ORTEGA: LA FILOSOFÍA ES SUPERFICIALIDAD


Qué es filosofía
José Ortega y Gasset
Espasa-Calpe, S. A. Madrid,  Núm. 1551
1973

Superficializar. Traer a la superficie. No en el sentido de poco meditado. Bucear en el valioso  fondo revuelto de las abstracciones intelectuales.

El fondo contiene, en efecto, cuestiones valiosas,  pero hay tal  abundancia de ellas que con facilidad el individuo acabaría en un eclecticismo disolvente, en un nihilismo, en una pertenencia a nada.

A semejanza de alguien que, hipotéticamente, trabajara de  político  y fuera  de saltimbanqui de un partido a otro defendiendo su interese inmediato, no idolología. Como un jugador profesional de futbol que ahora está en el equipo del que ayer fue contrario.


Esto también se da con frecuencia en el terreno intelectual, al apartarse el individuo de la corriente general y se va a la abstracción filosófica.


Lo que José Ortega y Gasset dice, como también los dicen Leibniz y Jean Whal, es que la filosofía, para que se le señale como tal, debe ser integradora.  Es la idea del ecumenismo. Ya sea religioso o filosófico:

“Para que un conjunto de pensamientos sea filosofía, estriba en que la reacción  del intelecto ante el Universo sea también universal, integral-que sea en suma, un sistema absoluto.”


Hay misticismos que por su esencia llevan lejos del grupo. Aun en comunidad, son comunidades pequeñas.  Si esa secta no contiene valores vitales, para todos, permanecerá secta. Hay grandes pensadores que primero fueron místicos pero que no se quedaron en la meditación y se decidieron por  la comunicación universal:

“Mi objeción frente al misticismo es que de la visión mística no redunda beneficio  alguno intelectual. Por fortuna, algunos místicos han sido, antes de místicos, geniales pensadores como Plotino, el maestro Eckart y el señor Bergson. En ellos contrasta peculiarmente la fertilidad del pasamiento, lógico o expreso, con la miseria  de sus averiguaciones místicas.”

Hay prácticas  desintegradoras que parecen revolucionarias.  El plurisindicalismo, en el movimiento obrero, nace con la idea de una más amplia democracia, pero en el fondo esa pluralidad es el gran obstáculo para una acción de conjunto.


Lo mismo en el pluricorrientismo, dentro de un mismo partido. Hay tantos intereses que los del partido de enfrente acaban ganándoles la carrera.


El pluripartidismo nos enseña, en muchas partes del planeta, que las grandes reformas estructurales, que sacarían adelante a la nación, ya pueden dormir tranquilas que nadie en el palacio legislativo  se ocupará seriamente de ellas.
Ortega habla no de un Yo individual sino de un Yo universal.


 Ortega señala que el pensamiento caótico siempre ha visto con buenos ojos al misticismo por su manifiesta impotencia de estructurar algún beneficio sustentable para la generalidad:

“Los partidarios de la bullanga en todo orden preferirían  siempre la anarquía  y la embriaguez de los místicos  a la clara y ordenada inteligencia de los sacerdotes, es decir, de la Iglesia.”

Y respecto de la superficialidad dice:

“Contra lo que suele suponerse, es la filosofía un gigantesco  afán de superficialidad, quiero decir, de traer a la superficie  y tornar patente, claro, perogrullesco, si es posible, lo que estaba subterráneo, misterioso y latente. Detesta el misterio y los gestos melodramáticos del iniciado, del mistagogo…

“La filosofía es un enorme apetito de trasparencia y una resuelta voluntad de mediodía. Su propósito radical es traer a la superficie, declarar, descubrir lo oculto y velado. En Grecia la filosofía comenzó por llamarse alétheia, que significa desocultación, revelación. Si el misticismo es callar, filosofar es decir. Frente al misticismo, filosofía quisiera ser el secreto a voces.”



“José Ortega y Gasset (Madrid, 9 de mayo de 1883 – ibídem, 18 de octubre de 1955) fue un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital (raciovitalismo) e histórica, situado en el movimiento del Novecentismo.”




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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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