REGRESAMOS A LA MONTAÑA TEOCUICANI


 

Subimos al adoratorio de Tezcatlipoca, en la cumbre de la montaña Teocuicani, 3,150 metros s.n.m., en el norte inmediato al pueblo de Tetela del Volcán, Estado de Morelos, México, ladera sur del Popocatépetl.

El sendero, de polvo muy fino, bien marcado, contiene numerosas cruces pequeñas, de esas que indican que ahí alguien murió.  Corresponden a los que han sido muertos por el rayo.
Teocuicani
el monte que se le había perdido a la antropología.
La cumbre de la izquierda es la del adoratorio
a Tezcatlipoca
 

Debe tener alguna particularidad física esa montaña que facilita descargar ahí, con marcada frecuencia, semejantes  corrientes eléctricas.

El fuerte retumbar que sigue a la descarga del rayo, nos consta, parece cimbrar a los mismos árboles. A esto corresponde el nombre original de la montaña.

A este retumbar del trueno va el nombre original de la montaña: “Cantor divino” o “Cantor de los dioses”, de Teotl, dios, y cuica, cantar o canto.

En semejantes condiciones el montañista se encuentra  como el náufrago echado en una pequeña balsa en medio del océano. O menos, El náufrago tiene el recurso de remar, en el Teocuicani, impotente ante la descarga eléctrica, el individuo,  depende de lo que venga de fuera, por no decir, de arriba.

En la actualidad esta montaña  tiene en los mapas  el nombre de Citlaltépetl. Es probable que, con el afán de borrar toda huella del importante adoratorio a Tezcatlipoca, los frailes del siglo dieciséis le hayan cambiado el nombre. ¡Y funcionó!

Al Citlaltépetl le pusieron Pico de Orizaba, al Xinantecatl Nevado de Toluca, a la Iztaccihuatl, Mujer Dormida, a la Matlalcueye, la Malinche, al ( se perdió el nombre original) San Miguel, en Desierto de los Leones, al Ajusco, Cruz del Márquez...

 Para descubrir la ubicación del Teocuicani  tardamos cien años, empezando por el francés José Deseado Charnay, en el siglo diecinueve, seguido por José Luis Lorenzo en el siglo veinte y finalmente nosotros, Jorge Rivera y yo. Rivera pertenecía entonces al club alpino Quetzales, de la ciudad de México.

Algunos han salido ilesos de la descarga del rayo. Son los consagrados que pasan a formar parte de una especie de sociedad que les señala como “Rayistas”.

La montaña tiene dos cumbres someras y cercanas una de la otra. La del lado oeste es la que contiene una plataforma artificial sobre la que se edificó el adoratorio al más grande dios de la religión náhuatl, Tezcatlipoca.

Uno de los estudios más  meditados, y documentados, del nivel de antropología, de los tiempos modernos, es Tezcatlipoca, de Gilhem Olivier, (FCE), diciembre de 2004,

De la construcción, destruida en el siglo dieciséis, quedan en pie solamente unos treinta centímetros de muros que delimitan muy bien el trazo del adoratorio. Asimismo, el piso interior se ve de un estuco   original.

 El día que finalmente lo  localizamos, el Teocuicani, el 3 de mayo de 1971, tuvimos la suerte de encontrar (para muy grande sorpresa nuestra por creerlo un lugar totalmente perdido y olvidado) un grupo numerosos de personas mujeres, hombres, niños y ancianos, haciendo la ceremonia ancestral, según cuenta Fray Diego Duran. Con quema de copal, cantos al “señor del agua” y bastimentos depositados en el medio del piso interior del adoratorio.
Los auténticos teciuhtlazque (conocidos ahora
como "graniceros"). 3 de mayo 1979


Por tal circunstancia no creímos prudente tomar medidas del lugar. Según recuerdo serán, aproximadamente, diez metros por seis.
En realidad el Teocuicani nunca fue abandonado por la gente campesina de los pueblos subyacentes. Su rito original se conserva en un noventa por ciento. Aunque resulta difícil creer que alguien aquí tenga idea que están en un adoratorio sacratísimo dedicado a Tezcatlipoca.

Nosotros fuimos los que cometimos el error de buscar esta montaña en el lado norte del volcán, cuando su adoratorio está en el sur.

Dos cosas nos llevaron  a tal error. A)Duran dice que el Teocuicani es una montaña que está en el Popocatépetl y tan alta que en su cumbre se forman tormentas de nieve. De manera automática pensamos en la subcumbre del Abanico (5,000 m.s.n.m., B) Los alpinistas están muy familiarizados con el lado norte del Popocatépetl y, salvo excepciones, pocos, poquísimos, conocen el lado sur del volcán.

A juzgar por los escasos escalones que se conservan, y los huecos en sus paredes, tenía dos accesos, una en el   sur y la otra en el suroeste.  Dada la enorme cantidad de gente que debía visitar el lugar, por un lado se entraría y por el otro sería la salida.


Esta ocasión subimos al principio de la primavera del 2018, 47 años después de haberlo localizado, el 3 de mayo de 1971.Notas publicadas que certifican lo dicho están  en:

 Revista Jueves de Excelsior número 2612 (10, VIII, 1972) paginas 14 y15 y Los Universitarios (periódico quincenal publicado por la Dirección General de Difusión Cutural de la UNAM) número 149-150, 1979 páginas 30 y 31.

El adoratorio esta vez estaba solo. En el suelo interior del recinto había tres ramos de flores, no del todo marchitas. Y un incensario con restos de ceniza y copal.

En el fondo, del lado opuesto a las puertas, está algo así como un altar con pequeñas imágenes del  cristianismo.

En este sitio, es decir, en el fondo del recinto, debió estar colocada la bella escultura de Tezcatlipoca  “de la altura de un muchacho de ocho años”, lo consigna Frey Diego Duran. Relatan los cronistas que era muy visitada todo el año, en especial en Toxcatl, que comprende al mes de mayo, y es cuando se veneraba a Tezcatlipoca,  en todo el “imperio” azteca.

Eso de “muchacho” también tiene que ver con alguna advocación de juventud  con la que se señala a  Tezcatlipoca.

Tezcatlipoca, y su nombre “espejo que humea” está íntimamente ligado al volcán Popocatépetl: la obsidiana, vidrio volcánico, y una montaña que humea.

Popocatépetl y la pared del Abanico
 
Visto desde el NNE
Foto de Agustín Maya
 
En la construcción hay numerosas cruces grandes de madera. Cada año suben una. Ignoramos si la suben en mayo o en Semana Santa.
 
Arriba: La montaña Teocuicani vista
desde Tetela del Volcán.La cumbre de la izquierda (oeste)  es donde se ubica el adoratorio
 
Intermedia: gente "pidiendo agua" al Señor de las tormentas y del granizo". Canto de ofrecimiento de flores,  quema de copal y víveres.
 
Debajo: La entrada sur al adoratorio, las numerosas  grandes cruces de madera y en el centro, al fondo, el altar cristiano ocupando el lugar donde debió estar la escultura de Tezcatlipoca.
 
Este gran adoratorio (según Durán, en su interior  permanecía una bellísima escultura
 a Tezcatlipoca joven).
 
Ahorase encuentra en total abandono y destrucción. Así lo dejaron los vándalos, empezando por los del siglo dieciséis.

Desandamos un poco el camino y levantamos nuestras tiendas en la otra cumbre. En esta ocasión no tenemos encima el espantoso estallar de los relámpagos y el  ensordecedor ruido de los truenos.

Y apenas un vientecillo mueve un poco la copa de los árboles. La temperatura esa noche fue apenas de unos cinco grados bajo cero.

Como sea, estamos conscientes que nos encontramos acampando en el lugar mismo donde se adora a  Tezcatlipoca desde, por lo menos, la civilización tolteca. Cualquier mexicano, con información de sus dogmas originales, recuerda el conflicto de Quetzalcóatl, “rey” de Tollán, con Tezcatlipoca.

“Equivalente a estar acampando en la Meca, para los musulmanes, en el Huerto de Getsemaní, para los cristianos y en el Partenón para los griegos”, comento, alguien.

“Las estrellas miran hacia abajo”, dijo otro mirando al cielo. Tal vez se acordó del título de una novela de A,J, Cronin.

Alguien tuvo una ocurrencia: ¿Qué tal si las estrellas miran hacia arriba y nosotros somos los que estamos mirando hacia abajo?”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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