La importancia del vivac alpino

Un vivac en las montañas es ante todo un encuentro con la vida, conmigo, con mi mismo, con todo lo que forma parte de mi vida, la familia, los amigos, el pasado, el presente, las tragedias y las alegrías que componen mi dosier, los valores espirituales, la lógica de lo ilógico y hasta salen a relucir las monedas que faltan en mi bolsillo. Todo eso y mucho más se piensa en el transcurso de un vivac colgado de la pared o dormitando sobre la arista. Y, sin embargo, un vivac no tiene la intención de ser una experiencia filosófica sino solamente de resolver un problema de montaña para el cual no alcanzó el día.

La triple cuerda es la manera en que se sube el equipo de vivac para dejar libertad de movimientos al escalador durante la ascensión.


En el valle, en el refugio de montaña, en el albergue o en la pared, durante la escalada, el vivac (llámese campamento o pernoctar) implica permanecer en la montaña más de una jornada. Una travesía por las sierras, una ascensión prolongada o una escalada de cierta altura y dificultad que  exige más tiempo que un día.



Requiere preparativos de equipo para tal fin. Si bien, antes que la cosa, está la idea. Anímicamente se enfrenta un proceso. Las consideraciones objetivas y subjetivas entran en juego. Aun un montañista de medio siglo de experiencia, en estos menesteres alpinos, ve con nostalgia ponerse el sol  tras las montañas lejanas y siente llegar la noche entre los árboles.



Los europeos, que tiene una larga experiencia en vivacs, hasta hablan de “expediciones verticales” Un vivac se lleva cabo desde la incómoda posición de emergencia colgando sobre los estribos, hasta auxiliándose de material moderno que para el efecto se ha fabricado, tales como arneses de paracaídas, hamacas, tiendas especiales, etc.

Hace cinco mil años  dormir en la montaña   era completamente familiar y  natural. Después nos fuimos encerrando en la ciudad. La vida rural se fue trasformando en citadina. Y en esa medida de tiempo, gradualmente, la “naturaleza natural” ya no fue tan natural. Ahora lo “natural” era la ciudad. Los  amados  dioses representativos de las fuerzas naturales fueron combatidos por  la nueva religión que los satanizó y los bosques se llenaron de criaturas demoniacas.  Sin exagerar la nota decimos que hay miles y más miles de ciudadanos que no conocen la orilla de su ciudad. Nacen en la ciudad y mueren en la ciudad. Así pues, dejar la última calle y adentrarse en el bosque, es  toda una proeza.  En todo caso se hará en automóvil  y con los vidrios subidos.



Si alguien tuvo la fortuna  de haber sido llevado  al campo, llanura, bosque o montaña, desde temprana edad, debe considerarse afortunado. Ese proceso subjetivo no será ningún obstáculo mental, todo lo contrario. Encontrará una delicia caminar o dormir bajo las estrellas, o la bruma o la lluvia o la nieve. Ya sólo hay que estudiar qué clase de vivac será necesario hacer. Verano, invierno, 3 mil metros sobre el nivel del mar, 5 mil, valle, arista, a sotavento, barlovento, cielo despejado, nieve, lluvia, etc. Con base en eso se planea llevar el equipo adecuado.



Pero sí, por necesidad, o requerimiento alpino, o como experiencia filosófica o terapéutica, un vivac siempre es recomendable. Cuando vuelva a descender al valle encontrará que, ese   invento llamado ciudad, no es una maldición sino   una cosa verdaderamente  maravillosa. Igual sus  habitantes como sus incesantes inventos tecnológicos y de confort. Ahora él estará en la  envidiable “posición anfibia” por así decirlo. Es de la ciudad y vuelve a ser de la “naturaleza natural”.  Ahora la travesía por la ladera, el desierto,  la pared o la arista  bien puede durar dos días o más

Estas limitantes de tiempo marcaban el estilo de las escaladas en México. Se vio de manera palpable en la conquista de la norte del Abanico, en el Popocatépetl, y en la oeste del Centinela, cañada de Milpulco, lado suroeste de la Iztaccihuatl. Se escalaba lo que se pudiera avanzar hasta determinada hora de la tarde. Después era necesario instalar las cuerdas para el rappel. Conforme  s e iba abriendo camino y colocando clavos en algunos pasos, al día siguiente era posible avanzar otro poco después de subir lo ya conocido. Pero en la tarde de nuevo a descender. Debido a ello la conquista del Abanico se fue logrando por partes.
L a ruta original del Centinela fue por la ruta de  Las Terrazas. L a llevaron a cabo Ubaldo Martínez y escaladores del club Quetzales, de la ciudad de México. En cierta ocasión, cuando por fin consiguieron arribar al reborde de las terrazas, se les hizo de noche. Ya no tuvieron tiempo de descender ni tampoco de salir hacia arriba. Al día siguiente superaron el obstáculo y lograron así realizar la conquista de esa pared. Esa fecha abrió el camino para abordar escaladas que requerían más tiempo que un día.



Al año siguiente logramos abrir la directa en esa misma pared del Centinela. La escalada, a través de un extra plomo, en el último tercio de la ascensión requirió de mucho trabajo de doble cuerda y nos vimos precisados a efectuar dos vivacs.

Después realizamos vivacs, como un fin, en escaladas ya conocidas: repisa superior de la norte de la pared Rosendo de la peña, repisa en la ante cima  de la Pezuña, cumbre de La Colorada, cumbre de Los Panales, etc.

Los dibujos que ilustran esta nota fueron realizados por  Manuel Sánchez. Y  publicados en 1978 en el libro Técnica Alpina, editado por la Dirección General de Actividades Deportivas y Recreativas, de Universidad Nacional Autónoma de México. Permiten vislumbrar algunas posibilidades para vivaquear, en diversas condiciones de terreno. Contienen estos excelentes dibujos una buena dosis de buen humor.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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