J. Steinbeck y el pirata Morgan

Tenía quince años cuando Henry Morgan se fue caminando hasta llegar al puerto de Cardiff. Era tan niño que su madre no le dio permiso para marcharse a las Indias, como él les había comunicado. Su sueño era el de miles de muchachos europeos de esos siglos que soñaban con hacerse del oro y de la gloria en América. Él soñaba con hacerse bucanero y conquistar, y saquear, una ciudad española, católica, de América. No hizo caso a su madre y se fue.

 Morgan es a la sazón un muchacho de apenas quince años de edad pero sabe ya que es lo suficientemente sanguinario como para realizar lo que hasta entonces los más sanguinarios piratas no se han atrevido a hacer. Llevar a cabo el saqueo de una ciudad española y católica. Todo es cuestión de planeación, dice.

Morgan soñaba con su novia cosas agradables y otras que le parecía repugnantes. Pensaba que sin duda había en él algo monstruoso, pues no podía distinguir entre la repugnancia y el deseo. Por el camino encontró a un joven labriego amigo suyo que, en una ocasión había conocido Londres. Muy decepcionado le comentó la impresión que tenía de esa ciudad que eran unos ladrones y ellos, los habitantes de las villas, no tenían oportunidad de trabajo: “Qué oportunidad tenemos tú o yo, por ejemplo, si todos los puestos buenos están ya ocupados por ladrones?”. Para dar idea de la pobreza de su aldea describe la choza donde vivía su novia: “La casa no tenía entarimado, únicamente juncos esparcidos sobre la tierra apisonada. Por la noche dormían envueltos en pieles de oveja, echados en círculo con los pies hacia el fuego”.

En Cardiff conoció a Tim, un tipo que le facilitó encontrar trabajo en un barco que se dirigía a las Indias. Tim era de corazón noble pero le importaba más llenar de oro sus bolsillos. Después de varios días de navegación llegaron a la isla de Barbados. Ahí s enteró que entre Tim y el capitán del barco lo habían vendido “legalmente” a James Flower, dueño de una plantación que era trabajada por “esclavos legales”.

Con todo, Morgan se sentía feliz pues sabía que estaba en el lugar preciso para, en lo futuro, emprender la realización de su sueño. Además con los cinco años que por contrato debía pasar de esclavo, crecería, se haría más fuerte y aprendería a navegar y a conocer a los hombres y a las mujeres.

Poco apoco s e ganó la confianza de James Flower al grado que éste lo liberó antes del tiempo estipulado en el contrato. Hasta le pidió que se quedara a vivir para siempre en el lugar. Lo trataría como a su hijo y lo haría socio regalándole la mitad de la plantación. Pero Morgan se despidió de él diciéndole que tenía que realizar su sueño de hacerse bucanero.

Ser pirata, corsario o bucanero, era toda una profesión de desvalijadores de los mares. Unos “legales” y otros espontáneos. Eran capaces de destruirse entre sí para arrebatarse el botín pero, en determinado momento, los unía el odio contra España. Hacían un feo caldo de cultivo del que en apariencia ningún país era responsable pero donde confluían nacionalismos, religiones, culturas, subculturas, sin culturas, odios ancestrales, deseos de venganza y ambiciones inmediatas. Todo aquel indio o negro, que lograba escapar del dominio español, se unía a los piratas y desde ahí emprendían la venganza contra el poder que los había tiranizado. Cuando abordaban una nave española no se conformaban con matar y robar sino que desplegaban una temible saña asesina. Y, como España era católica, en automático se volvían anticatólicos. No conscientes protestantes, de los que afanosamente leen le Biblia, solo anticatólicos.

Unos piratas estaba mejor armados que otros, unos eran inteligentes y otros no. En el país del que procedían eran héroes y en el país que atacaban eran simples bandoleros de los mares. En algunos de sus países hasta los hacían merecedores a títulos de nobleza y España, a cuanto lograba capturar, les cortaba la cabeza. Los movía arrebatar el oro indígena que surcaba los mares rumbo a España y un somero programa ideológico, que los sostenía con la cabeza en alto y la conciencia más que tranquila, era que estaba llevando la guerra al campo papista:”Esta gente robaba armas y hacía la guerra a España. No es raro pues España era rica y católica, mientras que hugonotes, luteranos y anglicanos eran unos pobres desarrapados”.

Existía un ambiente de piratas en las costas del Mar Caribe, Golfo de México, Mar Atlántico y hasta en el Océano Pacífico, que llamaban “Océano de Occidente”. Eventualmente España lograba tratados de paz con Inglaterra u otros países pero los piratas hacían caso omiso a todo eso. Morgan conoció este ambiente cuando por fin logró hacerse bucanero. En todos esos mares abundaban naves llevando oro, o trayendo esclavos para venderlos en las negrerías de las islas, o en las negrerías instaladas en el camino de la ciudad de Puebla al Puerto de Veracruz, en la Nueva España, México.

Algunos de estos desarrapados en sus países empezaban su vida de piratas por hambre pero la siguiente etapa revelaba su verdadera naturaleza asesina. Cierta literatura y la industria cinematográfica del siglo veinte idealizaron la piratería y hasta la llenó de personajes románticos. La realidad es que la piratería libró a los mismos países, de donde estos procedían, de gente que de otra manera hubiera seguido llenando las cárceles o acabando en el patíbulo. Steinbeck describe la personalidad de un pirata apodado El Olonés. Éste no se conformaba con matar a los españoles de los barcos capturados, sino que llegó a asarlos a fuego lento: “Empezó con un autentico odio a España y acabó con un profundo amor a la crueldad”.
Steinbeck hace nacer la vocación sanguinaria del pirata Morgan de la generación espontánea. Según su vida familiar no había por qué hacerse un cruel pirata. Su hogar, allá en los pequeños valles galeses, era de un ambiente común. Su madre lo quiere y lo protege como el común de las madres. La conducta del padre también es común a la mayoría de los padres.Vivían en buena posición económica. La falta de oportunidades, a posterirori  pudiera esgrimirse pero nadie dice hoy no tengo trabajo y mañana agarraré mi ametralladora para asaltar bancos y matar gente.

Tiene que existir una presión genética a la par de una presión social, para inclinar esas potencialidades hacia un lado o hacia el otro. Schopenhauer duda que la pedagogía pueda hacer mucho contra las pulsiones del individuo. Es una discusión antigua. El ambiente familiar de Morgan, tal como lo describe Steinbeck, no era fábrica de asaltantes y asesinos. Excepto un tío que vive en Las Antillas, entre el ambiente de piratas, rico y que llega a volverse un paradigma para Morgan. El joven Morgan pudo haberse quedado en su apacible tierra y casare con su novia. O meterse a un seminario. Prefirió seguir el camino de su tío.

Morgan conoció a la hez de los mares, que en la novela se le invoca jactanciosamente como la Hermandad de la Tortuga o la Hermandad Libre. A diferencia de los piratas, Morgan no sólo era intrépido y ambicioso sino también inteligente, previsor y calculador. Los otros, después de cada golpe que daban contra las naves españolas, se apresuraban a ir a las tabernas y a los burdeles y no salían de esos lugares hasta que eran arrojados a las calles fangosas, sin dinero, por los propietarios. Henry Morgan, entre tanto, se reservaba, ahorraba para comprar naves y armamento y potenciaba su ambición para conquistar una ciudad española.

Un día Morgan convoca a los capitanes que hacen la Hermandad de la Tortuga para ir a robar el tesoro más grande imaginado por todos ellos. Este tesoro está en La Taza de Oro, como se le conocía a Panamá. Los intrépidos asesinos de los mares tienen miedo pues por acumular tantos tesoros esa ciudad debe estar bien resguardada. Además atacar una ciudad organizada, con soldados disciplinados y murallas fortificadas, no es el estilo de lucha de ellos, que son atacantes del mar, fieros pero indisciplinados. Morgan debió haber leído a Hernán Cortés. Cuando sus fieros capitanes se rehusaban a marchar contra México-Tenochtitlán, sólo les decía el único argumento que podía decidirlos: “Allá está el oro de los aztecas”.
Atacan y logran tomar Panamá. Reúnen una cantidad fabulosa de oro y piedras preciosas. Por esa hazaña de piratería el gobierno inglés lo colmará de honores y le dará un título nobiliario. Además del cargo de vicegobernador. Más tarde Morgan dirá: “Panamá fue una conquista patriótica. El rey lo aprobó. Además, la población era papista”

El reparto del oro lo harán más tarde, en otra isla. Por lo pronto está el saqueo, la violación y el incendio de la ciudad. Cuando Morgan tiene en sus manos la inmensa fortuna, piensa que ese oro no es nada más para él pues tiene que repartir el dinero entre los demás piratas. Es cuando encuentra la gran filosofía de todo depredador: “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”. Pero como el Morgan real es un personaje recreado por un escritor como Steinbeck, Morgan lo dice con estas palabras, refiriéndose a los piratas que lo había acompañado en el asalto a Panamá: “Estos hombres fueron demasiado despreocupados con los derechos de los demás para merecer su consideración. Ellos roban y por eso s e les robará su botín…Estos idiotas no merecen nada. Lo derrocharían en los burdeles en cuanto volvieran a casa”. Pero ¿cómo robar a cientos de expertos ladrones y asesinos de los mares?

Esa noche Morgan hace llevar cuarenta barriles de ron a la playa y muchas mujeres. Los piratas no recuerdan haber tenido una orgía como esa. A la mañana siguiente, cuando despiertan, el barco ni Morgan ni el tesoro están.

El final de la vida de Morgan termina como tenía que terminar. Inmensamente rico pero sin poder reconciliarse con nadie. Y añorando la vida sencilla de su aldea galesa, de sus habitantes que dejó de ver cuando partió para las Indias para realizar su sueño de hacerse bucanero, conquistar una ciudad española y católica.



“Henry Morgan fue un famoso pirata de origen gales nacido en 1635 y muerto el 25 de agosto de 1688. Era hijo de un rico labrador y abandonó sus tierras para acabar viviendo en Jamaica. Poco después de su llegada se involucró con otros piratas como Eduard Mansvelt y Christopher Myngs. En común acuerdo con los gobernadores de la zona y debido a las tensiones entre España e Inglaterra realizó ataques contra posesiones de España en el Caribe sobre todo contra la ciudad de Panamá. En esta última acción demostró tener dotes de líder al lograr obtener una victoria en contra de las circunstancias. Fue nombrado caballero por el rey Carlos II de Inglaterra en 1674 a pesar de los desmanes que cometió durante sus ataques llegando a ocupar el cargo de Teniente gobernador.

Una de sus acciones más famosas fue el saqueo de Puerto Príncipe cuando desembarco en el poblado el 29 de marzo de 1668. Este ataque no resultó una sorpresa como se había planeado ya que los vecinos recibieron noticias del arribo de los piratas y se armaron Los piratas, por su parte, rodearon todas las emboscadas moviéndose por el bosque. A las puertas de la ciudad combatieron con una tropa de caballería a la que vencieron para después proceder a encerrar a los pobladores en las iglesias e interrogar a algunos de ellos mediante tortura para averiguar dónde estaban los objetos de valor. Una de las torturas usadas era dejar morir de hambre a los prisioneros. Al enterarse de un posible ataque en su contra de los españoles decide abandonar el lugar con un botín de apenas 50000 pesos.
Debido a esto la moral de su tripulación estaba a punto de decaer por lo que Morgan tuvo que animarlos y prometerles más riquezas. En ese momento disponía de 8 barcos y 400 hombres y planeaba atacar la ciudad de Portobelo en Panamá que después de Cartagena de Indias y La Habana era la mejor defendida. Durante el viaje se les unió otro grupo por lo cual la tropa de Morgan aumento a 460 hombres y nueve barcos”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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