LASTIMA, UNA APORÍA DE SCHOPENHAUER




         

El amor, las mujeres, la muerte y otros temas
Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos Núm.455, año 2009,
Primera edición en alemán: Berlín 1851.

“Arthur Schopenhauer (Danzig, 22 de febrero de 1788Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. En su obra tardía, a partir de 1836, presenta su filosofía en abierta polémica contra los desarrollos metafísicos postkantianos de sus contemporáneos, y especialmente contra Hegel, lo que contribuyó en no escasa medida a la consideración de su pensamiento como una filosofía «antihegeliana»” Wikipedia.

El hombre, al nacer, es amamantado, lo mismo que es amamantado el perro al nacer, ¿por qué el primero tendría que ser cruel con el segundo?


Influido por los Upanishads ( “Upanishads designa a cada uno de los más de 200 libros sagrados hinduistas escritos en idioma sánscrito entre el siglo VII a. C. y principios del siglo XX d. C.”Wikipedia), o quizá por San Francisco de Asís, Schopenhauer pone a occidente frente a una aporía, esto es, una cuestión sin resolver. Cómo demostrar lástima, suprema señal de  la moral, y, a la vez, supervivir, o ya siquiera, cómo sobrevivir, sin hacer daño a la naturaleza. Pero Schopenhauer no pregunta, no interroga, demuestra. Demuestra que nos hemos metido en un callejón sin salida.


Somos de la cultura occidental y ésta, a lo largo de sus milenios, sabe, y esa es la lección que nos dejó la guerra de  Troya, cantada por Homero, que hay corrientes de pensamiento, y hasta religiones, que son armas sublimadas de conquista que se nos presentan con la piel de oveja. Al final va a ganar el que sea más sagaz para convencer al otro y el que éste mejor armado. Pero el vencedor mismo implosionaría, como tantos vencedores han implosionado,  si no cuenta con principios morales de calidad. Y ese es el tema que aquí desarrolla Schopenhauer.

Remarcamos que somos de la cultura occidental porque ésta tiene sus principios (resultado de sus tesis y contratesis) y así, desde esa perspectiva, es como debe verse el tema en cuestión.  No desde otra perspectiva cultural ni religión, a riesgo de hacer del tema un galimatías.

La ciencia veterinaria experimenta con perros, así este filosofo con las cuestiones de los hombres. Es cuando dice: “lo mismo que ellos, los hombres, han sido amamantados por sus madres, también el perro lo ha sido por la suya.”

Agrega: “La lástima, principio de toda  moralidad, toma también bajo su protección a los brutos, al paso que en los otros sistemas de moral  europea se tiene  para con ellos tan poca responsabilidad y tan escasos miramientos. La pretendida carencia de derechos  de los animales, el prejuicio de que no tiene importancia moral nuestra conducta  para con ellos, de que no hay, como suele  decirse, deberes para con los irracionales, esto es precisamente una grosería que subleva…”
 
A.Schopenhauer
Se refiere a la crueldad del hombre que maltrata y mata a los perros y a los gallos cuando los echa a pelear en la plaza. Una crueldad que crece de manera exponencial al escuchar los gritos de máximo sadismo de los espectadores, al grado que algunos eyaculan de tanta emoción al pedir la muerte del gallo o perro o boxeador o luchador, o toro, en contra del cual apostaron.

Esto era natural en tiempos del paganismo, no del cristianismo que, junto con lo mejor de la cultura grecorromana, distingue a lo que conocemos como cultura occidental. Si estuviéramos en  los tiempos de los romanos  o de los aztecas, eso sería lo “normal”.


La aporía a la que nos referimos es cuando caemos en la certeza que, para alimentarnos, deben ser sacrificados animales de prácticamente toda especie como aves, peces…Como demandantes somos responsables, junto con el que levanta el hacha, para matar al pavo.

Aquí es donde Schopenhauer  emplea  un modo muy fino de hacernos entender que, al estilo de los de la India (o en Europa San Francisco de Asís) en cuanto a religión, o filosofía espiritual, todo debe quedarse como está, como nace. Al menos en lo que se refiere al reino de los animales. Que tendríamos que volvernos vegetarianos. Grupos de excepción practican ese modo de alimentarse. Pero eso, como sabemos, no es el “modo occidental” de comer.


El, o la, que  tiene, y demuestra, lástima, pasa la prueba de toda humanidad. Recuérdese que humanidad no es la gente o el populacho o la especie. Es una categoría que se gana con acciones positivas hacia otro fuera de mí. Un título de doctor en ciencias no se hereda, se gana. Así la categoría de humano, no se hereda, se gana.

Schopenhauer recurre a su modelo preferido para contrastar situaciones con el hombre, el perro. Así como la ciencia veterinaria se apoya  con perros, así este filosofo  con las cuestiones de los hombres.


El tema es la lastima como ejercicio moral que pasa todas las pruebas de la sofistería intelectualoide.

Y en tanto eso no suceda, la lástima, la prueba de fuego para practicar  la autentica demostración de respeto y amor, seguirá estando muy lejos de nuestras buenas intenciones.

 Finalmente dice: “La conmiseración con los animales está íntimamente unida  a la bondad de carácter, de tal suerte, que puede afirmar de seguro que quien es cruel  con los animales no puede ser buena persona.”












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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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