RUBEN DARIO Y JUAN VALERA




“Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta nicaragüense, máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas

Rubén Darío envió a Juan Valera un ejemplar de su libro Azul  Son relatos de viaje y algunos cuentos. El novelista  y político español entabló por ese motivo una comunicación epistolar con el poeta nicaragüense. Recuérdese  que  en el modo epistolar Valera es un maestro.

Desde Madrid,  el 22 de octubre de  1888, Valera le escribió a Darío: “Su libro no enseña nada”.  De esa manera  el autor de Pepita Jiménez empieza con Darío el juego del suspenso literario. Le va a dirigir enseguida señalados  elogios como escritor. Pero antes le restregó en la cara su afrancesamiento:”Dudé empezar la lectura de su librito porque pensé que usted era uno más de los Victorhuguitos que tanto proliferan en estos tiempos….¿Si será éste, me dije,  uno de tantos y tantos  como por todas partes, y sobre todo en Portugal y en la América española, han sido inficionados por Víctor Hugo?”
Rubén Darío

En efecto, era el final del siglo diecinueve en el que  una parte de América, es el caso de México, Francia estaba omnipresente. Su arquitectura se puede ver en la colonia Roma, de la capital mexicana. El ejército mexicano se vestía con uniformes estilo ejército francés. La literatura francesa campeaba y la alta sociedad  procuraba aprender  el idioma francés antes que el mismo español. En el  intríngulis de la política internacional México había enfrentado al ejército francés pero en la práctica era muy favorable a Francia, como una respuesta al poder hegemónico de Estados Unidos

El presidente Porfirio Díaz, uno de los héroes que combatieron al ejército francés de Maximiliano y Carlota, escogió, no obstante,  Francia para pasar sus últimos años de vida y morir allá… El discurso político estaba con Estados Unidos pero el corazón con Francia. En el  México de entonces pocos sabían leer  y los que tenían acceso a los libros se aprendían  de memoria a  Víctor Hugo. Citar Los Miserables y Los hombres del mar eran el toque de distinción en las reuniones de la sociedad. Abundaban los bigotes finos  engomados hacia arriba, un poco a lo Dalí.

Los pueblos de origen indoamericano no podían volver la vista hacia otro lado. Pocos tenían acceso a la filosofía alemana.

 La cultura de calidad de España estaba a  la sazón distanciada del ánimo de sus  habitantes por la animadversión incubada en   tres siglos de coloniaje. Tendría que correr el tiempo para abrirle los brazos a Rocío Durcal (en primer lugar), Miguel de Cervantes S, Manuel García Morente, José Ortega y Gasset...

 Se leía a Homero y a Dante y poco a Cervantes. En especial en el siglo  diecinueve, con la reforma borbónica, que en México recaudaba dinero hasta por debajo de las piedras.

 Los indios no podían pagar los impuestos, pero no eran metidos a la cárcel porque menos podrían pagar. En su lugar se les azotaba  y con la espalda chorreando sangre  eran enviados a  trabajar. Tan torpe la política de los borbones en América, para España,  que sin ella el grito de independencia de los pueblos americanos  se hubiera tardado otros cien años en oírse. Los norteamericanos, y los países centroeuropeos, seguían de cerca los acontecimientos y entre todos acabaron poniendo una camisa de fuerza  a España.  
Juan Valera

Valera,escritor original de altos vuelos y experimentado político de carrera, sabía lo que le decía a Darío. Lejos de los norteamericanos y muy distantes de España, América abrió los brazos a la cultura francesa. Y, en efecto, s e llenó de Victorhuguitos. Sigue diciéndole respecto del paquete cultural del poeta nicaragüense: “Y se entrevé también que todo esto  ha penetrado en la mente del autor, no diré exclusivamente, pero sí principalmente, a través de libros franceses.”

Ya pasada, pero todavía  fresca, la presencia política española, predominante en Europa,  y su influencia cultural: “La cultura de Francia, buena o mala, no pasa nunca de la superficie. No es más que un barniz transparente, detrás del cual se descubre la condición española.”

Desde luego, Valera no quiere dejar la impresión que Darío es un plagiario, como tan frecuente es en literatura. Todos somos herederos y pregoneros de la  rica cultura occidental y no dudamos en citar, en entrecomillar, pensamiento de éste o aquel pensador, y lo hacemos con placer, pero nunca falta un filósofo  más “original” que el mismo Platón,que se olvida de entrecomillar, por eso le dice: “usted no imita a ninguno: ni es usted romántico, ni naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano. Usted lo ha revuelto todo. Lo ha puesto a cocer  en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quintaescencia.”

No deja de mencionar una influencia  que se descubre en Azul y que son ecos de la revolución francesa y, a la vez,  ecos que anuncian la conmoción española de 1936,con lo que, en este sentido, España también acabó siguiendo a Francia: “Que se suprima a Dios o que no se le miente sino para insolentarse  con Él, ya con reniegos  y maldiciones, ya con burlas y sarcasmos.”

Reconoce la originalidad que Darío transluce en su poesía: “Con el  galicismo mental de usted no he sido sólo  indulgente, sino que le he aplaudido por lo perfecto:”

Y, como en Las mil y una noches, al terminar su epístola, le dice: “Ahora será bien que yo cite muestras  y pruebas que hay en su libro de usted, con notable elegancia, todo lo que afirmo; pero esto requiere segunda carta.”




















 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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