NAJERA, LA NOVELA DEL TRANVÍA, cuento

Es decadente la visión que Manuel  Gutierrez Nájera plasma en este cuento La novela del tranvía.

Es un ángulo fiel lo que relata, pero sólo es un ángulo de tantos que componen la sociedad mexicana del siglo diecinueve.

Es probable que siguiera el influjo de alguna corriente deprimente de esas que suelen recorrer Europa cada vez que el continente sale de una guerra y que se refleja en su literatura. Recordamos Tiempo de inverno y Castillo sobre la arena de Jan Valtín, con respecto de la segunda posguerra mundial.

Eso lo entendemos  bien  los mexicanos por los resultados adversos de la guerra de 1847 con los Estados Unidos.

 Lo que ya no recibimos de nuestros intelectuales es ese empuje ascensionista para salir del caos, como le hacen en Europa, y buscar colocar de nuevo el país en la primera línea de los estados del mundo.

Todo transcurre después, entre nosotros, durante dos o tres siglos, en culparse liberales  y conservadores. Sacándose mutuamente la lengua en tanto que los otros ya construyen fabricas a toda prisa y buscan divisas hasta por debajo de las piedras.

Como sea, Nájera nos ofrece datos interesantes de la sociedad que le tocó vivir.

Nájera, o su alter ego, viajan en un tranvía y desde ahí, sin descender, observa a dos personas que también van en el tranvía. Ve a un hombre viejo cuyo aspecto y modo de vestir se ve que pasa penurias económicas. Imagina Nájera  que el viejo tiene varias hijas, ya en edad casadera. Pero que están desnutridas.  Piensa que   esas jóvenes, necesitan “carne, vino, píldoras de fierro y aceite de bacalao.”

Ve, sentada más allá, a una mujer madura y con rasgos sensuales que, piensa, es casada pero que ahora se dirige a encontrarse con su amante. Al parecer va al templo pero, cree, eso es pura pantalla. Y sigue una cantidad de consideraciones sociales, morales, matrimoniales, que recuerdan a Ana Karenina.

No obstante, el relato lirico de Nájera ofrece algunos datos reales de esos días. El tranvía electrico, el más moderno medio de transporte de ese entonces, se inauguró en México en 1856.Su antecedente era un tranvía jalado por mulas. Duró este excelente medio de viajar en la ciudad hasta 1979.Año en el que el cielo mexica se empezó a poner negro de humo.

Ciudad de México,  finales  siglo diecinueve.
Comenta  algunas cuestiones que, por ese hecho de aclarar, nos da idea que circulaban de manera corriente entre la gente. Se refiere a los indios bárbaros, a  pieles rojas y a  las señoras de ligera reputación:

 “Hay hombres muy honrados que viven en la plazuela del Tequesquite, y señoras de invencible virtud cuya  casa está situada en el callejón de Salsipuedes. No es verdad de que los indios bárbaros estén acampados en esas calles exóticas. Ni es tampoco cierto que  pieles rojas hagan frecuentes excursiones a la plazuela de Regina. La mano providente de la Policía ha colocado un gendarme en cada esquina. Las casas de esos barrios  no están hechas de lodo ni tapizadas por dentro de pieles sin curtir. Son casas habitables, con escalera y todo. En ellas viven muy discretos caballeros, y señoras muy respetables, y señoritas muy lindas.”

Ciudad de México, principios siglo veinte.
Un dato más, y este nos parece de fábula. Habla de colonias exteriores, pero por algún interés se defiende que la ciudad de México es de extensiones increíblemente reducidas:

“No, la ciudad de México no empieza en el Palacio Nacional, ni acaba en la calzada de la Reforma.”

Es decir, según lo que se dice,unos dos  kilómetros… Para el siglo veintiuno esa ciudad es de sesenta kilómetros  por setenta.
 
 
M.G. Nájera
 
 (Ciudad de México, 1859-id., 1895) Poeta y escritor mexicano. Manuel Gutiérrez Nájera pasó toda su vida en Ciudad de México, salvo breves visitas a Querétaro y Veracruz y alguna temporada en una hacienda familiar de Puebla, donde se sitúa la dramática acción de su cuento La mañanita de San Juan.
Manuel Gutiérrez Nájera cultivó diversos géneros literarios en prosa y en verso, y perteneció a la primera generación modernista. Influido por el marcado afrancesamiento de su ciudad, se inspiró en Verlaine, Gautier y Musset, aunque también admiró a los místicos españoles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores