CHESTERTON ES EL INGLES QUE DESCUBRIÓ INGLATERRA




Ortodoxia
G.K. Chesterton
Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos…Núm.490
Primera edición en inglés, año 1908

Todos los días hay un inglés que descubre Inglaterra.

“Gilbert Keith Chesterton ['gɪlbət ki:θ 'ʧestətən] (Londres, 29 de mayo de 1874 - Beaconsfield, 14 de junio de 1936), escritor británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes.”

El tema  de Chesterton aquí  es el cristianismo, de hace 2 mil años, y los cristianismos que aparecieron la semana pasada, anunciando que acaban de descubrir el cristianismo.

En un párrafo breve, Chesterton describe su propia trayectoria dentro de los cristianismos heterodoxos, que él llama “cristianismos modernos”. Va a hacer, como hizo San Agustín,  escribir en extensos trabajos su formidable trascurrir hacia la ortodoxia. Él llama a este suceso  “el chasco feliz”. Es autor de uno de los más formidables trabajos sobre la obra de Santo Tomás de Aquino. Y otro sobre San Francisco de Asís.

Chesterton fue periodista y conoce la importancia del párrafo de entrada a un escrito para poner las cartas sobre la mesa respecto del tema de que se trate y, tal vez, de captar la atención del lector ávido de información: “Traté de encontrar para mi uso, una herejía propia, y cuando la perfeccionaba con los últimos toques, descubrí que no era herejía, sino simple ortodoxia...

 Con frecuencia he sentido  deseos de escribir una novela sobre un “yatchman” inglés que erró  levemente su ruta  y descubrió Inglaterra convencido de haber descubierto  una nueva isla en los mares del Sur.”

Chesterton advierte que este no es un “tratado eclesiástico sino un autobiografía un tanto deshilvanada”. Chesterton se limita a lo suyo y no trata de enmendarle la plana a los otros cristianismos. No incurre en la situación de los “cristianismos modernos" que, carentes de ritual, critican el ritual romano.

Cuando estaba del otro lado de la banqueta se dio cuenta que, si bien es cierto de que existen muchas maneras de rogar a Dios,  en lugar de entrar en reflexiones de las Escrituras, se la pasaban bailando y cantando, como una manera de no entrar en la Liturgia. La  Liturgia es la oración oficial a Dios  instituidas por Cristo  y su Iglesia.

 Entró en el análisis que   instituyó Jesús la Sagrada Eucaristía como medio de multiplicar su  presencia como Dios-Hombre, no solamente en Palestina, sino todos los días en todos los países. Tuvo que hurgar mucho en su yo para convencerse que Él continua ofreciéndose  en el altar bajo las especies  de pan y vino, recordando así la separación de su Cuerpo  y Sangre en el Calvario.

 Recordó que, en especial en los días  que  se  elige a un Papa, los “cristianismos modernos”, hombro con hombro con   la laicidad del planeta, ejercen presión para que la Iglesia de Cristo cambie sus postulados, toda a la luz de “los nuevos tiempos”. Lo que acabó de convencer a Chesterton son los postulados  inamovibles de la Iglesia, no las modas de los tiempos.

Se hizo la pregunta si la Iglesia de Cristo es una institución anquilosada, como dice “el mundo”. Y encontró que el concepto de perenne es algo en desarrollo, no una cuestión estática y acabada. En sus días corría la idea popular que lo que dura, vale. Y él encontró que no había en el planeta una institución abierta del mundo occidental  que tenga dos mil años de vida ininterrumpida: “Una vida como la que el hombre occidental, por lo menos aparenta haber deseado siempre.”
G.K.Chesterton

Y no sólo eso, sino que en su vida que suele ser  accidentada, al interior de la Iglesia, como toda organización humana, su permanencia,”contra viento y marea”, es una señal de la presencia de Jesús que dijo que estaría con ella, con la Iglesia, todos los días, hasta la consumación de los siglos. Fue cuando se  pasó de este lado de la banqueta...

Cuando se ha decidido por Roma, escribe: “Ese hombre soy yo. Yo descubrí Inglaterra….Soy el hombre que haciendo derroche de audacia, descubrió lo que ya había sido descubierto.”

Mientras este inglés buscaba  Inglaterra-Roma, al igual que San Agustín buscaba Cartago- Roma, decía: “Se busca la verdad, pero es posible  que instintivamente  se persigan las verdades más increíbles…Este libro explica cómo imaginé  ser el primero  en poner pie en Brighton y cómo descubrí  luego, que en realidad era el último.”

Más adelante escribe: “Confieso abiertamente  todas las ambiciones de fines del siglo XIX. Yo, como otros solemnes chiquilines, traté de anticiparme  a la época. Como ellos, intenté  adelantarme por diez minutos  a la verdad, y encontré que ella  se me había adelantado  unos 1,800 años.”

Finalmente deja constancia, con toda humildad,  que: “Posiblemente traté de ser original, pero sólo llegue a inventar una copia imperfecta, de las ya existentes tradiciones  de la religión civilizada. El hombre del “yatch” creyó descubrir Inglaterra; yo creí descubrir Europa.”








 














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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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