EL AMANTE DE LADY CHATTERLEY D.H. Lawrence

 

 

 

 

Cuaderno de comunicación sindical, número 86, editado por el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México, en octubre de 2006,con el título: Letras Inglesas y Noruegas, autor: Armando Altamira Gallardo

 


En el aniversario del nacimiento de D.H.Lawrence 11 de setiembre de 1885

 

 

Es la novela de la incompatibilidad de caracteres entre sus personajes. En esta obra de D. H. Lawrence todos se detestan. Excepto la  pareja de amantes, que en el corto plazo parece llevarse bien. Después quién sabe. También reniegan de la clase social en la que se encuentran. Sólo Clifford, el aristócrata, sabe que ese es su lugar. Ha nacido para dirigir y se ha preparado en consecuencia.

 

Es una larga y penosa enseñanza. Cada individuo humano es algo particular. Fue hecho con la misma tarjeta geonómica que el resto de la especie a la que pertenece y, sin embargo, no hay otro como él. Si pudiera vivir él solo tal vez sería feliz. Pero no puede. Decide vivir con otro individuo humano. Y esto muchas veces es el principio del fin para dos individuos humanos. Cuando  descubren la situación esta suele tener ya muchas raíces o marañas. No se dice yo soy así, yo quiero vivir así, yo pienso así. Hay recriminaciones cruzadas  del uno hacia el otro. Tu vives así, tu eres así.

 

En rigor los dos tienen razón tratándose de su individualidad. Pero, ¿por qué tuvieron que mezclar su vida con la del otro? No hay compatibilidad de caracteres. Sexualmente llegan a no entenderse. Culturalmente hay grandes  desigualdades que dificultan el diálogo. A la postre los personajes no sabrán qué es peor, si vivir solo o vivir con alguien. Las mesas de los juzgados están repletas de las carpetas del odio que solicitan divorcio urgente.

Si te casas te arrepientes, si no te casas, te arrepientes, frase de Sócrates.

 

Constance Steward Reid se une con Clifford Chatterley cuando a éste le dieron, en 1917, un mes de permiso, en los frentes de batalla, para que fuera a descansar a Inglaterra. Se casa con Constance y regresa a las duras batallas de las trincheras. Medio año más tarde Clifford es regresado a su mansión Wragby, en la población de Tevershall, completamente destrozado por las heridas físicas. En adelante vivirá en una silla de ruedas y no puede tener relaciones sexuales. Necesita un heredero a fin que continúe con la tradición familiar, el apellido Chtaterley y con los negocios de las minas de carbón de las que es propietario. Llega el momento que le dice a su esposa que debería tener un hijo y él lo recibiría como suyo, con todos los derechos de heredad. ¡El lo formaría para  líder industrial y financiero! Una situación semejante, respecto esto último,  será también el tema  que más tarde escribirá Ernest Hemingway en la novela “Ahora brilla el Sol”. Un soldado que regresa invalido del frente de batalla, una mujer joven y hermosa, amores de ésta con otros hombres...

 




D.H.Lawrence





Un día Constance conoce al guardabosques de la propiedad de Clifford Chatterley. Cuando ni siquiera han entablado amistad, empiezan a hacer el sexo, sin barrera y sin medida y con los días llegan a enamorarse. A Constance le aburre la intelectualidad de su esposo, el cual también es escritor y publica libros. Antes, para escapar de esta situación, tan falsamente refinada a sus ojos, había tenido aventuras con un tipo extraño llamado Michaelis. Luego se sentirá atraída por el guardabosques, quien a su escasa cultura la llena con una sensualidad tal que hasta le ha dado cierta fama de “salvaje” en el pueblo cercano Tevershall. Constance se siente tan enamorada y atraída  que abandona toda posición, que tenía en la alta sociedad, con tal de vivir junto al guardabosques.

 

Los amantes no tardan  en odiar al marido, a quien hacen culpable de que ellos no puedan vivir su amor con plena libertad. El guardabosques se llama Oliver Mellors. Este también es casado y vive separado de su mujer desde un tiempo atrás. También a ella llegan a considerarla  culpable de la falta de libertad de los amantes. Al final estos deciden abandonar todo, con miras a vivir juntos, cuando ambos hayan logrado sus respectivos divorcios.

 

Así fue como Constance escapó del mundo aburrido que vivía con su esposo. Aquí Lawrence recurre al cartabón del marido aburrido  para una especie de justificación de la mujer que se busca un amante. Igual  hicieron Ibsen, Tolstoi y Flaubert. Julia, personaje de Sade, es de la pocas mujeres que decide importarle poco todo mundo, empezando por su virginidad, con tal de convertirse en una diosa increíble del sexo. Hasta la misma Mesalina, ¡increíble!, se refugió en lo blandengue de su marido, el emperador Claudio, para dedicarse prácticamente a la prostitución.

 


El caso es que la emoción, de la amistad ilegal con Mellors, le dio nuevo sabor a los salvajes  días de sexo que siguieron. Después el cielo empezó a oscurecerse. Muchas complicaciones presentidas para el futuro. Muchas complicaciones en sus pláticas que rememoraban el pasado de cada uno de ellos: “No sé lo que soy. Veo venir días muy negros” dijo el guardabosque a Constance.  

 

Esta novela se va mucho por los tonos grises. Le falta color. Después de todo la vida tiene sus momentos de nube color de rosa. En la realidad las risas se alternan con los conflictos. Este es el desbalance de la obra. Recuerda lo sombrío de la novelística de Dostoweski. Como si un fotógrafo pusiera en su cámara con película de color un filtro de color. Dominaría este color y los otros colores se saldrían de balance.

 

Desde luego, en la novela encontramos situaciones que nos dan idea del contexto social en el que se desarrolla el trabajo. Los obreros  de las minas de carbón son individuos pobres, tristes y sin esperanza de mejorar su presente ni   planear su futuro. Algunos de la clase alta ven con repugnancia lo vulgar  que es la vida de la gente del pueblo. También algunos pensamientos de valor respecto de la actitud del humano como aquel que “la juventud anda tras la inmortalidad y la ancianidad busca la sensualidad”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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