EUTANASIA, SEGÚN SCHOPENHAUER

 


 

Referencia:

Parerga y Paralipómena I

 

No murieron, sólo dejaron de vivir.

Se muere por enfermedad.

En este caso, de enfermedad, se refiere como acto deliberado de poner fin a la vida o, también, suicidio medicamente asistido.

Eutanasia, según Schopenhauer, es dejar de vivir por vejez, estando sanos. Por eso se identifica con la etimología griega de la palabra eutanasia que es: “buena muerte”.

No se mete en los vericuetos sin fin tanto comerciales, como jurídicos y morales, que suscita el tema en todas partes.

Cada quien que se rasque sus pulgas.

La idea central del tema para Schopenhauer la explica así:

Una existencia cuyo verdadero valor siempre se ha de estimar únicamente por la ausencia de dolores y no por la presencia



                           Viñeta tomada de El País 23 de septiembre del 2015


En nuestra vida moderna (abundante en canceres, infecciones sexuales, etc. ) se entiende, es ir contra la corriente casi en todo eso que dice el autor.

 Sedentarismo y su contrario, el síndrome de Burnout (una sobre actividad), tan patológico aquel como éste, comida chatarra, aguas dulces, ser negativo y preocuparse porque cruzó corriendo el ratón, o peligros potenciales que siempre pueden ocurrir pero que casi nunca ocurren, y entre tanto llevan a la extrema preocupación o estrés.

Todo eso nos pasa a los mexicanos por andar copiando recetas de cocinas ajenas (rebosantes en grasas asesinas, sales y azucares  en exceso)  y dejar de lado nuestra ancestral, magra, comida natural al cien ( ya ni sabemos de qué color son los nopales).

 


                                            Quemando grasas asesinas

Dibujo tomado del libro Técnica Alpina de Manuel Sánchez y Armando Altamira


Se anticipa a señalar la solución:

Mejor vivir positivamente este día y dejar que lo que no está en nuestra mano siga su curso. Dice:

Es la eutanasia una muerte fácil no precedida de ninguna enfermedad ni acompañada de agonía, no sentida en absoluto.

Añade:

 He observado que quienes han sobrepasado los noventa años participan de la eutanasia. Es decir, mueren sin ninguna enfermedad, sin apoplejía, sin estertor, a veces incluso sin palidecer, la mayoría de las veces sentados y, por cierto, después de comer; o, más bien, no mueren, sino que sólo cesaron de vivir.

 

Dos datos al margen:

1-Schopenhauer cesó de vivir, sentado en su sofá, esperando que su ama de llaves le llevara el almuerzo.

2-Raúl Revilla Quiroz, gran escalador de Pachuca Hidalgo México, cesó de vivir este año,2022, a la edad de 99 años.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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