P. KRISTELLER, HUMANISMO RENACENTISTA


 

Europa ha atravesado épocas en las que sólo se podía hablar de una manera.

Lo mismo para América, en cuanto dependió por entero de los centros de poder europeos, de los siglos dieciséis al diecinueve.

Igual en religión como en política. El que se salía de la ortodoxia de la época lo pagaba con la vida o, si bien le iba,  con el destierro. La guillotina y la hoguera tenían muchos dueños.

Por lo anterior citamos el gran papel que en ese sentido le tocó despeñar al humanismo renacentista, citando las palabras de Kristeller:

“En el campo de la filosofía debemos a los humanistas el tener acceso fácil a los filósofos antiguos además de Aristóteles, Cicerón, Séneca, Boecio y Proclo, y el poder leer a Platón, Plotino, Epicteto, Lucrecio, Sexto Empírico o incluso mucho de Alejandro de Afrodisias. También estamos en deuda con ellos por el hecho que ya no estamos atados por el argumento escolástico (o al menos no estábamos por él hasta hace algunos años), y de que se nos permita expresar nuestro pensamiento no sólo en comentarios y cuestiones, sino en disertaciones y ensayos, libros y monografías.”

Agrega en seguida: “La Edad Media seguramente conoció a Virgilio y Ovidio, Cicerón y Aristóteles; pero nosotros estamos en deuda con el humanismo renacentista por el hecho de que también conocemos a Lucrecio y Tácito, Homero y Sófocles, Platón y Plotino.”

Paúl Kristeller, Ocho filósofos del renacimiento italiano: Fondo de Cultura Económica, México.

Kristeller no es piromaniaco cultural. Vale tener su propio y respetable modo de ver la vida, pero se empeña en evitar el pensamiento sectario agresivo para las otras maneras de pensar.

Dibujo tomado del diario  El País 4/1/2017
Así como Jean Wahl declara (Introducción a la Filosofía) que lo más pernicioso para la libertad de pensamiento son los “ismos”, idealismo, materialismo, etc. Así Kristeller explícitamente se pronuncia contra lo “antis”.

“…en la erudición, la literatura y la filosofía, el humanismo renacentista trajo al mundo occidental un gran cuerpo de saber y literatura seculares que no era ni religioso ni científico o profesional, y que sin ser antirreligioso o anticientífico, vino a ocupar un lugar grande e independiente al lado de la teología y de las disciplinas profesionales en la educación, el escribir y el pensar.”

Pero el conocimiento del humanismo está lejos de la calle. Quiere decir que ese lejos deja un vacío que se apresura a llenar un “espantoso empobrecimiento cultural”.

“Encuentro que se presta mucho culto de palabra a las humanidades en los círculos académicos, pero que están notablemente  ausentes de nuestra discusión pública que, cuando eleva a las alturas a las  materias puramente prácticas, parece que no nos deja sino la helada alternativa entre ciencia y religión.”

Kristeller encuentra la solución en el humanismo. Pero no el humanismo cultural politiquero sino el documentado, en la tradición del conocimiento, de la historia de la filosofía. Sólo de  esa manera podemos evitar comer  “gato por liebre”, como dicen en Chihuahua.

 O, como le escribe Cicerón a su amigo Ático, refiriéndose al sofisma que nos dan  envuelto en papel celofán: "Estos son argumentos para el público."

 En otras palabras, en el mundo abundan los capitanes Ahab y las Ballenas Blancas  envueltos en “humanismo”. Kristeller lo dice de esta manera:

“La formación humanista, mucho más que el magro curso de las artes liberales de la Edad Media, es el manantial de lo que alabamos como las humanidades, algo a lo cual atribuimos un efecto ensanchador y que no debería ser simplemente  una materia de una llamada educación general o una ocupación para los ratos de ocio, sino uno de los elementos integrales de nuestra vida y perspectiva.”

Kristeller es claro en este punto: “me gustaría subrayar el interés intrínseco que el estudio de esa materia, y el estudio de toda la historia de la filosofía, puede tener para el estudiante de la filosofía.”

De la misma manera, Jasper alerta contra el camino corto en filosofía. Dice que en esto no resulta evitar el estudio de los grandes filosofos:

 "No se llega a la filosofía sino por el camino de su historia. Este camino es para el individuo un trepar, digámoslo así, por el tronco de grandes obras originales.

 "Karl Jasper, La filosofía, Apéndice, Fondo de Cultura Económica, México,1996.

Es cuando Kristeller siente al apremio de actuar  llevando  revistas y  libros de filosofía, para su divulgación, por así decirlo, a las carnicerías y tortillerías, antes que sea tarde, es decir, más tarde. Porque la ausencia de cultura en el pueblo es como la presión arterial: más allá de cierta cifra, ya no hay vuelta atrás:

“Cuando me enfrento a tales problemas  comunes, empiezo a creer que nuestra herencia humanística y nuestro estudios históricos y filológicos son mucho más que simples ocupaciones eruditas, y que contienen serias implicaciones filosóficas cuya importancia ya es tiempo de desarrollar y presentar al público, antes de que el espantoso empobrecimiento  de nuestro sistema educativo y cultural haya ido demasiado lejos.”

Kristeller
 “Paul Oskar Kristeller (Berlín, 22 de mayo de 1905 - Nueva York, 7 de junio de 1999) fue un filósofo e investigador especialista en temas relacionados con el renacimiento, el humanismo y los manuscritos de filósofos de ese período. Es considerado el más importante de los investigadores sobre el renacimiento durante el siglo XX”.wikipedia

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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