Lo que no debe tener una novela, según Ortega y Gasset

Sobre la novela

José Ortega y Gasset

Lo que no debe tener una novela es realismo.



Hay el realismo como género de la novela pero si tiene más peso la psicología, la historia, la sociología, etc. se parecerá más a un ensayo, o a un reporte de investigación científica, que a una novela, aunque en la portada diga novela.



Puede, y casi debe, contener cualquier tema, a reserva que el autor sea capaz de diluir en el lirismo del texto: “Dentro de la novela cabe casi todo: ciencia, religión, arenga, sociología, juicios estéticos,-con tal que todo ello , a la postre quede , desvirtuado y retenido en el interior del volumen novelesco... en una novela puede haber toda la sociología que se quiera pero la novela misma no puede ser sociología…La dosis de elementos extraños que pueda soportar el libro depende en definitiva del genio que el autor posea para disolverlos en la atmosfera de la novela como tal.”



Uno de los cometidos, o requisitos de una buena novela, tal vez el más importante, es la fantasía. Hacer que el lector se olvide de su mundo y se meta en el mundo de la novela. Pone como ejemplo que nos encontremos dentro de un jardín contemplando el lienzo donde está pintado el jardín. El jardín real deja de existir en el acto de la contemplación para centrar la atención en la pintura.



Teotihuacán tiene esa magia. Ponemos como ejemplo. Caminando al principio por su calzadas tratamos de adentrarnos en un mundo de hace dos mil años que produjo la más esplendorosa cultura y civilización del Altiplano Mexicano. Y al salir de la zona experimentamos como un golpe al volver a nuestra realidad del presente.



Ortega y Gasset no habla de huir de nuestra realidad, refugiarnos en el pasado idealizado para huir de la miseria presente, etc. Recurso tan utilizado en la novelística del primer tercio del siglo veinte. Autores y personajes eran más psiquiatras que W. Stekel. A la vuelta de un siglo ya hay tantos, y capaces, psiquiatras de academia, que aquellos autores de novelas, que hicieron furor con sus neuróticos personajes, ahora pasan como meros aficionados de una ciencia que apenas empezaba a rebotar en los intelectuales de cafés de Europa.



Al contrario, la lectura de una novela nos arranca de la obsesión patológica, nos liberta, nos pluraliza, nos informa y nos educa. El autor cree que en el futuro sólo dos modos culturales (la filosofía aparte) pasarán la prueba y son la historia y la novela. A la historia se le ha metido tanta mano negra, queriendo hacerla pasar como el paradigma de la realidad, que casi quedó en una fantasía. Entonces queda la novela que, con su modo fantástico, nos relata mundos reales.

Dibujo tomado del diario El País,17 de octubre de 2015


Dese luego la intención es que en el lector se despierte el interés por arte: “el arte es un hecho que acontece en nuestra alma al ver un cuadro o leer un libro.”



Aquí aparece el tema que ha ocupado a los humanos durante siglos: seleccionamos el tema o me seleccionan mediante la práctica de leer y más leer. Me van haciendo lector, es decir, me van haciendo culto, voy conociendo bibliografía, autores, temas. Ortega y Gasset dice que es lo primero:”sólo conocemos bien aquello que hemos deseado en algún modo, aquello que previamente nos interesa”.



En una librería hay tantos libros, tan interesantes, y sin embargo, vemos al potencial comprador ir entre los estantes de la librería busque y busque. O bien va directamente con el empleado y pregunta por un título ya decidido de antemano.



De este polémico asunto el autor pasa a decir que la novela de antes se preocupaba mucho por escoger un tema formidable y que contuviera mucha acción. Dice que ambas cosas han cambiado o deberían de cambiar. Cualquier tema sirve. Lo que importa es la reflexión:”Sólo a través de un mínimum de acción es posible la contemplación.” Y, en cuanto a la acción: “no debe de preocuparle. Con un poco de tensión y movimiento basta.”



Esto es así porque, a diferencia del poeta, lo que debe preocupar al novelista es hacer una narración extensa. Algo breve, como hay tantos, puede ser interesante, pero se parecerá más a un cuento largo:”Hay que aceptar las cosas como son. La novela no es un género ligero, ágil, alado. Debería haberse entendido, como un guiño orientador, el hecho de que todas las grandes novelas que hoy preferimos, son, desde otro punto de vista, libros un poco pesados...La densidad se obtiene, no por yuxtaposición de aventura en aventura, sino por dilatación de cada una mediante prolija presencia de sus menudos componentes…Una narración somera no nos sabe: necesitamos que el autor se detenga y nos haga dar vueltas en torno a los personajes.”



Finalmente parece que llegamos a una contradicción. De tantas que, afortunadamente, tienen la filosofía y la literatura. Para leer novelas tú decides. Pero para escribir novelas te deciden. Para escribir novela sucede como con las cuestiones de la fe religiosa. No se puede confundir la vocación con la herramienta. Puedes leer veinte veces la Biblia y no por eso llegarás a la santidad de la fe que te lanza a trabajar en cierta dirección. Serás erudito lector de la Biblia pero no santo. La fe es una especie de determinismo. No sabemos quién reparte estos determinismos pero sucede en la práctica. Así es para el novelista. No basta aprender las reglas gramaticales: “sólo será novelista quien, por encima de todas sus restantes aspiraciones, sienta el delicioso frenesí de contar, de imaginar hombres y mujeres y charlas y pasiones.”



Otro escritor, no nos acordamos quien, dice que si no saltas de tu cama a las tres de la mañana, a escribir algo que se te vino a la mente, no eres novelista. Los poetas saben bien de lo que estamos hablando. Y esto ya es más humanamente comprensible. No eres corredor sino abandonas tu sabrosa cama y te pones los zapatos tenis y te largas a correr a la pista. No eres alpinista sino abandonas el sabroso confort de la ciudad y te diriges hacia las montañas… En realidad la vida común está llena de “grandes pequeños” determinismos… La novela, el lector de novelas, el escritor de novelas es un trabajo pesado. Al poeta le bastan dos o tres líneas pero el novelista hace trabajo de albañilería poniendo un tabique tras otros y luego otro y después otros y otros.

Ezra Pound pedía a los dioses que se sirvieran darle cualquier otro oficio, menos el de escritor…



¡Oh Dios! ¡Oh Venus! ¡Oh Mercurio, patrón de los ladrones! Déjame un pequeño estanco,

O establéceme un pequeño estanco,

O establéceme en cualquier profesión

Que no sea esta maldita profesión de escritor,

En donde uno necesita devanarse los sesos todo el tiempo.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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