MAZZOTTI, LA ESCALADA FACIL QUE AYER ERA IMPOSIBLE

 

 

 


Referencia:

Giuseppe Mazzotti, Introducción a la montaña, Editorial Juventud, Barcelona, 1952.

 

Subir el monte Aconcagua, el más alto del continente americano, es tan difícil hoy como lo                                                        fue cuando se logró su conquista. Con una diferencia: hoy sabemos que se puede subir.

Debemos rectificar: hoy es la mitad de difícil.

Antes de su conquista pesaba más en la mochila el factor psíquico del montañista que las pesadas tiendas de campaña que se llevaba a cuesta.

Hoy sabemos que se puede llegar a América, que no hay tal Finisterre…

Mazzotti llama a este capítulo de su libro: El obstáculo físico y el obstáculo psíquico. Ya el alpinista no tiene que enfrentar los múltiples factores subjetivos que mantenía alejados a los hombres (brujas en sus cañadas bajas y dioses poco propicios en los  glaciares de las alturas que, sirviéndose de la denudación, desintegradora de rocas,  arrojaban piedras y hielos tratando de ahuyentar a los intrusos).

 Hay un hecho que ilustra que el problema  de una conquista, es decir, lograr la primera ascensión, es sobre todo un problema de orden psíquico y Mazzotti lo llama de orden moral.

La ascensión, que parecía  imposible, después fue recorrida hasta por alguien que saca a su perro a pasear, por decirlo de alguna manera.

Refiriéndose al monte Cervino que tantos esfuerzos costaron lograr su primera (1865), después todo mundo se preguntaba pero ¿por qué se detenían y daban la vuelta cuando habían avanzado tanto que la cumbre parecía ya a un tiro de piedra. Lo que sigue, ahora lo sabemos, es del todo accesible, ¿Por qué daban la vuelta abandonando todo?

Se repite en alpinismo  la anécdota del huevo de Colon.

La cosa no era superar tramos de roca o laderas nevadas. La lucha se daba en el plano moral o psíquico.

Wyndall intentó en vano, en 1862, la conquista del Cervino y anota: “La inclinación a no afrontar nuevos peligros de una montaña que había inspirado siempre supersticioso terror fue el único obstáculo que nos impidió proseguir.”

 


Adoratorios a los dioses hasta los 6,800 m. de altitud en países de América del sur, en México cerca de los 6 mil m. (Pico de Orizaba, Fray Bernardino de Sahagún).

A partir del siglo dieciséis con el cristianismo las montañas se poblaron de criaturas infernales.

Del libro Técnica Alpina (de Manuel Sánchez y Armando Altamira, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, 1978

 

Dos años antes, en 1860, Tyndall igualmente tuvo que abandonar el intento de llegar a la cumbre del Cervino y escribe que aquellas rocas parecían más altas porque se les creía inescalables “Tan empinadas paredes, el hielo y la reputación de la montaña contribuían a aumentar la emoción. Hoy (1868, tres años apenas después de Whymper haber conseguido por fin la conquista) gran parte de aquel  misterio se ha desvanecido.”

Una probidad como la de estos escritores, para ofrecernos sus experiencias, no es fácil encontrar. La literatura alpina es prodiga en sofismas, y egocentrismos, muy inclinadas a maquillar el texto  cuando el triunfo les fue negado en la montaña.

Alpinistas solos, con guías, sin guías, en caravana, suben al Cervino, como suben al Aconcagua, al Everest o al Popocatépetl.

 Mazzotti se apresura a escribir: “La naturalidad con que mujeres, ancianos y muchachos suben al Cervino no amengua en nada la grandeza y mérito de la empresa de Whymper ni el esfuerzo de energías psicofísicas que necesitaron para la aventura él y sus compañeros.”

Esta historia se repitió ahí mismo, en el Cervino,68 años más tarde, después de lo de Whymper, cuando en los años treinta, del siglo veinte, dos jóvenes alemanes lograron la primera escalada de la cara norte, hasta entonces considerada lo imposible de los imposible. Después, anota el mismo Mazzotti, se ha recorrido en varias ocasiones. La norte del Ogro otro alemán la escaló, solo, en catorce horas:

Mazzotti:

 “Cosa semejante podemos decir de la trágica lucha por la conquista de la Pared Norte del Eiger y de la no menos importante Pared Norte del Cervino,  que, tras la memorable ascensión de los hermanos Schmid, se ha escalado muchas veces, hasta sin vivaquear sobre el terreno.”

Resumiendo.

Es del todo saludable y aleccionador escalar lo que ya ha sido escalado por otros. Entre otras cosas se continúa la tradición, la historia, cuando la hay.

Pero aun las escaladas más difíciles se consideran sólo como una cancha de entrenamiento para ejercitar en ellas nuestra voluntad, la habilidad física como los conocimientos de la técnica alpina. A semejanza de un curso propedéutico que nos capacita para ir hacia el alpinismo de conquista.

Esto es, hacia un alpinismo que supera no tanto paredes de roca, nieve y hielo, sino obstáculos subjetivos. Se repite lo que en filosofía, donde muchos se paran en la cosa, en tanto otros buscan la esencia de esa cosa material.

Apartarse de las caravanas que dejan las nieves amarillas de orines y de los campamentos llenos de basura.

 Considerado sin pasión,  y es lo que nos dice la historia del Cervino, el ir a esta o aquella montaña, subirla en tiempo record, escalarla en solitario (nosotros hemos hecho todo eso) está bien para el álbum familiar, es la historia personal, pero que no aporta nada a la historia del alpinismo.

Escaladores  hemos conocido (escaladores en solitario, escaladores tresmileros, cuatromileros, cincomileros, escaladores en libre, en cordada de dos, en roca, nieve y hielo, escaladores de tiempos record, escaladores muy técnicos, escaladores muy familiarizados con la práctica del vivaquismo, etc.) con   potencialidades más que suficientes,   para emprender empresas alpinas de mayores vuelos, que se quedan en el nivel propedéutico.

Mediados del siglo veinte era frecuente, en México, realizar, en una sola salida, en el invierno, lo que se llamaba la “trilogía”. Consistía en ascender  tres cumbres nevadas del país arriba de los 5 mil y son el Iztaccíhuatl, el Popocatépetl y el Citlaltepetl o Pico de Orizaba.

Eran  alpinistas superdotados físicamente y con una presencia de ánimo muy especial. Pero el mérito sólo fue para su historia personal. La historia del alpinismo en el país no se movió un ápice por tan señalado esfuerzo.

 Estas cumbres, en el alpinismo religioso del país, de los periodos olmecas, teotihuacanos, toltecas y aztecas,    habían sido conquistadas  tal vez miles de años atrás. El adoratorio principal de Tláloc, dios del agua, en los 4,150m.

 Estas ascensiones,  con carácter de religioso, pararon  en el siglo dieciséis (ver Sahagún, Durán, Chimalphain, Clavijero y los trabajos de arqueología, en el siglo veinte, de José Luis Lorenzo, publicados por el INAH.

 Cien extraordinarias ascensiones de repaso no agregan un solo eslabón a la historia. La historia alpina se hace de ascensiones nuevas. La personal de repeticiones.

Plantar las tiendas en las laderas  exentas de refugios y colocar las clavijas en probables rutas  de montañas desconocidas. O trazar rutas desconocidas en montañas conocidas.   

 


Un alpinismo que supera no tanto paredes de roca, nieve y hielo, sino obstáculos subjetivos.

Sur del monte Ameghino, Rep. Argentina.

Foto de Armando Altamira.

 

Hasta se puede correr con la suerte de vernos rechazado en los primeros intentos. Así tendremos argumentos, fuerza moral, dice Mazzotti,  para volver a intentarlo y…encontrarnos con el destino. Después de todo, no tenemos todas las cartas del póquer en la mano.

Heckmair lo anotó al regreso del Ogro: “Todos los escaladores saben que la suerte tiene un papel primordial en los éxitos alpinos de la juventud.”

Regresar al valle con la meta lograda, descender sin haber obtenido el éxito deseado o ser bajado en camilla. Ese es el corolario del alpinismo de conquista.

Pudimos haber nacido con vena para el ping pong o para el futbol o para el ajedrez, o para las tres bandas del  billar. Así como los poetas son frecuentados por las musas   o los superhumanos para pararse frente al toro…Pero nosotros nacimos para escalar…

Hay en el planeta un millón de montañas sin haber sido escaladas, rodeadas de esa densa niebla de inaccesibilidad y misterio, esperando en la lejanía…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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