MARK TWAIN, EN BUSCA DE LA HISTORIA PERDIDA

 


 

Referencias:

Mark Twain, Las aventuras de Huckleberry Finn

Giuseppe Mazzotti, Introducción a la montaña, Editorial Juventud, Barcelona, 1952

 

Este es un cuento para los niños de antes, que ya deben de quedar pocos.

Casi un trabajo de arqueología pues los niños de ahora ya no leen cuentos ni caminan por el campo en busca de tesoros escondidos, ni hacen volar escarabajos con un hilo amarrado a sus patas, ni le tiran piedras con la resortera a los espantapájaros que los campesinos ponen en sus terrenos para que las aves no se coman sus semillas, ni corretean sapos saltarines.

Ahora los niños ya tienen su derecho de ley, que los protege contra el trato de los adultos, y se pasan horas frente  a la pantalla peleando con karatecas virtuales. Encargan a China muñequitos de plástico, que tardan en llegar tres meses, y cuestan lo que un viaje en avión hasta el faro del fin del mundo.

 


                                    Dibujo tomado del libro

                             La psiquiatría en la vida diaria

                                  De Fritz Redlich, 1968

 

Busqué la historia de los Estados Unidos escrita por el señor Twain y no pude encontrarla. Unos libreros me dijeron  que no se había vuelto a imprimir y otros que esta historia  por Twain jamás existió.

Pero llévese esta otra historia escrita por Twain, me decían. Así fue como llegué a juntar, en el librero de mi casa,  hasta doce ediciones diferentes de Las aventuras de  Huckleberry Finn.

Un niño mal hablado que le gustaba vivir en libertad. En el quicio de una puerta, en el fondo de una canoa o deslizarse sobre un balsa  en las aguas del Misisipi.

Era atípico en su sociedad pues tenía amistad con un negro llamado Jim. Más aún. Hubo ocasión que un par de malandrines espiaban a Jim para devolverlo a la señora Watson, de la que se escapaba, y cobrar la recompensa.  Huck, en compañía de su amigo Tom Sawyer hacían lo posible para libertarlo.

El negro estaba atado con una cadena a los pies de su cama. Cosa de levantar la cama y ya sale. Tom se opuso. Necesitamos buscar las dificultades “dijo. “Tiene que ser con un serrucho”. La otra es cortar la pierna de Jim, aunque sería todavía más complicado.

Es un patrón que sigue el pensamiento occidental. Un filósofo expone su teoría en términos entendibles, para todos, y de inmediato saltan otros. Buscan la manera más   difícil posible,   de  esa misma teoría, entre sus iguales, y el pueblo  queda sin entender ni papa.

Con lo que se llega la conclusión que los filósofos escriben para los filósofos y no para compartir con el pueblo el mundo de las ideas.

Alguien sube una montaña y en seguida dos o tres buscan los posibles itinerarios de más dificultad para llega a la misma cima… “Cuando se disipa el mito dela inaccesibilidad de una montaña por un determinado camino-dice Mazzotti-, surge el de la infranquiabilidad de otra ruta, pared o cresta de la misma montaña.”

Dos, tres, y Sade inventó cien maneras de hacer el amor…

Para la generación basta una dulce sonrisa entre una pareja, pero un tal doctor apellidado, Stein, se pone a coser brazos y piernas de retacería humana, o el  neosteinismo trasegar entre las moléculas del ADN…

 Tom desistió. ¿Por qué?, preguntó Huck. “Jim es negro y no comprendería los motivos ni las costumbres europeas”. Los seres humanos pueden ser terriblemente crueles unos con otros” le dijo Huck a Tom.

Los niños de ahora no tienen historia. No hacen historia. Se la pasan aprendiendo la manera de destruir al otro, frente a la pantalla,  durante horas, que ni siquiera van a comer cuando la mamá llama a sentarse a la mesa.

O se platican entre conocidos virtuales, que nunca se conocen personalmente, por videoconferencia uno en su cuarto, solo, en el   estado de Chihuahua, México, y el otro en su cuarto, solo,  en Uspallata, República Argentina. Nunca les pega el sol.

 


                        Los niños de antes jugaban bajo el sol y el viento

                                            Foto tomada de Internet

 

Es el siglo de las tecnologías increíbles, comodidades suntuosas, revolución genómica y comidas rápidas.

Twain nos previene no contra el progresar cultural  sino contra el prosperar mediático.

Chicos como Huck y Tom, departiendo con otros chicos de la calle, resortera en la bolsa del pantalón y jugando a las canicas o al béisbol llanero, bajo el sol o sorprendidos por la lluvia. Nos parecen cada vez más  imágenes de tiempos preindustriales o por mejor decir rurales o casi primitivos.

Un mundo que se mueve hacia el progreso material de la civilización, en la medida que abandona los valores espirituales. Igual si la realidad metafísica se alejara de la realidad empírica. En cualquiera de estos casos la dialéctica sale apaleada.

No es teoría de gabinete. México tiene casi un siglo de ser destino de estos movimientos sociales. Primero llegaron los conservadores españoles huyendo de los populares, después estos huyendo de los conservadores.  Siguieron en cascada los países del sur continental: Nicaragua, Argentina, Chile, Venezuela…

Hoy mismo, este día, miles de personas sufren ya está consecuencia que es otra manera de explicar el fenómeno de la emigración. Abandonamos nuestros lugares para buscar refugio en otros países. Ahora Estados Unidos es hacia donde se dirigen las caravanas ilegales que antes se nombraban como refugiados políticos.

Así es como los lejanos vericuetos de la filosofía se traducen en crueles realidades inmediatas en la calle. Un fotógrafo, un carpintero, un albañil no poseen las vitaminas culturales para subir hacia el filósofo académico, pero un filósofo sí puede bajar hacia la calle, pero no lo hace.

Se argumenta que es labor del Estado,  con sus programas de educación pública. Pero es el caso que el gobierno en turno apenas le alcanza el sexenio para tratar de sostener y, en lo posible, de incrementar la canasta básica…

Apenas escuchamos, entre el ruido ensordecedor de las máquinas de carreras a media noche,  a un hombre que nos grita: ¡Volver atrás, volver atrás! Es Norman Mailer. Ya antes Thoreau, otro gran estadounidense, nos decía: ¡Caminen por el  campo, caminen, caminen!  Igual no le hicimos caso.

Eran cuando todavía no aparecían los pastilleros de  bolsillo ni los grandes sanatorios contra la diabetes, la hipertensión, los virus globalizados, la ansiedad y la depresión.

Pero creo que esto no gusta a la gente de la prosperidad. Como dijo Huck: “Si hubiera sabido lo difícil que era escribir un libro, no me habría puesto a ello, y no pienso volver a hacerlo”.

Tiene razón. Escribir un libro de aventuras de los niños de antes era fácil, cuando estos iban por el campo buscando sapos y chapulines o saltamontes o metiéndose descalzos en los charcos de agua en temporada de lluvias

Creo que la historia de los niños se acabó con Huck, si es que  Twain alguna vez existió.

P:D: Si alguien sabe si  Twain en verdad existió por favor comunicarlo al Instituto de Arqueología del Estado, que es donde aún pueden interesarse en escribir de los niños de antes. Sino… habrá que esperar que el asunto pase a manos de los paleontólogos.

Yo sigo buscando la historia que dicen que Twain escribió de los Estados Unidos. Y que en esa historia relata  una cultura de grandes pensadores estadounidenses, filósofos,  novelista, de la ciencia, la industria, el teatro y de la música.

 


                    Mark Twain

 

Aunque  los libreros, de nuevo y de viejo, insisten y coinciden al decirme que esa historia jamás existió. Más aun, que  Mark Twain tampoco existió. Aunque algunos, como un tal Samuel no sé qué, dicen que es de su autoría, pero ¿quién sabe?

Otros dicen que Twain sí existió, que fue marinero, periodista, conferencista, pero que en 1910, en ocasión de la aparición del cometa Halley, logró montarse en él y se perdió de vista a lo lejos en los cielos…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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