WHITEHEAD Y LAS CONDICIONES PARA LA EXPERIENCIA ESTÉTICA



El devenir de la religión
A.N.Whitehead
 Editorial NOVA,Buenos Aires


La estética busca el sentimiento puro, en los valores, frente al fenomenalismo. O bien busca expresarse, la estética, a través del fenómeno.

Coloquialmente, saber combinar los recursos materiales con los espirituales, para poder construir lo mismo una casa que comprar un tractor como  escribir un poema o una novela, todo en la búsqueda de un mundo mejor para todos, dentro de la finalidad creadora.

Para tal efecto es preciso proceder  como  los alpinistas cuando ascienden una montaña que no cuenta con albergues ni refugios de altas cotas. Establecer su campamento base y desde ahí ir ganando altura. La manera es instalar campamentos de altura, cada vez más altos. Si se sabe conservar el campamento base, allá arriba pueden azotar las más  crueles tempestades. Siempre habrá un campamento base desde donde volver a empezar.

 Y al final está la cumbre, motivo de todos los afanes. Pero la cumbre es sólo un vacío  metro cuadrado de rocas como cualquier lugar. Pero que no significa lo que en cualquier lugar. Es un  lugar, vacío, tan estrecho, y tan codiciado, que por llegara él los humanos están dispuestos a dar la vida misma.

 Es así porque  en ese lugar vive la estética. Lo que esto signifique para cada quien en particular.  Pero ni preservar los campamentos de altura, ni alcanzar el lugar donde vive la estética, sería posible si no se conserva el campamento base.

Un símil de acá abajo, del valle, de lo que Whitehead  nos dice, con su idea de conservar, para edificar, es en relación a lo que se viven todos los días en el mundo laboral. En dialogo con el patrón. En el real y vigoroso  sindicalismo, ese que se discute libremente en las asambleas y también libremente se decide por su voto depositado en las urnas.

La síntesis de lo que se debate  se llama contrato colectivo de trabajo. Quítese ese documento estabilizador y todo se convierte tarde o temprano en caótico en las relaciones obrero-patronales.  Será el mundo de la dialéctica laboral en el que nadie se queda con todo ni nadie se lleva el cien por cien. A ambas partes, pues, interesa conservar su CCT. 

Querer quedarse con todo, recientemente, apenas en el siglo pasado, costó la vida de doscientos  millones de humanos.

Conservar es la palabra clave en esta parte de la filosofía de Whitehead. Este pensador es considerado como “el más importante de todos los metafísicos ingleses contemporáneos precisamente porque nace como científico” (Ramón Xirau, Introducción a la historia de la filosofía).

También para Leibniz la idea del orden es punto central en su filosofía. A la metafísica Leibziana se le conoce como doctrina del orden.

 En otra escala, conservar la estabilidad del mundo es lo que  piensa el filósofo para que pueda darse una nueva experiencia estética y empieza su obra, reiteramos, con la palabra conservación:

“La conservación a través de las edades de la historia, de un tipo dado de experiencia como sucesivos ejemplos de ocasiones separadas requiere, el orden estable del mundo actual.”

Y más adelante dice:

“El nacimiento de una nueva experiencia estética depende de la conservación de los principios en la finalidad creadora.”
 
Whitehead
“Alfred North Whitehead, OM (Ramsgate, 15 de febrero de 1861 - Cambridge, Massachusetts, 30 de diciembre de 1947), fue un matemático y filósofo inglés. Nació en Ramsgate, (Kent, Inglaterra), y falleció en Cambridge, Massachusetts, (Estados Unidos). Publicó trabajos sobre álgebra, lógica, fundamentos de las matemáticas, filosofía de la ciencia, física, metafísica, epistemología y educación. El trabajo más conocido, del que es coautor con Bertrand Russell, es Principia Mathematica. En ese tiempo partiendo de una teoría relacionista (o más bien relativista) del espacio centró su epistemología en la naturaleza de las cosas. Mantuvo tal postura hasta la década de 1930. A partir de entonces su obra tomó visos más metafísicos. Whitehead fue profesor en las universidades de Londres y de Cambridge, donde destacó por sus estudios lógico-matemáticos. Luego en Estados Unidos fue director de la cátedra de filosofía en la Universidad de Harvard, y tuvo entre sus discípulos a Quine.”





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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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