PLATÓN CONTRA MENÓN


 

Aporía, reminiscencia y virtud, son los tres temas que se ventilan en esta pieza de Platón.

 Sin embargo, será hasta el Fedón, un trabajo posterior al Menón, y en La Republica, donde alcanzarán mayor profundidad.

El Menon es, al estilo de un curso propedéutico, que prepara para un ulterior trabajo. Para cuando Platón haya avanzado más en la esencia de las cosas aquí tratadas.

No hay por qué alarmarse. Esto es propio de los pensadores. Siempre encontramos en ellos la expresión de “mis escritos de juventud”; Kant, Kierkegaard, Spinoza, Schopenhauer, Nietzsche….

 O las subsecuentes ediciones, de un mismo autor, advierten que ya se les hizo una agregado o que el tema tal tiene otra manera de plantearse, etc. El Platón del principio tiene diferencias  sustanciales con el Platón de la última etapa. Lo mismo puede decirse de Kant.

Eurípides escribió una Elena al estilo de Homero, mujer seductora, adultera, irresponsable y culpable de la muerte de tantos Troyanos como de los mismos sitiadores griegos y repudiada por su esposo Menelao. Después escribió otra Elena, de la misma Elena, toda inocencia y dulzura que en tanto Troya es destrozada por la guerra, ella vive feliz en Egipto y que para nada tiene que ver con “aquella”.

Se coincide que el  diálogo con Menón tiene lugar en Atenas en el año 402 antes de Cristo y fue escrito por Platón  16 años más tarde, en el 386.Participaron cuatro personas: Sócrates, Menón, Anito y un esclavo.

La personalidad de Menon es controvertida. Unos lo presentan  casi como  un tenebroso Fouché y Platón, en cambio,  como un hombre sensato capaz de sentarse a sostener diálogos que se salen de lo común.

La aporía es una situación de tocar fondo. Llegar hasta la aparente incapacidad por resolver algo vital.

Ante la autosuficiencia de Menón, que va por las ciudades enseñando lo que es la virtud, Sócrates lo “acorrala” con sus preguntas hasta hacerle ver que en realidad  tiene una idea  insuficiente   de lo que es la virtud.

El aspecto pedagógico de la reminiscencia parece descansar en el Menón en “enseñar a acordarse”, tarea que le corresponde al maestro:

“Por lo tanto si la verdad de las cosas está siempre en nuestra alma, ésta sería acaso inmortal así que es preciso que con valor trates de buscar y de acordarte de lo que ahora no sabes, esto es, de lo que no te acuerdas.”

Equivale a que un instructor de escalada, dejando a un  lado lo empírico, le enseñara al alumno lo esencial.

¿Lo esencial? En lugar de limitarse a decir: sube este brazo, ahora apoya el pie, tres apoyos y el otro en busca del asidero. Le enseñara al alumno acordarse de cuando los antropoides subían a los árboles y terrenos montañosos para ponerse a salvo de las fieras depredadoras: “¡Sólo recuerda cuando subías árboles!”

¿Pero cómo se llegó a este callejón, sin aparente salida, que se llama aporía? Buscando qué es eso de la virtud.

La cuestión que se ve en el Menón es, ¿la virtud se enseña, se aprende? Si se aprende y enseña, es que es una ciencia. Si no, es algo especial, fuera de método, que se da en unos cuantos individuos, al azar, de manera aleatoria o virtuosa.

¿Por qué el 98  por ciento de los políticos del mundo no son grandes y sabios, para su pueblo, como fueron en su tiempo  Cicerón, Pericles, Nezahualcóyotl,  Julio Cesar, Marco Aurelio, Augusto, Constantino, Tiberio Graco?

¿Pero cuál virtud? Hay virtudes particulares y la virtud general.

En el dialogo con Sócrates, Menón aduce una serie de virtudes: “a cada persona le corresponde una virtud particular según lo que haga y según su edad: Justicia, valentía, prudencia, sabiduría, generosidad…”

A Sócrates  le interesa la virtud general, esa por la cual es la misma en todos los humanos. Pone como ejemplo la salud, que debe ser la misma en todos. Y tiene entre otros ingredientes, la justicia y la templanza. ¿Para que  ser virtuosos, buenos?

“Si somos buenos, somos también útiles, porque todas las cosas buenas son útiles.”

 Esto, que parece hasta expresión cándida de Sócrates, consideres lo que vale en tiempos del siglo veintiuno que las ciudades del mundo se han convertido en campos  de guerra y los ciudadanos, pacíficos, muriendo sin saber siquiera de dónde le llegan las balas asesinas.

Quiere decir que todos los humanos son buenos, porque en todos ellos está presente lo mismo.

La manifestación de que hay hombres malos es con relación a que  eran, buenos. Un hombre malo no se puede hacer malo, ¡ya era malo! Sólo de  bueno deriva a malo.

De “entrada “todos los hombres son buenos. Por las circunstancias se hicieron malos. Pero siempre hay una lucecita en el fondo del pozo que nunca se apaga. Algunos le llaman conciencia.

Sócrates dice que no es que haya nacido  malo, sino que ignora lo que es malo creyéndolo bueno:

 “Quienes ignoran  lo malo, no lo desean, sino que desean aquello que toman por bueno, siendo en realidad malo”.
Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la  vida diaria
de Fritz Redlich, 1968

Hay mucha tela de donde cortar en el Menón. Por eso vale leerlo con cuidado y releerlo:

 “Cada dialogo platónico ofrece un entrelazamiento de diversos problemas”, anota Osmanczik en su obra Menón.

Todo va en el terreno de lo lógico. Donde se levantan las olas, ya desde los tiempos de Platón, y más en el siglo veintiuno de fuerte laicado  y abundante banalización, celular y videojuegos ( y partidos de futbol que se parecen mucho a la guerra florida de los aztecas), es en el aspecto ontológico, espiritual, de la palabra virtud.

“En  el Fedón, dialogo un poco posterior al Menón, las Ideas o Formas tiene una existencia ontológica autónoma, independiente del mundo  sensible. Ellas son el verdadero ser, el ser- en –si.”

Menón, Ute Schmidt Osmanczik (editado por la UNAM, 1975)

¿Lógica y ontológica? ¿Cosa y esencia? Los católicos lo entenderán. Una ostia es pura harina. Una ostia consagrada tiene propiedades trascendentales, pertenece al reino de  lo espiritual.

En otras palabras, Menón insiste en la enseñabilidad de la virtud y Sócrates en la esencia de la virtud. Aquel en lo particular y éste en lo general, como  hizo con el ejemplo de la salud.

Parece que desde los tiempos de Platón  hablamos  con frecuencia un poco a bote pronto de cuestiones que muchas veces desconocemos.

Como quien relata los últimos diez minutos de una película de la que no conoce el principio y desarrollo. O de la historia con veinte antecedentes pero del que acaso sólo conozca uno.

Se debate si la virtud es moral, como ahora se ve desde el cristianismo, o es conocimiento y, por lo tanto enseñable.

Sócrates ofrece una Idea para poder salir de  la aporía, y es reconsiderar el asunto desde el principio.

Hasta entonces Menón decía de la virtud esta o de la virtud aquella o la virtud de más allá.

 Sócrates, empieza desde el principio y pregunta: ¿qué es la virtud?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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