J.WAHL, LECTURAS FILOSÓFICAS


 

Llenar la alcancía de monedas se consigue vendiendo jitomates, la filosofía es empujada por otros vientos.

Buscar la cualidad de la esperanza es la perspectiva que tiene la obra de Jean Wahl, filósofo francés del siglo veinte, con el título: Introducción a la filosofía. El nombre original de este trabajo es: El camino del filósofo. La idea que encierra el libro es una información valiosa y equilibrada tomando en cuenta los diversos pareceres intelectuales a través de los siglos. No es apologista de nada ni enciende chamusquina contra nadie.

Tampoco es  un trabajo de hermenéutica, al estilo de las historias de filosofía.

Se trata en realidad de una guía para la vida. Los humanos presurosos se reúnen durante el día en la fábrica, en la oficina, en el aula, en la asamblea sindical, en el partido político, buscando mejorar sus condiciones económicas y en general lo que se conoce como cultura de civilización. O cultura del bienestar.

Y por la tarde acuden a los lugares de oración, buscando una vida que trascienda al tiempo.

Desde los primitivos tiempos del cristianismo, en las catacumbas, los hombres se reunían no para juntar sus monedas, pues eran esclavos, pobres campesinos y otros más pobres, los emigrados, que llegaban a Roma de manera subrepticia desde otros reinos, o gente de mal vivir, lo más degradado de la sociedad, buscando ahora la regeneración moral. Por lo que entre todos ellos no reunían ni siquiera lo que ahora sería un dólar.

Buscaban vivir en armonía con las cosas y con las cualidades de esas cosas. Sabían que sólo  las cosas sin sus predicados son perecederas.

Se reunían buscando valores esenciales, no monetarios. Y, sorprendentemente, irónicamente, de manera adyacente, encontraron que para ganar una vida de calidad era necesario, en primer lugar, confiar en el otro, despojarse lo más posible del propio solipsismo, y abrir la cartera, aunque se tratara de magras monedas.

Un primer paso  fue tratar de vivir en comunidad, entonar el canto de la esperanza. Si es cierto que por el dinero se pierde la gente, ahora ellos iban a  demostrar que por el dinero, precisamente por el dinero, también se puede salvar de esa cárcel sin barrotes.

Entendieron que vivir en el sufrimiento perenne, en la tristeza,  es vivir en el mundo de las patologías. Por eso empezaron a elevar sus cantos mezclados con el humo de incienso.

Sidney Poítíer embellece la vida, del páramo, como debieron hacerlo los primeros cristianos, en sus catacumbas, con el canto amen en la película Una voz en las sombras o Los lirios del Valle (Estados Unidos,1963, con la dirección de Ralph Nelson).
 
 Wahl hace referencia a las ideas pesimistas, de algunos filósofos, y pondera la idea de la esperanza:

“No debemos aceptar ni las falsas esperanzas en las que insiste Schopenhauer, ni el momento de desesperación por el que todos nosotros hemos de pasar según Heidegger. Pero podemos seguir defendiendo la vida por esta cualidad de la esperanza.”

Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich,1968
Aquellos primeros cristianos no renunciaban a su individualidad, dentro del ambiente de comunidad, pues ahora sabían que  cada uno tenía un alma muy propia e irrenunciable. La confianza en los otros estaba en la medida que se ponía en la balanza la diferencia entre mi yo de mi ego.

Wahl advierte que no  nos engolfamos en las lecturas filosóficas buscando hacernos la vida de cuadritos, como se dice en México,o de buscar caminar, como dicen los norteamericanos, sobre cáscaras de huevos. Se hace buscando el sentido de la vida, que necesariamente tiene que ser edificante y que trascienda:

“Uno de los problemas de la filosofía es conservar la idea de la vida formulada bajo la influencia conjugada de las observaciones científicas y del romanticismo, juntamente con la fe de los antiguos en el valor de la ley no  escrita y la idea de algo que, aunque quizá pueda explicarse vitalista e históricamente, trascienda a la vida e historia.”

 
Wahl

“Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).”Wikipedia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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