Safranski y la magia del Romanticismo

El Romanticismo   fue una mezcla de individualismo y universalismo. Tuvo lugar, o empezó a definirse, en la Alemania del último tercio del siglo dieciocho.

La revolución francesa le sirvió de punto de referencia. El hombre parado en el centro, ya no del universo, sino en el centro del mundo, liberando al hombre. Pero el hombre que es susceptible de un solipsismo general tal que se puede convertir en el peor enemigo  de la sociedad.

Descubrir, en el juego de la razón viva y la razón abstracta (se les llama comúnmente Ilustración y Romanticismo, respectivamente), que alguien te quiere apartar de tus símbolos, rituales y tabúes, sólo para llevarte al  campo  de sus símbolos, rituales y tabúes. Es el juego que juega la humanidad desde antes de salir de las cavernas. Lo que va cambiando son las etiquetas con las que se les designa.

Novalis
Otro elemento que va a entrar  en juego es el aburrimiento. El miedo a la rutina laboral que va a requerir toda la atención, tiempo y fuerzas para la producción y el consumo, como c osa inmediata que no deja lugar para la cultura y el esparcimiento. Por lo mismo   se hace presente  la necesidad de asomarse a nuevos cielos, otra literatura, nueva poesía.

 Si el pueblo tiene la suficiente información se dará una muy sana y muy envidiable confrontación dialéctica de ideas, principios e intereses. No para eliminar si no para  complementarse y enriquecer modos de vida. Si no tiene la suficiente información,  veremos a un zorro que   se lleva para su madriguera a un pollito recién nacido. 

Ese juego se da en los niveles altos. Cuando un Poder Legislativo le escatima recursos a la universidad pública, y a la educación pública en general, le está haciendo el juego al zorro. A la sazón hay  muchas universidades públicas, de los estados, en México, que  ni siquiera cuentan con recursos  para pagar de manera regular  los sueldos de los académicos y de los trabajadores manuales, no hay aguinaldos, las prestaciones son miserables, mucho menos hay presupuesto  para hacer investigación científica y cultural  ni difusión.

El Romanticismo alemán fue un mundo, casi loco, con la suficiente información, que entró decidido en la práctica dialéctica. Ministros protestantes que brincaban de la teología a los campos de la filosofía y acababan en un delirante narcicismo. Otros, militantes del protestantismo que se pasaban al terreno del pensamiento lógico y, posteriormente, al estilo de San Agustín, se convertían al catolicismo: En Rüdiger Safranski (El Romanticismo, una odisea del espíritu alemán) encontramos:

“A los románticos les une el malestar ante la normalidad, ante la vida cotidiana. ¿Cuál es su vida en Alemania en torno a 1800? En primer lugar, es la vida cotidiana de escritores, es decir, de personajes para los que los asuntos espirituales no son una bella cuestión secundaria, sino la principal, y para los  que lo espiritual está unido todavía con lo religioso. Y eso no ha de sorprendernos, pues muchos de ellos descienden de familias de párrocos. Ciertamente, también entre ellos la Ilustración ha vaciado la antigua fe. Más por eso mismo, para proteger la vida ordinaria frente al desencanto, prospectan nuevas fuentes de lo misterioso. Las encuentran en el espíritu poético, en la fantasía, en la especulación filosófica y a veces también en la política. Aunque sea una política que pertenece  al reino de la fantasía.”
F. Schlegel otro impulsor del Romanticismo

El Romanticismo fue una actitud en contra de lo que se veía venir, y de hecho ya estaba en puerta, y es el capitalismo neoliberal y la ciudad industrial que enajena  al humano volviéndolo una máquina ciega de producir y consumir. Apartándolo del universo de la cultura.  Novalis, uno de los románticos, escribió: “La forma moderna de pensar convierte la música infinitamente creadora del universo en el matraqueo uniforme de un molino monstruoso”.

El Romanticismo es la protesta contra un mundo donde reina la utilidad sin fantasía “y hace sospechoso el talento humano para la trascendencia y la imaginación”. Un mundo donde no tiene que haber mitos porque el mito distrae de la producción y el consumo. Safranski se pregunta: “¿Qué es una vivencia mítica? Es una vivencia potenciada, a la que se abre una inesperada plenitud de significación.”

La solución aristotélica es el individuo en la ciudad industrial, que produzcas en la fabrica en la perspectiva de la plus valía pero que, a la vez, frecuente con asiduidad la cultura universal y viaje en aras de la magia y de la poesía. Dicho de otra manera: ni puro Romanticismo ni pura Ilustración. O una buena dosis de Ilustración Y otra de Romanticismo.

Fue Friedrich Schlagel, uno del Romanticismo filosófico histórico, que vio la necesidad de separar y, a la vez, de  integración de los dos modos de pensar y vivir.Safranski, por su parte, termina su obra mencionada con las siguientes palabras: "no podemos perder el Romanticismo...El Romanticismo despierta nuestra curiosidad por lo completamente diferente.Su imaginación desencadenada nos otorga los  espacios de juego que necesitamos"

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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