MARTÍNEZ, OBRA DE FILOSOFÍA PARA SER LEIDA HASTA POR LA GENTE DEL COMUN

 


Se difiere en la manera de pensar la vida, por la libertad propia y buscando la verdad, pero más  con intención de desvirtuar  o exterminar al otro.

Esto viene sucediendo durante ya muchos siglos. Tiene su origen este deseo en los altos niveles de la intelectualidad.

Pero el que muere  en las barricas es el hombre que camina por la banqueta que, por lo general, sabe muy poco, o nada, de ese contraste de ideas.

Los eruditos  escriben en libros y revistas, para los eruditos, los filósofos para ser leídos por los filósofos. Todos ellos hablan, apunta Platón: “desde un saber sentencioso”.

Las estadísticas dicen que en el mundo hay un alto, muy alto, porcentaje de gente que apenas  se interesa por los modos de pensar la vida, incluidos aquí los títulos universitarios de las ciencias.

Empezó la peligrosa diatriba desde los presocráticos, en la cultura griega, y tomó forma con las figuras del idealista Platón y Epicuro el atomista. Llega a nuestros días de distintas   maneras: fenomenólogos, especulativos, romanticismo, ilustración, humanismo, empirismo… que dejan atrás  las viejas etiquetas de creyentes y ateos.




Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria,

de Fritz Redlich, 1968


Hay una tercera manera de pensar la vida pero que apenas se oye por el ruido que hacen las arriba mencionadas. Es la dialéctica o ecuménica. Que  el   individuo, que va por la vida guiado por la razón y cultive la fe, que desde pequeño abrevó en la tradición. O bien, que el creyente no despegue sus pies de la tierra que pisa.

“Se deben leer los libros más antiguos, porque es un inmenso beneficio poder utilizar el trabajo de tantos hombres, ya para conocer lo bueno que en otro tiempo ha sido descubierto, ya también para saber lo que queda ulteriormente por descubrir en todas las ciencias”, palabras de René Descartes en Dos opúsculos.

La obra de Martínez es del mencionado tercer modo de ver la vida. Con un estilo de escribir en la exposición de las ideas, sin ser reduccionista, perfectamente accesible para el individuo del común desde la niñez hasta la ancianidad. Desde  el ajeno hombre de la calle a las lecturas filosóficas en el que se incluye al que sólo conoce textos académicos de las ciencias exactas.

La obra tiene el título de Apuntes de  filosofía, una introducción al pensamiento filosófico, y su autor es el costarricense Bernal Martínez-Gutiérrez, publicado el libro por Editorial Digital, Imprenta Nacional, Costa Rica, en el año 2016.

Un libro que es necesario tener a la mano por su Índice de Contenidos, que comprenden:1-Primera parte: Nociones de la filosofia,2-Proposito de la filosofía,3- La filosofía en el devenir histórico de la humanidad. Segunda Parte. Biografía de filósofos y pensadores. Tercera parte: Vocabulario filosófico elemental.

El siguiente párrafo da idea del tono que sigue la obra de Martínez.

“La teología y la filosofía son distintas, pero no son excluyentes entre sí. No debe considerarse que porque alguien es creyente no puede al mismo tiempo cuestionarse alguna verdad, echando mano así, de alguna argumentación filosófica; y, al mismo tiempo  es incorrecto pensar que porque alguien es filosofo, o realiza alguna actividad ligada con la filosofía, deba ser necesariamente ateo. En todo caso, la filosofía no es atea en sí misma, ateos son algunos filósofos.”

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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