SCHOPENHAUER Y EL TEDIO

 


 

Referencia:

Arturo Schopenhauer, La sabiduría de la vida, Editorial Porrúa, México, 2009

Giuseppe Mazzotti, Introducción a la montaña, Editorial Juventud, Barcelona, 1952

 

El tedio es como una montaña difícil de conquistar. Una vez alcanzado, parece una inmensa y apacible playa solitaria que se extiende por el litoral inmenso bañado por el azul oleaje de las olas. Necesario es aprender a convivir con el tedio, decía Emerson.

Caso contrario es  padre de conductas que suelen ser antisociales. Los medios de información  las  está diciendo todos los días. En el mejor de los casos nos hace presa del síndrome de Burnout, el que todavía a las doce de la noche nos mantiene en febril actividad.

 

El tedio, esa enfermedad de la gente civilizada. La que hace  mucho tiempo  dejó de ver la aurora y las puestas del sol, de ver las estrellas porque en los primeros planos tiene los semáforos, la que olvidó leer en los vientos si traerá las nubes o las alejará, la que sube el volumen de su  radio para no oír el silencio, la que busca con frenesí el tener y se olvidó del ser.

 


Hace  mucho tiempo que, en la ciudad,   dejamos de ver la aurora y las puestas del sol

Del libro Técnica Alpina de  Manuel Sánchez y Armando Altamira.

Editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, 1978


“Creo que hay que estar  solos para percibir el lenguaje de la naturaleza. Ésta habla  en voz baja y, si hay demasiados rumores, perderemos muchas de sus palabras”

De Abbé Henry, citado por Mazzoti

El tedio tiene su antídoto, cree Schopenhauer, en la región de la intelectualidad. A la postre, con la edad, tampoco se sale del todo bien librado y el Alzheimer agudo o somero, se hace presente.

 


Dibujo tomado del libro

La psiquiatría en la vida diaria

De Fritz Redlich, 1968


Empero, la cultura será siempre el último reducto que nos mantiene en contacto con el pretérito. ¿A dónde se dirigían los gemelos  del Popol Vuh: Hunahpu y Xbalamqué en tanto jugaban a la pelota? ¿Cuál es el nombre de la esclava por la que Aquiles y Agamenon se distanciaron?, ¿Cuál es el nombre de la mujer que esperó cincuenta años la vuelta de Per Gynt? etc.

Schopenhauer:

“El hastío no es un mal despreciable; qué desesperación concluye por pintar en el rostro?...Si la miseria es el aguijón  perpetuo para el pueblo, el hastío lo es para las personas acomodadas”.

Si se quisiera hacer una consideración de lo acertado, o no, del pensamiento filosófico de Schopenhauer en este tema, éste lo vivió con las circunstancias  en las que acaeció su muerte.

Sentado en la  sala de su casa, el 23 de septiembre de 1860, esperaba que le sirvieran sus alimentos. Cuando la persona llegó con la vianda, lo encontró ya sin vida.

En la nota 16, de su libro titulado La sabiduría de la vida, había escrito, a propósito de la diferencia entre morir o dejar de existir:

“…he notado que los que han pasado de noventa años acaban por la eutanasia, es decir, que mueren sin enfermedad, sin apoplejía, sin convulsión, sin estertor; hasta sin palidecer, las más de las veces sentados, principalmente después de la comida; sería más exacto decir que no mueren, sino que cesan de vivir.”

Al final de la obra citada hizo esta observación respecto del aburrimiento:

“Verdad es que en una edad avanzada las fuerzas intelectuales declinan también; pero donde ha habido muchas, siempre quedarán bastantes para combatir el tedio.”

Cita un pensamiento de Séneca:

“El ocio sin estudios es muerte y sepultura de hombre vivo.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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