La conquista del Ruwenzori italiano 1906




Príncipe Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos (Luigi Amedeo Giuseppe Maria Ferdinando Francesco di Savoia-Aosta, Madrid, 29 de enero de 1873 - Jowhar, Somalia Italiana, 18 de marzo de 1933) fue un príncipe, marino, montañero, explorador y geógrafo italiano. Es conocido por sus exploraciones en el Ártico y por sus expediciones de montaña, en particular, al monte San Elías (Alaska y el Yukón) y al K2 (Pakistán-China). En la Primera Guerra Mundial participó como almirante de la Regia Marina.1

Henry Morton Stanley subió en 1889 el pico que lleva su nombre, de 4,980 metros, en el macizo montañoso del Ruwenzori, África oriental. La primera ascensión al pico Margarita la llevó a cabo el duque de los Abruzzos, en 1906, con una altura de 5,125 metros. En 1932 Shipton y Tilman recorrieron este  macizo y subieron varias de las  cumbres más altas.

No sabemos cómo hizo Stanley para llegar a las Montañas de la Luna. El duque de los Abruzzos y su expedición tuvieron  que hacer una travesía de varios cientos de kilómetros por grandes lagos y mucha selva y desarrollar un trabajo alpino de varios meses, con un contingente de cargadores de hasta 300. Shipton, ya con otras condiciones de trasporte y vías de acercamiento,  relata que no estuvieron más de una semana en esas montañas y para llegar a ellas recorrieron 800 kilómetros en el automóvil de Tilman.

En el siglo diecinueve,  y particularmente en el primer tercio del siglo veinte, algunas naciones del centro de Europa  empezaron  a explorar los macizos montañosos del planeta. Alemanes, franceses, italianos  e ingleses, principalmente. Les interesaba conocer cuáles eran los glaciares y cuencas heladas que alimentaban los grandes ríos. O con qué mares se comunicaban. Los alemanes  escalaron en  el sistema montañoso del Atlas, que separa las costas del mar Mediterráneo y las del Océano Atlántico.

Ya para entonces seguramente habrían considerado que un día el agua sería tan importante como el petróleo. O más. Sin el petróleo  nos atoramos  en nuestro industrialismo  pero sin el agua morimos. En efecto, un siglo más tarde, en el primer tercio del siglo veintiuno, hay plena conciencia que el  que controle ese liquido tiene un poder decisivo en su región.

Lo anterior parte de la manera como se decante la probidad (para no traer la palabra moralidad que inquieta a muchos) en ese lugar propulsor de expediciones. Un ejemplo: Isabel La Católica hasta, se dice, empeñó sus joyas para financiar el viaje de Cristóbal Colón. Las ruedas de la historia nos enseñan que  esto redundó que  de América  llegara  a España oro, plata y especies a raudales, durante los siguientes tres siglos.Y ayudara a la  la consecuente preponderancia de España en Europa.

Pero lo que parece ser la regla es que  grandes fortunas, del erario público,   se van a las cuentas particulares en lugar de invertir en proyectos de alcance nacional. La prensa mundial  denuncia a   los grandes solipsistas  defraudadores que  empeñan el futuro de un país por los siglos de los siglos.

Financiar proyectos que pueden redundar en beneficio nacional, o esconder recursos, puede marcar el porvenir de una nación. Pero esto depende mucho de la pasta de que estén hechos los hombres de esa generación, por decirlo de la manera costumbrada,porque igual hay sinvergüenzas en un sexo como   en el otro sexo.

El duque de los Abruzzos era un hombre muy rico pues su padre fue en un tiempo rey y persona de grandes comodidades. Pero el que conoce la trayectoria alpina del duque sabe que lo mismo era almirante, de la Marina Regia de su país italiano, que podía dormir en una tienda de campaña con cupo   de apenas tres o cuatro en las grandes alturas con las  más grandes incomodidades y bajo los vendavales de nieve. Cruzaba candentes desiertos de arena que desiertos helados de hielo o subía las altas montañas himalayicas. Un estoicismo que no abunda en los grandes salones de la dulce vida.   
  
Llevaba consigo un equipo de hombres de ciencias que traían noticias geográficas,  botánicas y geológicas de primera mano. 

Si hay algo, o mucho, de auténticamente honorable, en la tan denostada aristocracia, el duque pertenece a ello.

Esta clase de actitudes tan visionarias, como la de la reina Isabel I de Castilla,  nos inspira la conquista del macizo montañoso  Ruwenzori. ¿Era esa la idea del duque de los Abruzzos cuando emprendió la exploración de la cadena montañosa del Ruwenzori.? ¿Proporcionar datos de primera mano a su gobierno  de aquella parte de África? No tenemos la respuesta.

 Pero lo cierto es que un siglo más tarde de la ascensión al Ruwenzori, por el Duque de los Abruzzos, en efecto,  la posesión del agua es tan importante o más que la posesión del petróleo. Hace más de  medio siglo se están dando  guerras  regionales, en todo el planeta, por controlar el agua.

 Antes al peregrino  sediento se le ofrecía un vaso de agua y ahora se le vende a un euro...

Por lo pronto esas exploraciones pusieron en claro lo que hasta entonces  era un misterio: Las montañas de la Luna, como también se conoce al Ruwenzori,  son las que   alimenta el  Nilo, segundo río  más grande del planeta después del Amazonas.


“La cadena Ruwenzori, oficialmente conocida como Rwenzori desde que en 1980 se renombró con un nombre local, es una pequeña cordillera de África situada en la frontera entre Uganda y la República Democrática del Congo. Es unas de las pocas cadenas montañosas de África con glaciares, con el Kilimanjaro y el monte Kenia. Los glaciares, sin embargo, amenazan con desaparecer por el calentamiento global. Su nombre significa «hacedor de agua», pues estas montañas reciben aproximadamente 1990 mm de agua dando lugar a numerosas corrientes, algunas de las cuales alimentan al Nilo Blanco. La cadena del Ruwenzori tiene unos 120 km de largo por 65 km de ancho.  Los montes Stanley son los más importantes, con varias cumbres elevadas. Incluye el pico Margarita, el pico más elevado del macizo con 5.125 metros. Estas montañas fueron a menudo consideradas como las «Montañas de la Luna», mencionadas por Tolomeo como las fuentes del Nilo, pero sus descripciones eran demasiado vagas para saberlo con certeza. Fueron descubiertas casi 2000 años más tarde por los europeos.”

La expedición del duque de los Abruzzos partió de Nápoles, en barco correo alemán, hacia África oriental, el 16 de abril de 1906.La travesía marítima duró 17 días por la vía Suez-Mar Rojo. Atracaron en el puerto de Kilindine de Mombasa. Siguieron  en ferrocarril para Puerto Florencia. Luego la travesía del gran Lago Victoria (el que capta las aguas de lluvia de las llanuras y selvas y del deshielo de las montañas) en un “vaporcillo” y el 7 de mayo desembarcaron en Entebbe. Una semana más tarde, el 15 de mayo, la expedición se puso en marcha por la ruta de Kampala.
El duque de los Abruzzos

Estaba integrada por 300 personas. Llevaban 714 bultos de 23 kilos cada uno. Comprendía equipo de escalar, equipo científico, tiendas para acampar y víveres para 80 días (40 de caminata ida y vuelta por la selva y 40 de trabajos en la montaña).Además llevaban animales vivos como cabras y aves para ir comiendo en la marcha de aproximación y así preservar más tiempo los víveres enlatados.

Al caer la tarde hacían con rapidez increíble dos empalizadas con árboles que cortaban del mismo lugar, y dentro de las cuales levantaban tiendas. Quedaban así protegidos sobre todo de los animales depredadores. Una empalizada era para los negros y la otra para los italianos.

Luego de 15 días de marcha llegaron a Fort Portal, situado  en los 1,532 metros sobre el mar, en un lugar que se llama Midana “cerca de las Misiones Católicas francesas”. El 25 de mayo atravesaban la frontera entre Uganda y la Western Province “lugar donde se  esconden leones y elefantes”.

Fue hasta el 28 de mayo que pudieron distinguir la cadena montañosa del Ruwenzori. Pero aun les faltaban 70 kilómetros para llegar. Una distancia “habitada por elefantes, búfalos, antílopes, leones, etc.”

Alcanzada la altitud de los 3,798 metros instalaron el Campamento Base. Los días siguientes empezaron a ascender a varias cumbres del Ruwenzori. La primera fue el Pico Grauer, de 4,514 metros de altitud. Con frecuencia debían permanecer horas o días dentro de las tiendas obligados por el mal tiempo y la nieve que caía.

Ahora, en pleno siglo veintiuno, cuando nos son familiares las altitudes alpinas de los Andes y el Himalaya, estas altitudes del Ruwenzori nos parecerán una situación poco impresionante. Pero todo alpinista que ha llegado a la altura de los 4 mil sabe que es la cota en la que se empiezan a sentir los estragos de la altura, por la escases de oxigeno en la atmosfera, y sus consecuentes efectos perniciosos en la sangre merced a la escasa producción de glóbulos rojos. Las consecuencias para ciertos organismos pueden ser graves y hasta mortales en el transcurso de pocas horas.

Acompañado con los guías alpinos profesionales Petigax y Brocheler y otros alpinistas italianos, al final de la expedición escalaron 18 cumbres. En algunas de ellas repitieron varias ascensiones, ya  para regresar a los campamentos, o bien  para verificar datos de localización y altitud.

Las temperaturas eran promedio de 4 grados bajo cero. Las altitudes entre los 4 mil y los 5mil (M. Baker: 4,873 m, Pico Walloston: 4,659 m, Pico Eduardo: 4,874. Pico Margarita: 5,125 m  y Pico Alejandra: 5,105m.)   

El 18 de junio, después de una jornada pesada,  el  duque ponía pie sobre la cima más alta del Ruwenzori: Pico Margarita, con sus 5,125 metros.

 En recuerdo de esa jornada, el duque escribiría más tarde: “Y aquellas cumbres, las únicas que se veían  en aquel momento en que se coronaban mis esfuerzos, recibieron los nombres de Margarita y Alejandra, para que bajo los auspicios de las dos soberanas fuese siempre unido  a la posteridad el recuerdo  de las dos naciones: Italia-cuyo nombre resonó el primero sobre aquella nieve  en un grito de victoria-e Inglaterra ,que en su maravillosa expansión colonial llevó la civilización hasta las faldas de aquellos montes lejanos."


La expedición duró  del 16 de abril  al 28 de agosto de 1906.






















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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