LA BRUYÉRE Y LOS CARACTERES SORDIDOS


 

 Teofrasto dejó 23 semblanzas en su obra Caracteres, escrita 314 años antes de  Cristo.

Muchos escriben  en tercera persona, con seudónimo o se inventan un alter ego. Vemos las cosas del mundo desde la barrera, como si nada tuviéramos de común con ellas.

Potencialidades, para desarrollar, tiene tantas el  humano como individuos hay en el planeta. “Las personas de talento llevan en sí la semilla de todas las verdades y de todos los sentimientos: nada es nuevo para ellos.”

La Bruyére, Caracteres.

El término medio aristotélico habla del individuo que tiene en si por igual lo malo que lo bueno. Es lo que conocemos como “humano”. El hacedor y conservador de la sociedad.

El malo ya se perdió en los horizontes lúgubres y el bueno se encaminó hacia los cielos. En ambos casos se fueron alejando de lo humano.

El humano termino medio
 
Dibujo tomado de
El País
13 abril 2019
 
Todas esas potencialidades las posee un solo individuo, así sea piel roja, como somos los mexicanos, o blanco o negro o amarillo (lo de piel roja lo notamos al volver a México de un país “blanco”).

Como hay abstracciones para algunas cosas también hay caracteres universales para otras. A eso se refiere La Bruyére cuando anota: “Aunque, por lo común, los saco de Francia y de los habitantes de mi país, no  cabe limitarlos a una sola nación ni a un solo país sin que mi libro  pierda mucho de su amplitud y de su utilidad, ya que he pretendido pintar en él a todos los hombres en general.”

Teofrasto dejó 23 semblanzas en su obra Caracteres, escrita 314 años antes de  Cristo. Y La Bruyére, siglo diecisiete, escribió,  aumentando el trabajo de Teofrasto, 16 caracteres humanos más en su obra Caracteres o Las costumbres de este siglo.

Teofrasto habla de los universales  con el menudo pueblo. Los Caracteres de La Bruyére de hombres de letras como Balzac, Montaigne, Rabelais, Corneille o aborda asuntos como la ópera, la poesía y el teatro.

La Bruyére dedica un capitulo a las mujeres. Las observaciones que hace de ellas, complicadas, directas, y detenidas,  llevan a pensar en lo que Eurípides dijo de Jasón, marido de Medea: " no conoces la mujer con la que duermes todas las noches."

Pero si bien tenemos en un solo individuo potencialidades “para todo”, Teofrasto describe un carácter o tendencia, que sobre sale en un individuo de sus otras potencialidades.

La Bruyére se extiende más en la descripción de sus caracteres pero en Teofrasto hay la tendencia hacia las abstracciones.  Como si el avaro fuera sólo avaro y careciera de lo demás. O el adulador o el bribón, etc.

Es de notar que estos dos autores describen sólo un lado de todo individuo, y es el sórdido. Escasamente encontramos tendencias buenas o positivas como caritativo, bello, solidario, sino lo contrario del molde. Siempre tienen, o tenemos, una dosis de contaminación que nos lleva a lo cavernoso.

Para poner un ejemplo cercano: el material informativo que a diario vemos en los diarios. Si una “estrella” de la farándula tropieza y cae al dar un concierto de rock, en media hora tres millones de noticias llenan las pantallas y las redes comentando el suceso.

En contraste el descubrimiento, contra el cáncer, que el emérito de tal universidad se pasó sesenta años de su vida pegado al microscopio, sólo se le menciona en dos párrafos en la página siete de alguno diario, en letras chiquitas, bajo las letras enormes que anuncian los zapatos de  tacón alto que usa la primera dama del primer país del mundo.

La Bruyére es claro cuando declara lo sórdido que en potencia tenemos los humanos y lo manifestamos en acto, en acciones, en algunos individuos, de preferencia sobre los valores positivos.

El Retrato de Dorian Grey en el último año se vendió trece millones de ejemplares en el mundo y, Las Florecillas de San Francisco, apenas doscientos ejemplares.

“Los humanos se regodean en el vicio”, escribe La Bruyére.

Los instrumentos de tortura que en su tiempo utilizaron las Inquisiciones, tanto la católica contra  los protestantes, como la protestante contra los católicos, congregan tal cantidad de gente, que la sala del museo, en la que se exhiben siempre está atestada de “admiradores”. Y la sala de junto, que exhibe la evolución de la agricultura por el hombre primitivo, tiene tres individuos, y uno es el empleado que cuida la sala.

En justicia hay que decir que ni Teofrasto ni La Bruyére se regodean destacando lo oscuro que tenemos los humanos. Como hacen algunos escritores que se abisman describiendo las sombras, negando las luces, que también las hay.

Tanto Teofrasto como la Bruyére hacen  como el fotógrafo con su cámara, mostrar la foto que tomó. Si el retratado se imaginaba distinto a la foto, ya no es cosa de culpar a los haluros de plata y la hidroquinona que hacen, que revelan,  la imagen.

La Bruyére:

“Devuelvo al público lo que me ha prestado. De él he tomado la materia de esta obra. Es justo que, después de haberla acabado, con  toda la consideración por la verdad de que soy capaz y con el respeto que me merece, se la restituya”.

Cuando el medico nos dice usted está enfermo de esto y se va curar tomando este medicamento. Es lo mismo que hacen nuestros dos autores.

La Bruyére dice que nos apresuramos a buscar la nota amarilla en los diarios en lugar de buscar la página  cultural.

Agrega que sus Caracteres no son máximas, sino “como leyes morales”, cosa difícil eso de  hablar  de asuntos morales. Por eso algunos no hablan de cosas morales o las condenan, sin más. Cuenta de un magistrado sabio que entendía de leyes y llegó a muy altos niveles de su profesión. Pero se puso a escribir de moral y el resultado fue un libro ridículo.

el niño será lo que tenga enfrente
 
Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich 1968
 
 
 
“Si de muchas obras de moral  se quitasen  la advertencia al lector, la carta dedicatoria, el prefacio, el índice y las aprobaciones, apenas quedarían  paginas para merecer el nombre de libro”.

Genética y ambientalmente el carácter descrito por Teofrasto  va a inclinar al individuo hacia un lado u otro. Será un niño normal que lee, escribe, estudia, juega, flojea,  hace berrinches y en general es feliz o, bien, a los diez años será ya un niño problema para la sociedad.

En otras palabras, el niño será lo que tenga enfrente.

Unos pueden aprovechar estas  consideraciones que hacen los autores, como se acude a las vacunas y medicina preventiva en general. Otros, como los de la sala de más allá, del hospital, donde se aplica la medicina correctiva. Otros, y que parecen ser los más, como dijo Frank Sinatra: " A mi manera".

En su obra La Bruyére tiene cuidado de aclarar la intención que lo movió escribir sus Caracteres. No es el vinagrillo que critica todo y sufre hasta porque es feliz. Lejos de ello. La intención del autor, de los dos autores,  aspira a ser terapéutica:

"Puede contemplar con gusto (el lector) este retrato que de él he hecho copiado del natural, y, si reconoce alguno de los defectos que le señalo, corregirse de ellos. Tal es único fin que debe proponerse el escritor."  


 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores