Schopenhauer en las estrategias del amor




El amor, las mujeres, la muerte y otros temas
Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos…Núm.455, 2009
Primera edición en alemán, Berlín, 1851

Arthur Schopenhauer (Danzig, 22 de febrero de 1788Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. En su obra tardía, a partir de 1836, presenta su filosofía en abierta polémica contra los desarrollos metafísicos postkantianos de sus contemporáneos, y especialmente contra Hegel, lo que contribuyó en no escasa medida a la consideración de su pensamiento como una filosofía «antihegeliana».

“Que nazca un nuevo ser a través de ayuntarse con su pareja, es lo que  busca, o manda, la naturaleza.”

El que ha comprendido la filosofía Schopenhaueriana, en toda su plenitud, en esta estratagema de la naturaleza, para que nazca una criatura, por medio del amor, es Hollywood: sus películas siempre terminan con un beso. Es el preludio del coito: “El amor es un instinto, no es una invención.”

El leit motiv, como vemos en las novelas, los poemas, las películas y las telenovelas de las abuelitas, es el amor. Lo que busca la naturaleza es el embarazo: “El amor tiene por fundamento un instinto dirigido a la reproducción de la especie.”

Pero si bien es instintivo, no es una reproducción a tonta y locas. Contra lo que se cree en el mundo machista, el hombre es inclinado a los amores múltiples, no la mujer. Si el hombre fuera el que se embaraza, ya no cabríamos en este planeta. Implosionaría. 

 No es el fin el que busca la naturaleza, sino conservar a la especie. Porque, dice Schopenhauer, el hombre puede embarazar hasta cien mujeres en un año, o más. En cambio la mujer sólo puede tener un niño al año.

Esto último habla de la conservación de la especie: “El amor de la mujer crece a partir de ese instante (el embarazo).Esto es una consecuencia del objetivo de la naturaleza, que se encamina al sostén y por tanto, al crecimiento más considerable posible de la especie…La mujer permanece fiel a un solo hombre, porque la naturaleza la impele, por instinto y sin reflexión, a conservar junto a ella a quien debe alimentar y proteger a la futura familia menuda.”

Por eso también la mujer prefiere al hombre rudo  y no al intelectual. El hombre rudo dará su fuerza a la criatura a través de sus genes. También lo haría con el intelectual y con el científico pero la cultura no se transmite de esa manera y hay que aprenderla…Esto de la cultura  lleva tiempo y lo primero es sobrevivir y después, si hay modo, vivir…

Más tarde el zoólogo Desmond Morris ampliará  la formula al decir que el amor no es un invento burgués sino de la naturaleza. ¿Por qué? Una vez concebida y haber nacido la criatura, la pareja no se desuna  y el niño quede desamparado y perezca. El planeta está lleno de mujeres y hombres con los que sin pensarlo dos segundos engendraríamos otro niño. Pero entonces el primer niño quedaría desprotegido...

Schopenhauer reitera que todo el empeño de la naturaleza es lograr un embarazo. Por eso, como hacen los enamorados, es necesario preparar el escenario con música, flores, chocolates y mil halagüeñas promesas. Cuando todo está preparado ¡pum! se da el embarazo.


Los zoólogos nos dirán  que en todo esto, del primer acto, no diferimos en nada de los conejos o de las arañas o de los hipopótamos. Hay ingeniosas estratagemas para perpetuar la especie.

 Afrodita, diosa del amor, pertenece al equipo de los dioses griegos cosmogónicos, es decir, los que son por sí. El instinto, el agua, el viento, etc. A diferencia de los otros dioses llamados de los hombres  y de los hombres hechos dioses.

Afrodita Urania de los griegos (Venus de los romanos)  es la diosa de todo lo relacionado con el sexo y su “presentación” erótica del amor sensato.

 También esta Afrodita Pandemos, la de los amores fáciles, la diosa   de los humanos que por una u otra razón no son favorecidos por el amor. Estos son los que tal vez sean los más efectivos para se cumpla con el objetivo de la naturaleza.

 No creen en el amor sólo en la cópula. “Negar la realidad del amor-dice Schopenhauer-no es gala de objetividad, sólo corresponde a que no se es beneficiario del amor.” Y no queda sino contentarse con el ejercicio del conejo: “No pudiendo ser pagados con la moneda del amor recíproco, gentes muy enamoradas se contentan con la posesión, es decir, con el goce físico.”

Si la criatura queda protegida, o no, ya la sociedad sufrirá las consecuencias, él ya cumplió con el mandato de la naturaleza. Sólo se trató de una acto mecánico, no de  otra cosa.

Caso diferente es de las parejas que, contra toda dificultad biológica, buscan a través de la ciencia, a toda costa, el embarazo. Aquí no es un accidente sino un acto consciente que busca  darle calidad a la especie, no sólo número inconsciente.

Pero se crea, o no se crea, en el amor, o sólo en la cópula, la naturaleza sale ganando porque lo que le importa es que el hijo sea engendrado: “Ese es el fin único y verdadero de toda novela de amor, aunque los enamorados no lo sospechen. La entrega que conduce  al desenlace es cosa accesoria. Y lo hace así porque, fuera de todo fenómeno, es absoluta voluntad de vivir.”

Por eso la conclusión de Schopenhauer es que en la vida de todos los días, en las novelas, y  en los poemas, todo está dirigido a “que nazca un nuevo ser a través de ayuntarse con su pareja, es lo que  busca, o manda, la naturaleza.”

 Por eso las películas  y las telenovelas de las abuelitas acaban con un beso…






























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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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