LA ESCALADA DE SALÓN EN MEXICO


 

En Francia y Alemania tuvo lugar el inicio de lo que, andando el tiempo, se conocería como “escalada de salón”. Sucedió a mediados del siglo veinte.

En el libro Ascensión al Aconcagua de René Ferlet, 1956, se puede ver una fotografía de alguien que sube  sirviéndose de las anfractuosidades de la pared de una casa. También  de trozos de madera fijadas en la pared a manera de “salientes” artificiales.

En la temporada de invierno, en los Alpes europeos, todo se cubre de nieve y hielo. Las ascensiones de más o menos profundidad quedan cerradas, se suspenden en espera de que el tiempo cambie.

Llega cierta inactividad igual para los guías alpinos profesionales que para los “sin guía”.

Ese involuntario sedentarismo es perjudicial en todos sentidos para la salud. Lo que esto significa para un guía profesional, que su situación económica y la de su familia,  depende de la manera que él cuida su condición psicofísica.

Para no perder la “forma” durante el tiempo que duran  las grandes nevadas en la montaña, se ideó lo de los “salientes artificiales” en el valle.

Del libro de René Ferlet
 
Estamos hablando de un medio para conseguir un fin, y es, se apuntó, conservar en buenas condiciones físicas para los días de la buena temporada en la que se reanudan las ascensiones.

Ese medio, ese recurso ingenioso y por demás positivo en su medio natural, es decir, los países de las grandes nevadas, en México se convirtió en un fin. Se llegó a lo que se llama “la sinrazón”. ¿Por qué la sin razón?

México es un país tropical cuya condición, tropical, de sus numerosas playas y mares y la ubicación de sus paralelos, se extiende hasta sus elevados sistemas montañosos.

Las grandes nevadas caen en el país una cada veinticinco años, si bien nos va. En trescientos días del año se puede intentar prácticamente cualquier escalada, aun en la alta montaña, arriba de los cuatro mil.

 De hecho aquí la buena temporada de montaña es en invierno (de finales de diciembre a mediados de marzo). Debido a sus paralelos, aquí el invierno no es tan riguroso como en otras partes.

La escalada de salón ha proliferado y se le encuentra en los gimnasios en todos los rumbos de la ciudad. Y hasta en algunos parque públicos.

Este ejercicio, de la escalada de salón, en la perspectiva de conservar, o recuperar, la salud física, como puede serlo cualquier otra actividad de gimnasio, es positiva y nos apresuramos a reconocer sus bondades.

Ha proliferado a tal punto que ya se toma como algo natural. Caben aquí las palabras de Schopenhauer cuando se refiere a la mala literatura filosófica  que él vivió en su tiempo:

“Lo que se elogia en voz alta, públicamente y por todas partes, eso se lee y constituye así el alimento espiritual de la generación que se está formando”.

En otras palabras, conque un sofisma se repita y se repita, el hombre del  menudo pueblo  llega a creer que esa es la verdad.

En el caso que nos ocupa es  “natural” en escalada de ciudad, pero no lo es en la perspectiva del alpinismo.

En escalada de salón, practicado en la ciudad de México, es decir en los 2,200 metros sobre el nivel del mar, sin salir de ella y sin ir a la montaña, falta todo.

Aquí, desde luego, hay sus excepciones, escaladores que igual van a la montaña que a los gimnasios pero, como se dice, no hacen estadística.

Encerrado en el gimnasio no hay viento, sol, lluvia, frío, calor, nieve, hambre, sed, altas y bajas temperaturas.

Dicho de otra manera, los mecanismos de adaptación al medio, de nuestro organismo, no se ponen a prueba,  permanecen latentes y con el tiempo llegan a atrofiarse.

Los de la ciudad nos comportamos como algo propio ya del confort y el consumismo, pero un alpinista es por definición, alguien que debe ir a la "naturaleza natural" y no puede entregarse a esos hábitos blandengues de la dulce vida.  

Sobre todo  algo vital que, como el alma al cuerpo, no se ve: estamos hablando del factor invisible de escalar en las diferentes cotas. Nuestros glóbulos rojos y su efecto en el organismo, que hemos llamado comúnmente como “mal de montaña”.

Todo alpinista sabe que no es lo mismo ascender en los tres mil, que en los cuatro mil, que en los cinco mil, etc.

En el invierno de 2017 tuve la oportunidad de conocer a uno de los mejores escaladores de un  gimnasio de la capital. Platicamos de escalada, charla amena, buena cultura y modo de ser que me pareció lejos de la clásica ego manía que suele aquejar a muchos escaladores.

Nos pusimos de acuerdo para escalar en las aristas de la cabecera de la cañada de Nexpayantla. Un paraíso para escalar en el lado derecho, sur, de la pared oeste de la Torre Negra, y por debajo de la pared del Abanico, en el Popocatépetl.

Roca erosionada por la denudación, exige habilidad e intuición para avanzar de saliente en saliente antes de que se rompan. No son los salientes fijos con tornillos de los salones de escalada pero yo tenía confianza en que la habilidad de mi amigo supiera resolver eso con facilidad.

Era tan entusiasta que esperaba pudiera superar tres aspectos que él desconocía. El primero, escalar con temperaturas bajo cero, tal vez diez grados. El segundo, que subiera  con botas, no con tenis para escalar. El tercero, escalar sin estar asegurado desde arriba, como se acostumbra en el salón. Y como son rocas entre la nieve y el hielo, de nada sirve ponerse polvos en las manos contra el sudor.

Pero no pasamos de la terminal de San Lázaro, la famosa TAPO, el día que debíamos partir. Alegre, ágil y jovial, se presentó puntual a la cita y dispuesto. En short, camiseta y una pequeña “cangurera”. Me preguntó extrañado: ¿para qué llevas eso?

Se refería a mi enorme mochila en la que llevaba tienda de campaña, cuerdas, clavos, sleeping, estufa, martillo, comida para una semana, como lo habíamos proyectado. Comprendí…

Comprendí mi error, no el de él. No tenía idea a dónde iríamos a escalar. Es decir, nunca había andado siquiera en una montaña.

Mi segundo error fue que siempre creí que la escalada de salón estaba relacionada con el alpinismo.

La experiencia me enseñó que es una excelente práctica que ha florecido en el gimnasio.

Pero ninguna relación con la montaña.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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