AHUIZOTL, LA DIMENSIÓN DEL IMPERIO AZTECA

Eran señoríos, no imperios.  Y  a los dirigentes máximos se les llamaba tlatoanis.  Los historiadores españoles, del siglo de la conquista, y los historiadores indígenas, ya colonizados, igualmente les dicen imperios o reinos.

Glorificar el pasado para paliar de alguna manera la precariedad presente espiritual, cultural y económica, aunque sólo sea en lo psicológico, es algo que la Humanidad ha hecho desde  siempre. De ahí el dicho “todo tiempo pasado fue mejor”.

Conocer a  Ahuizotl, séptimo   Tlatoani (”rey” o “emperador”) de México-Tenochtitlán, no es un paliativo, fue una realidad, y todo  en grado superlativo.

En conquistar nuevos pueblos, en las artes, en el refinamiento de la vida de las clases dirigentes (refinamiento sobrio, no decadente), en la atención para con el pueblo pobre (como hacia Julio Cesar), en la remodelación de la ciudad, en el fasto de las fiestas religiosas, en la construcción de obras para la ciudad en medio de la laguna, en el arte y en lo que desde nuestro siglo nos parece crueldad.

Todos los señoríos estuvieron siempre en la práctica constante de la guerra de conquista, de rapiña, y también en   la guerra de las rosas (la guerra como deporte), sólo para hacer prisioneros, llevárselos a su dominio y   ofrecérselo en sacrificio a los dioses sacándoles el corazón.

El espíritu de todos los ejércitos del mundo, de todas las épocas, no es la piedad, sino el dominar, es la crueldad.

En los conventos se enseña el amor a Dios,  el amor al prójimo, la tradición cultural, la familia en relaciones de salud y, como prueba de fuego de todo lo anterior, la caridad al prójimo.

La filosofía de los cuarteles es matar o morir.

El que  revuelve, o confunde,  los contextos,  en la vida practica y en la intelectual, vivirá en una confusión de niveles patológicos.

Vivir con el cuchillo de obsidiana en alto, o estar tirado boca arriba, sobre el techcatl, piedra de sacrificios, era lo absolutamente normal en México-Tenochtitlán.

 Tan común como ahora vemos los partidos de futbol o las peleas de box.

 El vocablo “cruel” es del cristianismo (en tiempos de paz), no de la religión solar.

 Pero sólo en tiempos de paz. Hay épocas, y frecuentes, en que hay que dejar  a un lado la cruz y empuñar la espada, o los misiles o las bombas.

Juana de Arco vivió en medio de dos ejércitos  antagónicos, cristianos, que competían por ser el más desalmado que el otro.

Así las cosas, ahora decimos que todos los pueblos amerindios eran crueles, pero los   mexicas  eran los más crueles, y Ahuizotl (así fue su momento histórico que le tocó vivir) fue el más cruel de todos los tlatoanis mexicas.

Para los mexicas fue el más grande conquistador, lo que en occidente llamaríamos héroe de leyenda. En otras palabras, el más grande depredador.

También su sucesor, Moctezuma II, fue un gran conquistador, pero pronto cayó en un refinamiento cortesano blandengue. Comía solo, entre suaves melodías, tenía cuarenta platillos diferentes para escoger, fumaba yerba cuando se retiraba a sus aposentos y nadie podía verle a la cara ni darle la espalda cuando se retiraban. A los mitos propios ancestrales de su pueblo este monarca agregó su inestabilidad emocional. Se volvió demasiado supersticioso (este “demasiado”) quiere decir que vivía aterrorizado  “y en su ansiedad hizo martirizar e inmolar a muchos inocentes”, anota Carmen Aguilera.

Lo desalmado  para con sus adversarios, y pueblos conquistados, de parte del Imperio  romano, que vemos en las películas de Hollywood, es  un pálido reflejo de cómo los aztecas llevaban la vida.

Aquí también  había gladiadores, pero con la diferencia que en Roma el que caía en la lucha, cuerpo a cuerpo, era  comida para  los leones, aquí el que perdía era echado a la cazuela, para los tamales y el pozole.

 
El prisionero de guerra era sacrificado
ante el altar de los dioses.
Tenía una ultima oportunidad y era salir con éxito
del encuentro gladiatorio. Luchaba atado a la piedra
circular, temalacatl, y con armas no letales. Pero no obstante,
algunos lo lograban.
En este caso se le ofrecía la nacionalidad tenochca
y casamiento con una mujer mexica.
 
Lamina tomada del trabajo de Carmen Aguilera.
 
Esta visión, o información, nos deja la lectura de la obra de Carmen  Aguilera: El arte oficial tenochca y su significación social, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1985, cuando habla del reinado de Ahuizotl.

México-Tenochtitlán tuvo once tlatoanis, para el periodo precristiano, a partir de la fundación de México-Tenochtitlán. Ahuizotl fue el séptimo y gobernó del año 1486 al 1502. Después de él siguieron tres. Algunos historiadores cuentan 23 tlatoanis, a partir de le salida de los mexicas de la mítica Chicomostoc, o Aztlán.

Después, en el periodo colonial, hubo otros tlatoanis de México -Tenochtitlan, pero no eran más que empelados burócratas  al servicio de los españoles que prevenían cualquier sublevación contra el poder colonial.

Encontramos esta visión de la vida de los aztecas precristianos  cuando la autora relata, acudiendo a las clásicas fuentes de la historia de ese periodo: Sahagún, Durán, Chimalphain, Tezozomoc… que  Ahuizotl  fue el que inauguró el Templo Mayor o pirámide principal dedicada a Huitzilopochtli. El mismo en el que los arqueólogos han trabajado a partir de la segunda mitad del siglo veinte, en el primer cuadro de la ciudad de México, conocido como "Zócalo"

 Varios tlatoanis emprendieron la construcción del Templo Mayor, ensanchándolo cada vez y elevándolo, pero fue  Ahuizotl el que lo inauguró.

Veinte mil  prisioneros de guerra fueron sacrificados a los dioses en la inauguración, dicen algunos historiadores. Por ejemplo, el Códice Telleriano-Remenisis. Aquí también los historiadores difieren. Chimalphain dice que 10,600.              

Inauguración del Templo Mayor
 
Lamina tomada del trabajo citado

Ahuizotl y los tlatoanis de Tacuba y Texcoco, personalmente, sacaban el corazón de los sacrificados. Cuando se cansaban eran relevados por los grandes sacerdotes auxiliares. Al día siguiente los tres tlatoanis seguían sacando corazones. Este holocausto duró tres días.

Las carnicerías que enloquecían al pueblo romano de cuando los gladiadores se mataban en el Foro, o los holocaustos de que fueron objeto los primeros católicos, en ese mismo lugar, durante trescientos años, no tienen ninguna comparación con lo que tenía lugar en el techcatl, piedra o tajón de los sacrificios, a los pies de Huitzilopochtli, de Tláloc y de Coatlicue.

Para descansar,  los tlatoanis mencionados emprendían la oración a sus dioses, que era bailar, o danzar, durante horas, llevando agarradas de los cabellos, con la mano derecha, las cabezas de los guerreros decapitados.

Tal vez de está practica aprendieron los pieles rojas, y los blancos del sur de Estados Unidos, a cortar la cabellera de sus adversarios.

La extensión de los pueblos conquistados  personalmente por Ahuizotl, citando a Barlow, Carmen Aguilera  anota que hacia el sur, los aztecas  llegaron a Ayutla, en la actual Guatemala. Mil cuatro cientos kilómetros en línea recta del mapa, a pie, por  carecer en el México de entonces de bestias de carga y monta. Distancia a recorrer a través de grandes montañas nevadas arriba de los cinco mil, profunda cañadas y extensos valles plagadas  de tribus enemigas, y regreso.

 Con Ahuizotl la expansión del imperio azteca  llegó a su cenit.

Pero todo esto no sería lo que le dio la fama de inmortal, que dicen los poetas, a México-Tenochtitlan. Antes, en el Valle de México, hubo hegemonías que duraron tres cientos años y hasta seiscientos años, los casos del eje  Chalco-Amecameca o el de Culhuacán- Chalco (ver Relaciones, de Chimalphain). Miles de años antes, los teotihuacanos y los toltecas habían dejado ya su impronta en la región maya. Los aztecas de Ahuizotl no hicieron sino seguir los senderos de conquista ya trazados.

 El imperio azteca  duró sólo 195 años a partir de su fundación en 1325. El primer siglo se lo pasó luchando y pagando tributo, por no ser aniquilado para siempre  por sus poderosos enemigos. Sólo la segunda parte  fue que pudo establecer la hegemonía.

Lo que verdaderamente hizo entrar en la leyenda, al pueblo azteca (ver   Historia de la Conquista de México, de W. H. Prescott) , fue la guerra de defensa que llevaron a  cabo sus dos últimos tlatoanis: Cuitlahuac y Cuauhtémoc.

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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