SAHAGÚN, LOS TACIUHTLAZQUE MÁS ALLÁ DE LO LÓGICO

 


Hacer que llueva, o detener la tormenta, lo hacen los mexicanos desde miles de años atrás.

Si alguien nos asegura que va pasar esto, o aquello, y no pasa, no volvemos a creer para la segunda vuelta.

En los países de la democracia a eso se debe la alternancia de un partido político por otro en el poder: el partido  anterior no cumplió lo prometido en campaña y ¡fuera!

El Romeo le prometió a su Julieta el cielo y las estrellas y no cumplió: ¡adiós!

La religión tal  aseguró que Jesús vendría a la tierra para el mes de junio pasado y Jesús no llegó: ¡adiós religión!

Cada año, durante el estío, los mexicanos de las comunidades agrícolas elevan sus oraciones musitados y cantados y su humo de copal al cielo para “pedir” agua, y ¿llueve!

Ya en plena temporada de lluvias estas pueden prolongarse y con el exceso de agua  provocar la pérdida de los sembradíos, particularmente el maíz, alimento ancestral de los mexicanos. Se vuelve a elevar alguna  señal, como veremos, para que la tormenta se detenga, ¡y se detiene!  Se sigue creyendo en ello porque sucede.

Semejante a lo que  tuvo lugar en Jericó que, ha pedido humano,  se detuvo al sol.

Igual que, como hemos oído, con fe se mueve de lugar a la montaña.

 


                Popocatépetl (5,426m), el Tezcatlipoca de los teciuhtlazque.

 En los pueblos en derredor de esta montaña existía toda una serie de adoratorios a Tezcatlipoca así como ayauhcalli (casa de niebla) que eran sitios de oración construidos en  alta montaña. En la ladera norte del Popocatépetl, en los 5 mil m. existe el toponímico de teopixcalco (en la casa de los sacerdotes del dios teopixqui que es otro nombre de  Tezcatlipoca). Hay ahí un refugio para alpinistas.En los 3,900 está el paraje muy conocido por los alpinistas por encontrarse en el lugar un amplio albergue y se llama el sitio con la abreviatura de "Tlamacas", pero su nombre completo es Tlamacazcalco ("en la casa de los sacerdotes de  tlamatzincatl", otro nombre de Tezcatlipoca").

Hay en el mercado un libro que debía  ser de ineludible conocimiento, por su tratamiento epistémico,amplitud e ilustración, titulado Tezcatlipoca, de Guilhem Olivier Durand, del Fondo de Cultura Económica,México, 2014. 


                              Foto tomada de Internet

Es eminentemente un conocimiento empírico que, sin embargo, trasciende a través de los siglos. El pensamiento náhuatl le llama dioses, esencias, que nada tiene que ver con la fenomenología.

En tiempos de la razón pura, los académicos prefieren llamarlos “héroes culturales”.  Natural que así sea. La bella cultura greco romana está plagada de héroes. Es decir de individuos de padre humano y diosa, como el caso de  Aquiles o viceversa: Zeus era muy enamoradizo con las hermosas mujeres griegas, las frigias, las tracias… Eso no sucedía en México, de ahí que los dioses aquí  son dioses, no “héroes culturales.”

Desde el razonamiento lógico (occidental) se han escrito N cantidad de ensayos de los tlaciuhtlazque. Nosotros no vamos a meternos en ese tema que más parece una de tantas aporías de la filosofía   queriendo meter en su costal contenido de un costal muy distinto a lo europeo.

La academia estudiosa del tema, en la especialidad de la antropología, ha realizado numerosos e  interesantes trabajos al respecto. Ya consultando los códices, las fuentes originales como los informantes de Fray Bernardino de Sahagún, de Fray Diego de Durán (ambos testigos españoles presenciales contemporáneos de la guerra de conquista), o ya entrevistando personalmente a los que en siglos  posteriores detienen las tormentas o las provocan.

De Sahagún se cita esta parte en la que el franciscano deja asentado en su  Historia General de las cosas de  Nueva España que: “Las nubes espesas, cuando se veían encima de las sierras altas, decían que ya venían los Tlaloques(dioses auxiliares de Tlaloc) que era señal de granizos, los cuales venían a destruir las sementeras ... Y para que no viniese el dicho daño en los maizales, andaban unos hechiceros que llamaba teciuhtlazque, que es casi estorbadores de granizos; los cuales decían que sabían cierto arte o encantamiento para quitar los granizos, o que no empeciesen los maizales, y para enviarlos a las partes desiertas, y no sembradas, ni cultivadas, o a los lugares donde no hay sementeras ningunas”  (Lib. VII, Cap. VII)

Originalmente, en tiempos remotos, estas personas formaban una institución como sacerdotes de Tláloc, dios del agua y se les conocía como teciuhtlazque.

A partir del siglo dieciséis la nueva religión, traída por los españoles, los etiquetó como sacerdotes del demonio.

 


A- Monte Teocuicani, visto desde Tetela del Volcán.

B- Los teciuhtlazque en la cumbre del monte Teocuicani. Sus rezos para pedir agua se dirigen en dirección del Popocatépetl.

C- Entrada al famoso ayahucalli (casa de niebla) del que Durán relata que se encontraba en él una magnifica escultura de Tezcatlipoca (estaría en el lugar en el que se ve el altar cristiano). A partir del siglo dieciséis  la advocación se hizo por la Santa Cruz, el 3 de mayo, día de Tezcatlipoca. Cada año suben una cruz que son las que se ven en la foto.

Fotos de Armando Altamira

 Para salvarse de la persecución con pena de muerte en la hoguera, o en lo que se conoce como  “aperreamiento” o devorados vivos por los perros, empezaron a fingir rezándole a la cruz de Jesús, como antes lo habían hecho ante  la cruz de Quetzalcóatl.

Con el tiempo se olvidó la palabra teciuhtlazque y se les empezó a nombrar de diferentes maneras, según la región. Los modos más conocidos son “graniceros” o “Rayistas”.

En el cristianismo es el obispo el que ordena al nuevo sacerdote. En la religión náhuatl es el mismo cielo el que ordena al teciuhtlazque. Envía un rayo. Si no  muere, este individuo pasa a formar parte de los teciuhtlazque o graniceros.



Los rayistas:En el sendero que va de Tetela del Volcán a la cumbre del Teocuicani se ven numerosas cruces que corresponden a  los muertos  alcanzados por el rayo.En esta comunidad del Teocuicani hay un grupo conocido como "Rayistas".Son los que sobrevivieron a la descarga del rayo.En esta montaña es donde de manera destacada se vive la figura de rayistas.Teo -cuicani: dios cantor o cantor divino.El relámpago seguido por el retumbra del trueno.La iconografia de Tlaloc presenta en su mano la figura del rayo.Los rayistas son los señalados por Tláloc para ejercer su ministerio entre los hombres.

El cuadro en el que está parado  Tlaloc prefigura el gran adoratorio construido en la cumbre del monte Tláloc 4,150m. Destruido en el siglo dieciséis, por sacerdotes católicos e indios aliados, e iniciada su reconstrucción en el siglo veintiuno. Labor titánica si se toma en cuenta que ya a esa altitud se deja sentir lo que se llama  "mal de montaña".

Dibujo tomado de Internet



En 1995 subí a la cumbre del monte Tláloc, en compañía de Héctor García y otros montañistas de la ciudad de México, con la idea de hacer mediciones del adoratorio que para entonce estaba en el completo abandono. Su destrucción era casi total.Las medidas son aproximadas dado lo deteriorado  de sus muros cuyo material invadía el fondo de las calzadas. La gran calzada del oeste no aparece en este dibujo y es de unos doscientos metros de extensión, aproximadamente.  Para mediados del año 2021 se pueden ver en Internet videos tomados por otras personas en los que se aprecian  las obras de reconstrucción.



Camino de las montañas bajas, medias y altas, para escalar, sobre todo en las cordilleras este y oeste que hacen el  Valle de México, hemos conocidos de primera mano estas ceremonias y lugares donde se practican los ritos de “pedir agua”.

Durante los varios intentos que hicimos, una veintena de escaladores, para  abrir una ruta en la pared oeste de El Centinela, en la cañada de Milpulco, suroeste de la montaña Iztaccihuatl, en los años sesenta del siglo pasado, descendíamos un poco la cañada y pasar la noche en una cueva en la que había señales de rituales tales como adornos de “papel de china”, copal, flores, etc.

(Participaron en estos intentos Juan Medina, el gran escalador de la ciudad de México, que nueve años más tarde se precipitaría  en caída mortal  en la Rampa de Oñate,  flanco occidental de la Iztaccihuatl, hacia los 4,800 metros . Y Santos Castro, el famoso escalador de Real del Monte,del  estado de Hidalgo.Años después moriría escalando la norte de El Abanico, lado norte del Popocatépetl, hacia los 5 mil metros).

No lejos de ahí, hacia el sur, otro sitio de rituales de los actuales teciuhtlazque, en la cañada de Alcalican.

 Ambos sitios están en los 3,800 metros de altitud, aproximadamente. Para llegar a ellos, a partir del pueblo de San Rafael, hay que remontar, a pie unos diez kilómetros con un desnivel de más de un kilómetro  o veinte kilómetros con cerca de 2 mil, a partir de Amecameca.

En los restos del adoratorio tolteca de El Solitario (4,200m), en el noroeste de la Cabeza de la Iztaccihuatl, más ofrendas recientes.

En el ya muy somero Adoratorio Nexpayantla (4,200m), lado norte inmediato de la cumbre de la Torre Negra, arriba del paraje Tlamacazcalco, ladera norte del Popocatépetl, más ofrendas hacia el mes de mayo.

 La montaña Popocatépetl no sólo es el sitio residencia, por así decirlo, de Tezcatlipoca, el más grande de los dioses mexicas, sino que se le identifica como el mismo Tezcatlipoca.

Nuestro descubrimiento del famoso adoratorio del monte Teocuicani (3,150 m.), referido por Fray Diego Durán, dedicado a Tezcatlipoca, arriba del pueblo de Tetela del Volcán, estado de Morelos,  en su ceremonia de los teciuhtlazque el 3 de mayo, día de Tezcatlipoca, ahora bajo la advocación  de  la Santa Cruz.



  Después de buscarla durante diez años, la encontramos cerca del pueblo  de Tetela del Volcán, estado de Morelos.  Años más tarde volvimos a subirla. De ambas ocasiones hicimos  reseñas que fueron publicadas en la revista Jueves de Excélsior número 2612 (10, VIII, 1972) paginas 14 y15 y Los Universitarios (periódico quincenal publicado por la Dirección General de Difusión Cutural de la UNAM) número 149-150, 1979 páginas 30 y 31.

Ya el francés José Deseado Charnay llevó a cabo,  en el siglo diecinueve, descubrimientos de varios adoratorios de alta montaña en las vertientes oeste de la Iztaccihuatl y del Popocatépetl.

José Luis Lorenzo conoció estos adoratorios, siguiendo las huellas de Charnay, e hizo una muy interesante publicación editada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y lleva por título Zonas arqueológicas de los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl (1957).

Los investigadores de academia circunscriben sus investigaciones a estos lugares. Nosotros tenemos otro punto de vista del asunto. El pueblo mexicano, en general, y en particular de las comunidades rurales, son todos ellos teciuhtlazque.

En el norte del país, Torreón Coahuila, Chihuahua…donde casi no lleve, y cuando llueve suele ser torrencial, no es raro que la gente saque un cuchillo, o el crucifico, para “cortar” la tempestad, y haga señales al cielo tormentoso y pronuncie palabras como: “¡vete, retírate!” Conocemos estas situaciones de primera mano, no contadas ni leídas.

 


 Comunidad de San Nicolás Xathe. En la cumbre del centro de la sierra, al fondo, hipotéticamente se encontraba un ayahucalli o adoratorio.

Foto de Omar Altamira A.

En la comunidad rural mexicana de San Nicolás Xahte, estado de Hidalgo, quince kilómetros en el noroeste de Atotonilco el Grande, es una práctica generalizada, es decir,  sin que medie alguien señalado para encabezar los ritos para invocar al cielo que llueva, o bien para que pare de llover.

En el estío, cuando es tiempo de empezar a trabajar las tierras de cultivo, y las lluvias no aparecen,  sacan al santito del lugar y en procesión por las calles (así se hacía en el México de tiempos precristianos, llevando a la representación de los dioses en piedra o barro). Al santo lo meten en un pozo artesiano y, al otro día, o dos, empieza a llover.

Este año (2021) las lluvias han caído de tal manera que la gente considera que ha sido un buen año para la siembra. Pero ya a mediados de este mes de julio, se considera que podían malograse las siembras si sigue cayendo agua del cielo.

Es cuando la gente, cada quien por su lado, en distintos momentos o días, empieza a hacer señales al cielo para que pare de llover o siga de manera moderada.

 


El cielo sobre San Nicolas Xathe, en el momento que se le envían señales para que cese de llover.

Foto de Omar Altamira A.

La manera en que lo hacen  es “quemar” cohetes, de esos que se lanzan al cielo en las festividades. Cualquiera puede comprobar esta práctica de la mencionada comunidad.

-¿Cree usted que dejará de llover?

-Seguro.

-¿Y si no?

-¿Cómos se le ocurre eso? ¡Por que no tendría que dejar de llover si se lo estamos pidiendo al santo!

Estos actuales teciuhtlazque no saben nada de aquellos teciuhtlazque sacerdotes de Tlaloc. Pero igual lo hacen porque todo está grabado en el inconsciente colectivo.

Son gente que va con el siglo, tan familiarizada con la actual tecnología como en cualquier ciudad de México o del planeta. Empujando la yunta de bueyes, para abrir la tierra o sobre el tractor, con celular en la mano se comunican con el hijo que está en Nueva York, Estados Unidos. 

Elevan drones sobre su terreno  y envían su foto panorámica para  informar a su familiar, que por ahora trabaja en Canadá,  de lo avanzado que va la  construcción de su casa del rancho  para  la que ha envido dinero...

La Iglesia católica, ni lo grupos de la Reforma protestante del siglo dieciséis en Europa, ahora muy activos en el país, ni la cultura industrial del tener antes que el ser, ha acabado con esta tradición de los teciuhtlazque.

Los investigadores de academia hablan de un debilitamiento de esta práctica a medida que la ciudad industrial se extiende. Nuestra percepción es que es al revés, que permanece, crece y se afirma. Insistimos: lo hemos observado personalmente.

En México, aun las grandes ciudades con habitantes de todo el planeta, se mexicanizan. Esto es, no han logrado que el indio mexica sea el villano de la historia. Se le ve a la distancia y sus condiciones de vida son paupérrimas, a  la par que  el contexto es de  herederos culturales  de los aztecas y el espíritu corre por las calles de la ciudad: El boxeador azteca, el equipo de futbol azteca, tamales aztecas, etc.

Sucede, en parte, porque mucha gente de las comunidades rurales va a trabajar o a estudiar a las ciudades y, de alguna manera comunica eso que lleva grabado en el alma. Es gente que sabe leer el mensaje de los vientos impulsados por Ehecatl -Quetzalcóatl- Tláloc, de los que ahora, irónicamente no tiene noticia alguna.

El mexicano nacido en la ciudad es ajeno a esto de los “graniceros”, lo mismo para el mexicano de padres extranjeros, con otros mitos culturales en su origen.

Pero nunca falta cerca el mexicano que sabe  leer en  las nubes y los vientos y  diga. “Este año habrá buenas cosechas en mi pueblo”.

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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