algunas veces se descubre la trampa y otras no.



Como sea, el record no se anula y queda como registro de marca oficial. ¡Un nuevo record se ha implantado!



Es sumamente difícil para la práctica ortodoxa que alguien se aproxime siquiera a esos tiempos y a esa “perfección química”. Mucho más difícil que pueda superar la marca. Tal vez el caso más documentado es el de la República Democrática Alemana, en los años sesentas del siglo pasado. Mucho de su impresionante medallero olímpico, y de otro tipo de competencias deportivas, tenía bases anabólicas fraudulentas.



Esta situación se da también en el alpinismo. Hay casos documentados, confesados, por los propios autores. Debemos de reconocer aquí su sinceridad de estos autores pues de otra manera no tendríamos datos bibliográficos para referirnos a esa situación. Fueron utilizados los dopajes en situaciones de emergencia al verse en la disyuntiva de renunciar a la cumbre o ingerir pastillas. Eso los marcó para pertenecer al alpinismo ortodoxo o al heterodoxo. Porque, efectivamente, también hay casos en que s e decidió renunciar a la cumbre antes que entrarle al doping.



El Nanga Parbat, en el Himalaya, se consiguió mediante doping por Herman Bull. Leonel Terray escribe que en la Cordillera Blanca del Perú también tuvieron que recurrir al doping para efecto de poder conquistar la cumbre. Mauricio Herzog, en la conquista que la expedición francesa hizo al Annapurna también lo consigna.

Y entre la medicina autorizada y el doping, los franceses en la sur del Aconcagua empezaron a beber coramina hacia los 6 mil. Y Herzog en el Annapurna mojaba terrones de azúcar empapados en adrenalina. Bull en el Nanga Parbat tomó tantas pastillas que, describe, empezó a ver elefantes color de rosa.



Cada quien persigue sus fantasías como puede. Insistimos, nadie tiene derecho a criticarlo, es su vida y su dinero que gasta en la expedición (salvo que ésta sea patrocinada por el Estado).

Pero nos interesa hacer la anotación que el alpinismo ortodoxo no es eso. El alpinismo es un deporte que, precisamente, busca alejarse de los cuadros patológicos como el sedentarismo, el estrés, la rutina agobiante de la ciudad que lleva la neurosis colectiva. Sobre todo busca la situaciones estéticas como la belleza geográfica, la solead terapéutica, el alejamiento momentáneo para que luego tenga el individuo un reencuentro con los grandes valores de la sociedad del valle.



La contratesis es que también hay casos documentados de montañistas que renunciaron a la cumbre antes de recurrir al empleo de sustancias químicas. El Duque de los Abruzos en el K-2. Los suizos en el Everest se quedaron a unos metros de la cima antes que tuviera lugar la conquista de Hilary y Tensing. Güssfeldt en el Aconcagua pudo haber sido el primero en llegar a su cumbre pero renunció a unos metros. Por nuestra parte hemos intentado tres veces dar la vuelta al Pico de Orizaba, en la cota de los 4,200, y sólo una vez lo hemos logrado (ver ficha en este mismo blog: La conquista del Pico de Orizaba,18-22 diciembre de  2003). Felipe Sosa intentó una variante en la norte de Las Goteras, saliendo desde la repisa del lado oeste, y tuvo que abandonar después de varios intentos.



Otra de las cuestiones que busca el alpinista es conocer sus potencialidades naturales. La audacia y el miedo serán sus sinodales. Hasta dónde normalmente puede llegar. Pero esos límites no los puede conocer el “superhombre químico”. Más allá del empleo, aceptado, del oxigeno, que tiende a compensar todo ese proceso de altitud-oxigeno, glóbulos rojos, está el “superhombre químico.”

Era el tiempo en que Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina,alertaba contra el doping: " Un órgano sometido a superactividad, influencias tóxicas y estímulos anormales, se usa más de prisa que los otros. Y su vejez prematura acarrea la muerte el organismo." Pero no le hicieron caso.



Y eso es todo. La cuestión se reduce a decidirse por el alpinismo ortodoxo o por el heterodoxo.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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