UN VIEJO Y PESADO LIBRO DE ARISTOCLES EN LA MOCHILA DE YUMA

 


 

Segunda noche en el albergue de Piedra Grande (4,260 m) flanco norte del Pico de Orizaba (5,600). Montaña limpia  pero, merced a los residuos de comida que hay en todo comedor de los refugios de alta montaña, de vez en cuando algún ratoncillo asoma la cabeza. Por fortuna tenemos todavía el agua muy cerca para la preparación de los alimentos.

Es la disyuntiva cuando emprendo el cruce del desierto o el ascenso a una lejana montaña, dice Yuma, el indio hopi con el que he escalado en la última década: un libro más en mi mochila me obliga, por el peso,  a llevar un litro menos de agua, y eso acorta mi estancia en el recorrido. Se traduce en que podría morir de sed o al menos caer en una peligrosa deshidratación. Mi cuerpo y mi mente están adaptados para vivir en un promedio  de 40 grados calientes, es decir, entre 30 y 50. Pero sigo siendo mortal y tengo mis límites, miren, por ejemplo. Nos enseña un libro  de algunas de las obras de Aristocles (así se llamaba Platón) que tiene La Republica, la Apología de Sócrates, el Fedón, el Fedro, El Banquete y el Gorgias, todo en un solo volumen. Pues sí que está pesado dice Luis, por lo menos es de dos kilos. Lo que quiere  decir dos litro de agua menos en mi mochila, argumenta Yuma.

 Con Yuma y otros dos “hicimos” la pared oeste de la Torre Negra de Nexpayantla (4mil), y  la directa a la pared norte del Abanico (5 mil), en una misma salida, hace algunos años. Los detalles de esta ascensión en roca, nieve y hielo, fueron publicados en  Escalando con Schopenhauer, un cuaderno de la Secretaría de Prensa del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México, (STUNAM) y ahora  en Internet.

La solución es sencilla, le digo, no lleves libros y así podrás cargar más agua y tu recorrido será  de más distancia. Yuma argumenta: La travesía, es decir, la caminata, proporciona salud al cuerpo y el libro salud a la mente o, si se quiere, al alma. Sin libro hay una muy peligrosa situación de deshidratación intelectual. Dos tipos de muerte y entonces, ante la disyuntiva,  hay que mediar: agua y también libros ¡y el cuerpo que resista, a ver cómo le hace! ¡Tiene necesidad de comida y también de cultura, pues que se aguante!



Albergue de Piedra Grande (4,260m)

Foto de Armando Altamira Areyán.


Nos parece que hemos estado en esta salida, de una semana, entre montañas, tan desconectados de las cosas que suceden en el valle, que Luis, luego del  almuerzo, agarra el celular y pregunta a un amigo suyo de la ciudad de México, si la política de partidos sigue siendo sólo laica o ya comprende la moral. Parece que no hay señal para el celular pero en tanto espera, con el aparato pegado a la oreja, nos explica casi en voz baja, como quien dice un secreto: es algo que Platón buscaba, que la política  fuera moral sino la república (el pueblo) se iba a pique.

¿Por qué has preguntado  esa cosa tan rara? Le digo. ¿Rara? Sólo mira hacia países del área: hay pueblos  felices porque prevalece en ellos la justicia, y hay otros, que son desgraciados en la medida de sus vicios.

El amigo de Luis le envía una nota. Es un artículo periodístico  proporcionado por El Universal Online aparecida el 5 de octubre del 2021.Luis sólo lee un párrafo, oigan, dice: “Credibilidad de clase política en AL, en entredicho. La credibilidad de la clase política de América Latina y el Caribe volvió a quedar en entredicho con el destape de los Pandora Papers, una caja de viejos secretos sobre el involucramiento de presidentes, ministros y dirigentes partidistas latinoamericanos y caribeños en tramas financieras y jurídicas empresariales en paraísos fiscales para perder el rastro del dinero, eludir impuestos y ocultar activos”. En seguida comenta: Ese viejo Platón sabía lo que decía.

Se me ocurre que la vida de los individuos y la de los pueblos son, a semejanza de los alpinistas, dice Pancho, otro del grupo. ¿A qué te refieres? Si piensas que tu excursión es limitada, cargas con todo lo que encuentres a la mano. Aunque tu mochila te pese. Pero si tu viaje va a ser largo procuras tener mucho cuidado de lo que le vas a echar a tu mochila.

Todavía para la cena pensábamos si fue una metáfora lo dicho por Pancho. ¿Piensas que te quedarás en la Tierra, sin ir más allá de la fenomenología, o  remontarás el vuelo a la eternidad, en pleno vuelo metafísico? Algo así.

 A las ocho de la noche escuchamos el runrun de un vehículo que se acerca al albergue. No tardan en aparecer por la puerta ocho montañistas. Integran una patrulla de rescate alpino de Puebla. Conocemos a algunos. ¿Qué hacen? Tenemos días por estos lugares y no sabemos de accidente alguno, es más, ni siquiera hemos visto a alguien.



A.M.M. y A.A.A. en el flanco noroeste del Pico de Orizaba. Al fondo varios glaciares que ya no proporciona agua a los valles.

Foto de Armando Altamira.


Hace tiempo, dice Juan, el guía del grupo, buscando los cuerpos de Tabella y Samaniego ( Estos dos alpinistas permanecieron perdidos muchos años entre la nieve  del último tercio del flanco norte de este volcán) localizamos otros accidentados, también muy buscados por  años. Dos japoneses y otra cordada, de otra fecha, el accidente de dos suizos. Todos en el fondo de las grietas. Más a la derecha, en el centro mismo de la zona de grietas, otro cuerpo, al parecer de otro japonés. Este lo bajamos hace tiempo.

Salieron a la cinco de la mañana. ¡Todos salen a la cinco de la mañana! Llevan una  camilla plegable. Los acompaño, linterna en mano,  un tramo por el sendero de la morrena. Juan  dice que como yo he participado en búsquedas de accidentados en esta misma montaña,  saca un pequeño papel del bolsillo de su anorak y me lo entrega.



 En los 5,500m del flanco norte del Pico de Orizaba. Una ´área sumamente  sencilla de subir, en la que yacen alpinistas en el fondo de sus grietas.


En el anfiteatro, dice,  entre sus pertenencias, había  una nota. Su muerte no debió de llegar de inmediato porque tuvo tiempo y el ánimo para escribirla. El original lo entregaron las autoridades a sus familiares pero yo retraté el papel  con mi celular. Hice una copia y te la regalo.

Hasta que estuve de regreso en albergue, a la hora del almuerzo, me acordé del papel.  De nosotros sólo Luis sabe japonés. A ver dámelo. Lo leyó. Parece un epitafio. ¡Ya qué dice!, lo apuramos. Escuchen: “ Nadie me preguntó si quería nacer, y ahora tampoco nadie  me pregunta si quiero morir!”

Más tarde, Ya en las literas metidos en nuestro sacos de dormir, Yuma me pregunta ¿crees que eso escribió el accidentado o Luis lo inventó. Luis  oye y protesta, en tanto nos enseña el papel. Miren aquí dice. Nos quedamos en las mismas, está en japonés.

Lo que siempre me he preguntado, comenta Yuma, cómo en un área tan reducida, apenas 600 metros de nieves eternas, a partir de los 5 mil, en este flanco norte, hay tantos accidentes. Y en un terreno que no hay obstáculo para escalar. ¡Rectifico! agrega en seguida, pero no dice qué rectifica.

¿Qué rectificas? Habrá que borra el concepto de nieves eternas, o nieves perennes, todo hielo en las montañas del planeta está desapareciendo.

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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