MARCO AURELIO Y SU SOMNOLIENTO SOLILOQUIO





Soliloquios
Marco Aurelio
Editorial Porrúa, Serie Sepan Cuantos, Núm.283
2004


Me miro en el espejo todos los días, al despertar, antes del baño, para procurar una presencia que esté conforme con mí querer ser. No como soy sino como me gustaría ser.

Pero sólo puedo ser como soy. No puedo ser como otros son. Observo también que otros tampoco pueden ser como otros son. El que es calvo no puede tener una abundante y blonda cabellera. El de abundante cabellera quisiera ser calvo, y parecerse a los pensadores griegos y emperadores romanos, pero no puede de manera natural. El de pelo lacio lo quiere tener rizado y el de rizado, lacio.

Para intentar ser como no soy existe ahora una poderosa industria mundial del cosmético. Pero ni así. Sólo logro, en parte, ser como no soy por unas horas y luego vuelvo a ser como soy.

Marco Aurelio hace así, en un hipotético espejo, en el que soliloquea (¿o dialoga?) con su yo. O mejor dicho con su ego. Dice que sólo dormidos  somos comunes hasta con las bestias. ¿Quién sabe qué pasará con el inconsciente onírico de cada uno pero el hecho es que todos somos iguales cuando dormimos. Y no quiero repetir lo que al respecto dice Aristofanes por que huele mal.

Es cuando despertamos que ya no somos iguales. Empiezo a soliloquiar con mi yo. A partir de ese momento me distingo de las bestias porque sigo paradigmas. Y tal vez yo mismo sea un paradigma que otros traten de seguir.

O al menos  mi modo sirva para que otros, siguiendo el método negativo de la filosofía, reafirmen su personalidad  no siendo ni pensando como yo. Al criticarme está diciéndose a si mismo “yo no soy como ese, yo no pienso como ese, yo no visto como ese, yo no vivo como ese, yo no leo como ese, yo no escribo como ese, yo no concretizo como ese, yo no subjetivizo como ese”. De esa manera es como cada quien se va haciendo su “retrato hablado” de sí mismo”. En contraste con el otro.

Ya me he dado cuenta que muchas utopías se alcanzan y otras no.  Sueños individuales  o sueños comunitarios. Hay limitaciones propias y limitaciones exteriores. Ni el presidente de la república ni Dios pueden actuar a su antojo. Hay principios que de transgredirse  es otra cosa pero ya no sería  uno ni presidente ni el otro sería Dios. Si un anarquista vive  institucional habría que buscarle otra etiqueta de la geografía política.

Es cuando Marco Aurelio convoca  a su yo a que reflexione si es contra las cosas con las que se irrita o contra el cielo. Porque para muchos  sólo hay una  de dos sopas: o átomos o entelequias.  Sólo los buenos cocineros saben mezclar los dos asuntos:

“Si esto depende de tu arbitrio ¿por qué lo haces? Y si de otro, ¿contra quién la has?¿Contra los átomos o contra los dioses? Uno y otro es locura, no debiendo enojarte contra nadie; porque si puedes, enmienda las cosas; pero si no fuera posible, ¿qué utilidad sacas de irritarte?”

Cuando finalmente acaba de despertar, parado frente al espejo, se da cuenta que está formando parte de la técnica de una novela. Sólo es uno de los personajes de una novela. Es la técnica que inventó Sócrates con su  mayéutica. Todos los novelistas, aun los anti socráticos, le deben el diálogo a Sócrates.

En este soliloquio ¿quién es el verdadero y quién es el alter ego? En una novela el alter ego es el que hace y dice lo que el autor quiere que diga y haga.

Pero con frecuencia el autor  es de una manera y a través de su alter ego dice cosa diferente de cómo hace. Lo que se conoce como “doble discurso” o “doble moral”. El que se compromete con lo que dice es el alter ego, no el autor.

Más tarde Hegel trató de  cerrar el paso al doble discurso y dijo que el humano no son las palabras que dice sino lo que hace. Es decir, el acto. Los actos son los que nos describen a los hombres. En esa época todavía no  había mujeres, sólo hombres.

Para que valga la pena haber despertado, ir más allá de cómo hacen las bestias, que sólo procuran pasar el día. Enriquecer con valores, no tanto con dinero, al grupo que me da cobijo como humano.

 Sabido es que sin dinero no podemos ir ni a la esquina. Pero el dinero extiende  su naturaleza pecuniaria, o carácter dinerario, cuando deviene en valores humanos.

Y, entonces (como dijo Ernest Hemingway y que Marco Aurelio ya lo había dicho), entonces brilla el sol. Para ese día, porque mañana, si es que hay un mañana, habrá que hacer como los aztecas hacían, luchar porque cada día vuelva salir  el sol. Claro que ellos se referían al Sol que está detrás del sol.

Marco Aurelio sigue diciendo, parado frente al espejo:

“Cuando sintieras repugnancia en levantarte de dormir, acuérdate de que es correspondiente a tu estado y a la naturaleza humana el ejecutar acciones útiles  al bien de la sociedad, pues el dormir  también es común a las bestias. Además de lo que es conforme  con la naturaleza de cada uno, esto le es más propio y connatural y, sin duda alguna, más gustoso y agradable.”
 
Marco Aurelio

Marco Aurelio Antonino Augusto2 (apodado el Sabio) (26 de abril de 121317 de marzo de 180) nacido en Roma, fue emperador del Imperio romano desde el año 161 hasta el año de su muerte en 180. Fue el último de los llamados Cinco Buenos Emperadores, tercero de los emperadores de origen hispano4 y está considerado como una de las figuras más representativas de la filosofía estoica.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores