¡NO SALTES AL METRO, HAZ ALPINISMO!

 


¿Qué?

De estar acostado, muy cómodo dentro de su sleeping, acá en nuestra tienda de campaña en los 4,200 de la bella y heladisima ladera oeste del Citlaltépetl (5,636m), teniendo sobre nuestras cabezas arriba  los glaciares colgantes y, más allá, la parcela movible del cielo que nos tocó esta noche, Luis se enderezó y leyó en su celular.

Alguien de la Ciudad de México le escribía que estaba tan desesperado que se encaminaba a saltar hacia las vías del metro. No dijo cuál estación para evitar que Luis  alertara a las autoridades.

Eran amigos desde niños en la Guardería, la Primaria, la Media Superior y la Universidad y, ahora, iba camino del suicidio. Nunca  se interesó por la religión ni por la filosofía, sólo por acumular dinero, comentó Luis. Era muy diestro en eso de los negocios, se dedicó un tiempo a la política de partido, pues era un excelente orador, luego le dio por comprar casas viejas, o departamentos, las remodelaba y las vendía.

Nos queríamos mucho aun con  ser  el revés del molde, yo casi un misántropo, gabardina vieja  y con apenas unas monedas para comprarme un café.

¡Espera, le escribió, no saltes, mejor ven a caminar a las montañas! Se cortó la comunicación. ¡Era una despedida! Luis se quedó sentado, viendo hacia la oscuridad de la noche desde dentro de la tienda.

Esta vez acordamos dormir todos  en la tienda-comedor, para más convivencia, no cada quien en su tienda individual, como lo veníamos haciendo.

 Luis comentó algo al volver de su sorpresa: las almas atormentadas por el trajín, el ruido, el liberalismo moderno, del tener más que el ser, de la multitud, los problemas existenciales o las cuestiones económicas, empezando por este maldito virus y las cepas que vendrán…

Dio un sorbo a su café negro.

 Pueden hacer una cura de nervios con el sólo hecho de agarrar su mochila y venir a esta extensa y bella ladera oeste del volcán Citlaltépetl, o de la montaña que esté cerca, en el país o en el continente en el que se viva. La cosa es   romper esa fatídica  rueda de…


Caminar

Dibujo tomado del libro Técnica Alpina de Manuel Sánchez y Armando Altamira, editado por la UNAM, 1978


Lo invité varias veces que viniera a  caminar por los bosques altos. ¿Qué paso? Él ya estaba encadenado a la rueda de Axión, llenando de monedas su tonel. Tenía seis socios y noventa y cinco apologistas.  Y la presencia femenina nunca estuvo lejos de él.

¿Qué es eso de la misantropía?

Es una broma. Los alpinistas somos, por eso de que solemos estar días o semanas en la soledad de las montañas, los que podemos apreciar la calidez humana que habita en las ciudades. Por más degradada  que esté la  atmósfera, por eso del calentamiento global y la conducta de los individuos, digamos, poca o nada ortodoxa, siempre habrá más positivo que negativo.

¿Si no hay montañas donde se vive? Tienes el mar o la laguna para remar. ¿Si sólo hay desierto? Puedes caminar. Eso me gustó, exclamó Yuma, indio hopi, nacido en medio de los desiertos de Norteamérica, por un lado el desierto de Yuma (por eso él se llama así) que es parte del gran desierto de Sonora, el desierto de Samalayuca y el desierto de Arizona. En diez vidas no acabarías de recorrerlos, dijo.

¿Por qué tú amigo…? No hay ningún misterio en esto. Uno acaba siendo igual al contexto en el que se mueve cotidianamente: deporte, hampa, santidad, cultura, televisión, celular,harem, política, abejorro de bar…

¡Explícate! Siempre se ha dicho que ir a caminar a las montañas no es nada nuevo, como se cree, sino un reencuentro con mí mismo. Por eso Byron escribió: “No vivo en mí mismo, sino que me convierto en parte de lo que me circunda, y para mí las altas montañas son un sentimiento”.

Podemos los atormentados ir al psiquiatra, para la cura, para eso está la ciencia! ¡Pero no vamos! Creo que estas exagerando, insistió Pancho. Luis buscó en su celular y se lo pasó al escéptico. Pancho leyó: Según dato de INEGI en el 2020 hubo 7,896 suicidios en México, 81.7% hombres y 18.2% mujeres. Y esto viene incrementándose desde 1910 que es de cuando INEGI tiene registro, en ese año fueron 5 mil.

En seguida una nota de la OMS: "Según indicó la Organización Mundial de la Salud (OMS),cada año unas 800 mil personas  ponen fina su vida en todo el mundo, es decir, una cada 40 segundos."

¿Sigues creyendo que es una ociosidad eso de decir que agarren su mochila y, para sanear el cuerpo, la mente y el alma, se vengan  a caminar a las montañas? Las delicias ( siempre bienvenidas) y   comodidades de la ciudad, las mal entendemos y nos volvemos cómodos y en no pocos casos esa dulce vida nos regresa a nuestra niñez, así tengamos ochenta años. En otras palabras, blandengues, no todos, pero sí muchos.

Les recuerdo, ustedes que son católicos, las palabras de tal vez el más grande Padre de la Iglesia, de la antigüedad, San Agustín: “Me has enseñado que me acerque a tomar los alimentos, cual si fuesen medicinas. Pero mientras paso de las molestias de la necesidad al bienestar de la saciedad, en ese mismo paso me acecha el lazo de la concupiscencia. Porque ese mismo paso es un deleite y no hay otro por dónde pasar adonde me obliga a pasar la necesidad”. Han leído a San Agustín o sólo el catecismo de Ripalda? Yo no, yo tampoco, yo tampoco.



                        Mario Campos en el Nevado de Toluca,México, 4,680m

                                    Foto de Armando Altamira


Pero no es tan sencillo venir a caminar a las montañas, si no se tiene la costumbre. ¡Hay que hacerla! Alguien, que no recuerdo quien, dijo Yuma, escribió: “La aptitud para soportar y amar la soledad es una medida de nuestro valor intelectual”. Se llama Schopenhauer el que lo escribió, aclaró Luis. Y dijo algo más refiriéndose al impacto que nuestra alma sufre cuando no se está familiarizado con los horizontes alpinos: “La soledad es completa; el viento aúlla por las gargantas de las montañas. Entonces se nos hace patente nuestra debilidad, nuestra impotencia contra una naturaleza hostil”. Pero si el encuentro se resiste, nuestros nervios se apaciguarán, volveremos a poder contemplar la belleza de la vida y, nos estaremos evitando un viaje al manicomio o,  como hizo el inspector Javert, saltar al remolino del Sena.



Dibujo tomado de El País, 26 de septiembre 2015


Esa llamada te ha hecho que exageres las cosas, dijo Pancho. Puede ser una exageración, pero cuando se tiene el imperativo categórico en forma de viga sobre tu cabeza y una cuerda en derredor del cuello, o las vías del metro bajo los pies, mejor recordar estas otras palabras de Byron: "Las montañas, los mares, los cielos,¿ no son parte de mí mismo y de mi alma, como yo soy también una parte de ellos?”

¿Han leído a Byron? Preguntó Luis. Yo no, ni yo ni yo. Con razón estamos como estamos, dijo y, echándose la capucha sobre la cabeza, volvió a hundirse en su bolsa de dormir y, por ultimo, recomendó: ¿Felices sueños!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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