LEWIS, ¿POR QUÉ LEER?

 


La literatura nos ayuda a mejorar nuestra comprensión de las personas, y éstas nos ayudan a mejorar la comprensión de la literatura

C.S. Lewis, La experiencia de leer

Todo para mejorar. En un mundo que parece estar patas arriba, leer y escribir es tarea de primera necesidad.

Comemos para alimentar al cuerpo, pero nos olvidamos de nutrir esa dimensión del cerebro que tiene que ver con la cultura y cosas que pueden ser trascendentes para bien.



Tara, el fantástico mundo de Margarita Mitchell


Parece. No es el Apocalipsis, ese libro serio y fundamental para las cuestiones del espíritu, pero que se presenta como   moneda distorsionada que siempre impacta sombríamente a los desprevenidos. Contribuyendo a la confusión que se esparce como virus patógeno infeccionando a la sociedad.

"Tiempos de disolución inaudita", observa Karl Jasper en su La Filosofía.

El mundo marcha porque hay fuerzas, de todo tipo y color, en equilibrio dialectico de los “contrarios”, mejor: opuestos, se oye menos agresivo, o que difieren.

No es, ciertamente, el mejor de los mundos, como asegura Leibniz. Empezando por los medios que nos presentan, de manera destacada, lo que está en descomposición pues es lo que vende. Son un negocio, no una obra de caridad.

Sigue la dudosa calidad de las redes sociales y lo que se llaman las Fake News o noticias falsas.

Tampoco es el mundo nervioso, o estresado, como ahora se estila, que pregona Kierkegaard, por culpa, dice, que cargamos con eso del pecado original.



Marco Aurelio emperador, supo unir lo especulativo con lo espiritual


Es cuando Lewis se refiere a la acción terapéutica de la literatura:

Si no podemos escapar del calabozo, al menos podemos mirar a través de los barrotes. Mejor eso que permanecer en el rincón más oscuro, echados sobre el jergón.

Vieja es la conducta que echa a pelear a la fantasía con el pensamiento especulativo, y viceversa. Son mundos monocromáticos, por demás dogmáticos, y no ayudan a seguir caminando. Con muchos tonos pero que no pasan de un mismo color. 

Meras opiniones que aspiran a ser creídas como valores universales.

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La poesía. Wiliam Carlos Williams


Lewis pugna por las regiones del espíritu donde se puede respirar oxígeno. No hay por qué tenerle miedo a la fantasía, a fantasear. Lejos de las conductas escleróticas que interrumpen la comunicación entre el cerebro y el cuerpo. Si se prefiere, del cuerpo con el alma. 

Hay mucha pobreza material en el mundo, pero es más la pobreza de humanidad. Si sólo el 2 por ciento de la población mundial lee de cultura, la pobreza de humanidad es el resultado lógico. Una sociedad darwiniana que, como en las películas del viejo oeste, el que saca primero la pistola es el que gana.

Lewis:

La mayoría de nosotros no cree que  el universo de Dante se parezca para nada al universo real. Ninguno de nosotros puede aceptar al mismo tiempo las concepciones de la vida de Hous-man, Chesterton o la del Ornar de Fitzgerald y la de Kipling…historias que narran cosas que nunca han sucedido. ¿Qué valor tiene concentrarse para imaginar cosas que nunca podrán existir, como el paraíso terrenal de Dante, el pasaje de la Riada en que Tetis surge del mar para consolar a Aquiles, la dama Naturaleza de Chaucer o de Spenser, o la barca esquelética de La balada del viejo marinero?



                    Cervantes, Idea y mundo


Aquí es donde anota:

La literatura nos ayuda a mejorar nuestra comprensión de las personas, y éstas nos ayudan a mejorar la comprensión de la literatura

Y agrega:

Los que estamos habituados a la buena lectura no solemos tener conciencia de la enorme ampliación de nuestros ser que nos ha deparado el contacto con los escritores.



Nezahualcóyotl, rey–poeta náhuatl, Sólo un poco aquí en la tierra, sólo un poco 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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