MOISÉS LOZADA DÍAZ Y (EL LIBRO) AQUÍ NO CANTAN LOS GALLOS

 


Estaba parado entre la cerrada y helada niebla del bosque de la Sierra de Pachuca, de tres mil metros sobre el nivel del mar, esperando la combi que lo bajaría a la airosa ciudad en el norte del Valle de México.

La noche anterior,15 de septiembre del 2022, fue de lluvia menuda pero cerrada  de la tormenta Lester que  se precipitó sobre Llano Grande. Un lugar abierto muy amplio rodeado de altos bosques ahora invisibles por las nubes que se desgarraban entre sus árboles.

En unas horas, ya del 16, cumpliré 87 años. Mi familia vive en la Ciudad de México. Otra parte de ella viaja en estos momentos hacia San Nicolás Xhate, al norte de Atotonilco el Grande. Tonantzin, una de mis nietas, la imagino en Italia tomando fotos de  lo que quedó de los palacios de Roma y el Foro.

De seguro los del Xhate preparan ya el pozole para cuando mañana baje a reunirme con ellos. La Independencia del país y yo somos los pretextos  pozaleros en esta ocasión.

Por ahora estoy solo en la inmensidad de la noche. Oigo el tamborilear de la lluvia que pega en el techo de mi pequeña tienda. En las largas horas del vivac pienso que es un error  eso de festejar a los cumpleañeros. La mujer, la madre, es la que tenía presente al genio de la especie y todas sus consecuencias. La criatura sólo viene a este mundo, procedente quién sabe de dónde y sin que se le haya preguntado su parecer, y luego del chillido  se pasará la  vida preguntándose: ¿por qué?, ¿para qué?,¿Por qué yo?,¡qué bueno que fui yo!...

 


¿Por qué?, ¿para qué?,¿Por qué yo?,¡qué bueno que fui yo!...

Llegada al refugio El Queretano (4,700m.s,n.m) en la ladera norte del volcán Popocatépetl

 

Busco la linterna para salir a mear (siempre he sentido flojera para investigar si se dice mear o miar).Me topo con un cuadernillo del tema alpino que escribí y salió publicado hace ya varios años.

Dice cómo portarse bien en la vida a base de   ejercicio en la montaña y no comer chetos ni beber aguas dulces, pero tiene el provocativo título de Método para suicidarse en siete lecciones

Es la manera poco aburrida, pienso, para gente que lo lea siendo ajena al alpinismo. Ilustra siete de las más difíciles rutas para escalar en México. Dos de ellas aquí, mismo, en la Sierra de Pachuca, en el grupo de Las Monjas, al oeste cercano del hermoso pueblo de Chico. Me refiero a las paredes norte Rosendo de la Peña y Benito Ramírez.

Lo traigo en mi mochila como recurso de defensa, para identificarme, en caso necesario. Desde el día que en el pueblo de Salazar, estado de México, estuve a punto de ser linchado.

En mis primeros años de alpinista escalé mucho Los Perros, una pared rocosa de unos treinta metros de alto, muy firme con salientes pequeños en los que se puede colgar con toda confianza de no romperse. Se localiza un kilómetro al este de Salazar.

Luego cambié de pastos con mis compañeros de cordada a otras montañas.

Ese día, luego de muchos años, volví a Los Perros a tomar fotografías de la roca. De regreso al pueblo me sorprendió ver edificada una iglesia que antaño no existía.

Instintivamente, como fotógrafo profesional que he sido toda mi vida, saqué la cámara, todavía analógica, e hice algunas tomas. Unos niños andaba jugando y se atravesaron a lo lejos, una calle abajo.

Fue cuando una mujer salió de su casa dando gritos convocando a los vecinos. Pronto me rodearon unas diez mujeres acusándome de robachicos. “primero vienen a retratarlos y después regresan por ellos”. Otra dijo: “Vamos amarrarlo al poste y tú, ve por la gasolina”

Buscaba que se acercara algún hombre para poder explicar entre el griterío mujeril. ¡Nada! Ya me llevaba hacia el poste cuando, en la desesperación, pude gritar más fuerte y decir que venía de Los Perros. Escucharon algo familiar a su lugar y   sentí que se aflojo un poco la tensión. Aproveché para decirles algo que ellas vivieron siendo aún niñas: Veníamos escalar a Los Perros y aquí estaba una tienda que atendía  un señor que se llamaba Raúl (tu abuelo, dijo alguien señalado a una de las que   me llevaban), los autobuses todavía no entraban a Salazar y viajábamos en el tren(señalé la cercana estación ferroviaria ya ruinosa), o  por la carretera México-Toluca, la  iglesia no existía en esos años y por eso me dio por retratarla.

Me soltaron y hasta se disculparon. Ya en tono amable me dijeron: No lo tomé a mal señor, pero ya ve cómo están las cosas tan feas.

Desde entonces llevó en mi mochila algunos de los cuadernillos de tema alpino que he escrito que  me sirva de identificación.

Instalé mi tienda por la mañana en Llano Grande. Bajé hacia el sur hasta el pueblo de Cerezo (2,700 m.s.n.m.). En la tienda con bancas de cemento, enfrente del kiosco y el templo de San Miguel Arcángel, un grupo toma refrescos(hay ley seca por lo del 15).De todos modos se ven  medio achispados. Me siento a descansar antes de emprender  el ascenso de regreso a Llano Grande.

Septiembre es mes de tormentas y de temblores en México, dice alguien. ¿Verdad señor que va a temblar? ¡En México siempre tiembla en septiembre! Le digo que los vientos alisios traerán puntualmente, cada año,  las tormentas a México, pero que allá abajo las cinco placas tectónicas no saben del calendario gregoriano y no hay, por lo tanto, ninguna base científica para que eso suceda.

Ya ves guey, dice alguien al profeta, para que se te quite lo chachalaca. Luego luego se ve que el señor sí sabe.

¡Por Dios que va a temblar! Alcancé a  oír que insistía el borracho cuando emprendí la subida del tramo entre Cerezo y la presa de Jaramillo, conocido en el alpinismo como “Tumbaburros”.

Descartes, Kant, Schopenhauer y Bergson explican en 500 paginas el tema de la intuición, ese saber antes del saber, como corresponde a la intuición especulativa de los filósofos. El borracho se limitó a una intuición empírica callejera y en dos palabras dijo Yo creo que va pasar esto…

Cuatro días después un sismo cerca del 8  en la escala de Richter, procedente de Michoacán, sacudió a la Ciudad de México al que siguieron 692 réplicas y, dos días más tarde,  el 22, una réplica de 6,9  en la que 38.7 millones de personas lo sentirían en 12 estados del país: Jalisco, Zacatecas, Guerrero, Colima, Michoacán, Guanajuato, Estado de México, CDMX, Morelos, Oaxaca, Puebla y Tlaxcala.

No sólo en Delfos tenían oráculo, me digo.

Otros dos cuadernillos llevó en mi mochila. Uno es para obsequiar a cuanto alpinista me encuentre en la montaña. Uno se refiere a La conquista del Pico de Orizaba, ese es el título. Relato la vez que, en el invierno de 2003, le dimos la vuelta a este volcán en la cota 4,200 y nos llevó la travesía cinco días. 












El otro cuadernillo  tiene el titulo que recuerda a Emilio  Salgari: Tormenta en la selva. Primera Convención Zapatista. Un ejercito rebelde que  expresamente le declaró la guerra al ejercito federal mexicano. 

Más allá de Las Margaritas, Guadalupe Tepeyac (737m.s.n.m), en pleno corazón de la selva chiapaneca. La flor y nata de la intelectualidad nacional y extranjera se vio llegar con tiendas de campaña al hombro, botas black star y linterna al cinto. Diletantes en la instalación de campamentos. Se apresuraron a levantar sus tiendas  en la explanada baja de la somera depresión del terreno.

 Tregua concertada entre los ejércitos. Lo que no nos daba seguridad pues sabido es que en la guerra se vale de todo. En cualquier momento una tempestad de acero podía llegar de las nubes. 

Los que llegaron  fue Tláloc y sus dioses auxiliares los tlaloques. Cayó una tempestad, en la primera noche de la Convención, con tal intensidad que poco faltó para barrer por completo el campamento que durante semanas los zapatistas fueron construyendo con  troncos de grandes árboles. Casi todas las tiendas fueron barridas y los congresistas tuvieron que refugiarse en el auditorio zapatista, también levantado con tablones de arboles aserrados a la mitad. Pocas tiendas de los que instalamos en las laderas resistieron.



La segunda Convención Zapatista fue en Oventic (2,500 m.s.n.m), también Chiapas. Otra vez el mal tiempo (ahora del ciclón Douglas). Como de cuentos de fantasía la espesa niebla entraba  por una de las grandes puertas, recorría el enorme auditorio, también construido por zapatistas, y salía por la otra puerta. En ocasiones el orador en turno no se veía. Hacia mucho frío. Pero, estoicos, nadie se movió de sus lugares. Más de treinta oradores.

 Yo hacia la talacha grabando el discurso del Subcomandante  en su conferencia, el discurso de bienvenida de la comandante  Hortensia y el discurso oficial de la inauguración del Encuentro a cargo de la mayor Ana María. En  tanto mi compañero Agustín retrataba, cuando cambio el estado del tiempo, hermosas italianas, liberales que se cambiaban de ropa a la vista de todos. Decía Agustín  que un corresponsal  de guerra  no sólo debe retratar balazos y cadáveres sino todo el contexto.

Para esta vez  escribí un libro con título: Encuentro de internacionales en las montañas de Oventic (editado por el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México, marzo 1997).  Muy criticado porque, por más que buscaban los lectores,  nadie encontró en el texto el "tono progresista".

 Confirmé lo que siempre supe: los otros quieren que yo escriba como ellos piensan.

"Hervimos a diferentes grados", apunta Emerson.

Mi hijo Omar llegó puntual a Llano Grande  en la mañana del 16 como habíamos quedado para  bajar  a almorzar al mercado de  Omitlán y después ir al Xhate al pozole.

A la salida fue cuando lo vimos. Medio aterido entre la niebla, esperando la combi. ¿Le damos un aventón? dijo mi hijo. Hay que tener cuidado en estos días y no subir a cualquiera, pero éste no tiene tipo de facineroso. Pese a la barba y la capucha cubriéndole la cabeza, se ve que es de otra onda. Mis largos años para escribir para un periódico de la UNAM me agudizaron cierta intuición para detectar el  tono intelectual.

Pregúntale si quiere que le demos un aventón porque, también los del carro, que ofrecen llevar, pueden ser facinerosos. En estos tiempos hay que andar con cuidado, decían las mujeres de Salazar.

Sí, dijo y se subió. Voy a Pachuca pero si ustedes van para acá me bajó en Real del Monte y ahí también salen combis para Pachuca.

El pueblo mágico de Real del Monte está en los 2,700 metros sobre el nivel del mar.

La mención de Real del Monte me recordó a Santos Castro, habitante del lugar, uno de los grandes escaladores  de media y alta montaña que ha dado México. Escalé con él algunas veces en las cañadas del suroeste de  la Iztaccíhuatl.

Murió algunos años atrás subiendo la pared  de El Abanico, en la ladera norte del Popocatépetl. Pared de roca  muy erosionada con nieve y hielo, cerca de los 5 mil de altitud.

Se desprendió al principio del segundo tercio de la pared. El golpe lo dejó inconsciente por un rato. Quedó colgando de la cuerda. Luego se le vio luchar por volver a acercarse a la roca. El viento helado y fuerte de la pared  (por eso a esa roca la  llama Abanico y también Ventorrillo) acabó congelándolo. Finalmente se dobló. Por varias horas el viento llevaba para allá y para acá el cuerpo ya sin vida, en tanto llegaban los del Socorro Alpino.

Aquí me bajo dijo Moisés cuando llegamos a la primera calle del Real. Quiero agradecerles el aventón. Sacó de su mochila un libro y nos lo obsequió. Aquí no cantan los gallos, es el título.  A la pasada le di un vistazo. En el párrafo que relata que los choferes no comían en las mesas de los jefes y, agrupándose, para matar el hambre, iban al oxxo a comprar galletas que bajan con unos tragos de coca.

Escribir de la cotidianeidad es un arte que no se le da a cualquiera. Pensé en Charles Bukowski, el escritor norteamericano al que más que nada en la vida le gustaba rascarse los sobacos.

Hemos conocido a un escritor, me dijo mi hijo cuando enfiló  el descenso  hacia Omitían.

Sí, pensé. En mis años asistí a muchas presentaciones de libros allá en la Ciudad de México. En medio de un ambiente de intelectuales que se daban cita para, de manera colateral, comer gratis bocadillos y beber cuantas  copas de vino duraba la presentación,  asistidos por elegante personal contratado para servir las mesas.

¡Cosas de la vida! “Hemos conocido a un escritor”. Nada de bocadillos ni vinillos tintos. Igual que Juan en Comala, a Moises, luego de decirnos adiós, lo vimos solo perderse entre la niebla cerrada de la tormenta tropical Lester que todavía llenaba las calles de Real del Monte..

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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