H.Taine-tres notas

Hipolito Taine
La ciudad cosmopolita es, en Taine, el lugar formidable para la cultura. En ella se encuentran ideas y modos de vivir. Un arrecife para el eclecticismo nutriente. Es, como la geología, un libro abierto con el requisito que hay que saber leer el mensaje de  las rocas. Si no se sabe leer, todo pasará frente a nuestras narices, sin decirnos nada. O bien cualquier idea nos arrastrará en el eclecticismo disolvente.

Hipólito Taine (Filosofía del arte) dice que para eso se necesita un punto de  partida. Esto es conocer y vivir los  orígenes propios: “Aunque el genio de un pueblo quede abatido por un influjo extranjero, pronto se yergue otra vez, porque la influencia es temporal y el espíritu de un pueblo es eterno. Está ligado a la  carne y a la sangre, al aire y a la tierra…Véase sino cómo los  géneros permanecen puros en medio de la creciente alteración de todo lo demás”.

 Cada pueblo tiene sus valores perenes. En la música y en la literatura. No es un devenir terminado,  fosilizado. Es algo que se reafirma cada día al resistir  cuando las nubes pasan. En las inmensas laderas del Aconcagua hay agujas rocosas que se elevan sobre los detritos. Son testigos  que resistieron a la destrucción circundante.

Un mundo sobrio  no conviene a los dueños del dinero que necesitan generar ganancia. Por eso surgió la ciencia de la mercadotecnia. Estudia mitos, sabores, historia, colores  y costumbres. Casi nada escapa a su influencia. De pronto  vemos colgando de nuestro cuerpo artefactos que no necesitamos y en la mochila  lecturas que fueron escritas desde un equipo de vendedores. Para el verano siguiente todo eso, que hizo tanto ruido,  y que logró convencernos, estará en  el  cesto de la basura: “Cuando la oímos, ya pasada de moda, nos asombramos que aquellas tonterías hayan podido gustarnos alguna vez. El tiempo criba incesantemente los escritos abundantísimos que salen  a la luz cada día y condena a la desaparición aquella obras que expresaban los caracteres más superficiales y menos duraderos”

Más allá un joven comenta que cada tercer día sale una nueva  música pero, en México, al menos, sólo el tango queda. La mercadotecnia  eleva el volumen o redobla los anuncios pagados y  se oye mucho ruido. Pero el tango sigue vivo  en el barrio, como ofreciendo un refugio contra lo banal.

En literatura, para Taine, Shakespeare  rebasa los ordinarios límites del tiempo y del espacio. Es “el más grandioso creador de almas, el más profundo observador de los hombres, el más perspicaz de cuantos  han comprendido  el mecanismo de las pasiones humanas, la sorda fermentación y las violentas explosiones de un cerebro imaginativo, los súbitos desequilibrios internos, la tiranía de la carne y de la sangre, las fatalidades del carácter  y las causas misteriosas de nuestra locura  y de nuestra razón”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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