1974: TRAGEDIA ALPINA EN LA IZTACCIHUATL

 


Los recordamos.                                 

Seis alpinistas se precipitaron en caída mortal al ascender el flanco occidental del Pecho de la Iztaccihuatl.

Iztaccihuatl  en náhuatl quiere decir Mujer Blanca, de iztac, blanco y  cihuatl, mujer. De ahí sus topónimos relacionados con el cuerpo humano: Cabellera, Pecho, Rodillas, Pies. Lo de blanco por la nieve con que se cubre.

 En México también se le llama, con familiaridad, Mujer Dormida, por la posición yacente que guarda.  Y con adoración  al considerarse una diosa. Ocupa un amplio horizonte cultural en la mente de los mexicanos, empezando milenos atrás  por los étnicos: teotihuacanos, toltecas, aztecas. Los restos de adoratorios de sus vertientes (conocemos algunos de ellos) investigados por la arqueología señalan la gran actividad religiosa que tenía lugar en sus laderas. Ahora además en  la ciencia, en la poesía, en la novela y  en el alpinismo. A la fecha de este siglo veintiuno suelen encontrarse en sus cuevas y cañadas señales de ceremonia llevada a cabo por los Teciuhtlazques, más conocidos como Graniceros o Llamadores de la lluvia.

Es la  tercera cumbre en altitud (5,230m) en México. Se  trata de una serie de  eminencias de origen volcánico orientadas en lo general norte-sur.

El lugar que nos ocupa es el lado occidental del  Pecho. Una rampa de unos 600 metros de desnivel con una pendiente de unos 50 grados y sin obstáculo para escalar. En su base se encuentra el refugio Chalchoapan, o sus restos (4,630m).



Iztaccihuatl y Popocatépetl vistos desde la Ciudad de México. El punto rojo es el lugar aproximado en el que se inició la caída.

Foto tomada de Internet


Salieron del refugio Chalchoapan la mañana del 3 de noviembre de 1974.Hasta aquí lo cierto. Por no haber sobrevivientes de la tragedia y al parecer otras cordadas en el refugio, lo que sigue es hipótesis mía de lo que pudo haber ocasionado este desastre.

Mi punto de vista es que el grupo de seis, se dividió en dos cordadas de tres (esto lo pueden aclarar los  del grupo de rescate, uno de ellos, Juan Blásquez Pico).

Más arriba, en un punto que no podemos precisar, la cordada de arriba se vino abajo y en su caída arrastró a la cordada que los seguía de cerca, en el supuesto que avanzaban en “fila india “o sea, yendo por las mismas pisadas de la primera cordada. Los seis alpinistas quedaron sin vida entre las rocas de la base de la Rampa.

El 2 de noviembre del año siguiente, exactamente en el primer aniversario luctuoso, dos escaladores de México subieron (no sabemos hasta donde) a colocar una placa conmemorativa de la tragedia y, de la misma manera inexplicable, o desconocida, también se precipitaron en caída mortal. Ellos fueron Juan Medina Saldaña y Miguel Ángel Chacón.

Juan José Oñate y Senén Martínez participaron en la preselección  al monte Aconcagua organizada por la Federación mexicana de Montañismo. Ambos llevaron a buen fin todo el programa de entrenamientos o de preselección.

Juan José Oñate y Senén Martínez superando la Rampa de Oñate durante los entrenamientos de la preselección al Aconcagua. 

El texto corresponde al informe que rendimos al presidente de república.

Eran hombres fuertes y dominaban la técnica alpina. Por sus dotes de  compañerismo, demostrados en las salidas de le preselección, yo le puse su nombre a esta rampa: Rampa de Oñate cuando regresamos del Aconcagua, es decir, ese mismo año pues así consta en el informe que entregamos al presidente de la república quien financió a la expedición. En otras palabras, Oñate murió en la Rampa que él ya sabía llevaba su nombre.

A Miguel Ángel Chacón no lo conocí. Juan Medina era un escalador de primera línea, por decirlo de alguna manera. En roca, nieve y hielo. Tiene su lugar en alpinismo hidalguense, por ejemplo, es parte de la historia de la pared norte de las Goteras. Fue pionero en trazar vías en el flanco oriental del cerro del Chiquihuite, norte de la Ciudad de México, y participó en expediciones a la Cordillera Blanca del Perú.



Iztaccihuatl, vertiente oeste.

La línea punteada sería la trayectoria que el grupo siguió en su ascenso a partir del refugio Chalchoapan

5-Cabellera (conocida también como Las Inescalables),4-Cabeza,7-Cuello,10-Glaciar de Ayoloco,2-Adoratorio El Solitario,8-Corredores Superiores,9-Pecho

Foto tomada de Internet


La Rampa de Oñate tiene lo suyo, alpinísticamente hablando, por lo que es poco frecuentada, digamos que se sube una vez por lustro, para dar una idea.

Empero, no es tal que escaladores como los mencionados encontraran dificultades para abordarla y mucho menos para encontrar en ella la muerte.

Pero en el alpinismo mundial existe una idea que es contraria al principio de razón: buenos escaladores suelen morir en empresas fáciles a  como ellos eran deportivamente.

Carecía yo de los nombres de todos los accidentados. Tiempo después Enrique Andrade   envío a mi blog los nombres de los accidentados en ambas ocasiones, lo cual agradezco pues así el dato histórico es más preciso:

“Para la primera fecha, que fue la de 1975: Juan José Oñate Ocaña, Berta Monroy de Pereda, Enriqueta Magaña de Palomé, Vicente Pereda Monroy y  Zenón Martinez. En 1976: Juan Medina Saldaña  y Miguel Ángel Chacón Gutierrez”.

Asimismo hubo poca reflexión de mi parte en cuanto a la fecha ( el año) de la tragedia que, me parecía, era 1975, al decir, refiriéndome a este accidente “ al año siguiente de la expedición al Aconcagua”, que vendría cayendo, según esta expresión, en 1975.

Sucede que nosotros estuvimos en el Aconcagua en febrero de 1974. ¡Y ese mismo año, 1974, pero en noviembre, fue cuando se dio el accidente en la Iztaccihuatl! Y el de Juan Medina en el 1975. Parece que tanto Enrique Andrade y yo incurrimos en falta de precisión…

Reproduzco el correo que Juan Pico me envió en el 2013:

 "Juan Pico 16 de noviembre de 2013, 16:55

Sr. Armando Altamira, soy Juan Blásquez Pico, uno de los pocos que reconocieron los cuerpos de los seis compañeros acaecidos en dos cordadas aquel día de muertos del 74 y no del 75 en la Cruz Roja de Polanco. El nombre que falta es Juan José Oñate (hijo), yo tenía 19 años y pertenecía al Club de Exploraciones de México - Grupo de Roca. Por el error de fecha, también hay que recorrer la de Juan Medina y Chacón al 75, ya que en el 76 Gustavo Díaz Rosas y su servidor subimos por la misma ruta."

Como sea, Andrade y Blásquez, son alpinistas que no se limitan a escalar montañas sino que están atentos de cómo trascurre la historia alpina de su país, lo cual, a mi parecer, los mete, los hace personajes, de  esa misma historia.

Pienso que la mejor manera de recordar a nuestros compañeros y amigos muertos en la Iztaccihuatl  es tener presente cada aniversario luctuoso. Cada quien con su panorama cultural: unos con el  pensamiento desde el laicismo y otros hacia el  más allá del tiempo y  del espacio…

 

PD

Con la idea de tener más precisión en el relato esta nota está sujeta a rectificaciones y aportaciones, en el caso que alguien pudiera enviar datos de esta tragedia.

Yo conozco  el lugar desde 1957 cuando, con montañistas  de la Ciudad de México ( Ubaldo Martínez, Felipe Sosa y Jorge Rivera) trazamos la primera al Corredor Superior y la superación de la Rampa y, como queda anotado, en 1973 conocí a Juan José Oñate y a  Senén Martinez, pero hasta ahí. Mi nota es sólo un intento  que busca  la certeza de lo  ocurrido.

Aquí mismo, en “comentarios”, al pie de la página, se puede agregar todo el material posible de los que sí estuvieron cerca, como es el rescate de los cuerpos o sus amigos o familiares.

Miguel Ángel Perea Monroy envió la siguiente nota:

“Correcto el comentario de Juan Blazquez, el accidente de los 6 fue el domingo 3 de noviembre y el contingente estaba formado por Juan Jose Oñate, padre e hijo, Bertha Monroy de Perea y su hijo Vicente Perea Monroy, Blanca Palome y Zenen Martinez, en aquel entonces tenia yo 12 años, soy Miguel Angel Perea Monroy y agradezco de manera infinita el esfuerzo y trabajo para recuperar los cuerpos. Se recuperó la cámara fotográfica que llevaban así que tengo esas últimas fotos, mi correo es turbulo@gmail.com”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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