Así pensaba Schopenhauer

El mundo como voluntad y representación

Arturo Schopenhauer
1818

Tres  cuestiones son las que campean en el pensamiento de Schopenhauer. Dos abstractas y una objetivada. Las primeras  son: voluntad y  cosa en sí. La otra cuestión es la Idea, que  es   como la voluntad cuando se materializa u objetiva. Conviene familiarizarse con ellas por la frecuencia que en toda su obra las vamos a encontrar. Trátese de El mundo como voluntad y representación o Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente o Parerga y Paralípomena, etc.

En el Libro Tercero (XXXII) encontramos el siguiente texto que engloba y aclara las tres cuestiones mencionadas: “Las cosas particulares  que se nos revelan bajo la forma del principio de razón no son, por consiguiente, más que la objetivación inmediata de la cosa en sí (que es la voluntad), entre la cual y ella está la Idea como la sola objetivación inmediata de la voluntad” El paréntesis y la mayúscula en “Idea” son del   texto original.

Para evitar confusiones aclara que la Idea platónica es diferente a la interpretación que él le da: “La Idea platónica, por el contrario, es necesariamente objeto, una cosa conocida, una representación, y precisamente por esto y sólo por esto, distinta de la cosa  en sí.”

Schopenhauer (1788-1860) dice que la voluntad es imperecedera, más allá del cuerpo cuando éste muere. Es una voluntad  metafísica. Por tal aseveración a él se le ubica en el terreno filosófico del irracionalismo.
En este pensador el Absoluto no se identifica para nada con la razón. Le siguen en este modo de pensar el danés Soren Kierkegaard y el francés Françoise Pierre Maine de Biran.

Schopenhauer recomienda  que, para entender  cabalmente su modo de pensar, expuesto en El mundo como voluntad y representación, se lea antes  la obra suya publicada cinco años atrás: De la cuádruple raíz  del principio de razón suficiente. Este es una especie de trabajo propedéutico para entrar al estudio de aquella.  Antes  leer también  a  Kant y, mucho antes, a Platón.

La voluntad en este pensador es como una mega conciencia universal, fuera de este mundo. En El mundo.. (Libro Tercero) dice que una vez que el individuo ha muerto: “La voluntad sigue viviendo y se muestra en otros individuos cuya conciencia, sin embargo, no es la continuación de la del primero…La voluntad se revela como un devenir eterno, corriente sin fin.” Al morir el individuo se destruye  su cuerpo individual  pero no la voluntad.” No se sigue de ello que destruya su esencia metafísica, ya que ésta se encuentra “fuera del tiempo” y consiguientemente no puede extinguirse por un acto dirigido contra la objetivización meramente fenoménica y por ello temporal de su naturaleza.”
Arturo Schopenhauer

En el tiempo de Schopenhauer  estaban en boga las ideas procedentes de la Ilustración, respecto de la perfectibilidad del hombre. Schopenhauer  va en sentido contrario. Describe de manera desgarradora la naturaleza vil del humano. Patrick Gardiner escribe  en su obra Schopenhauer (Fondo de Cultura Económica, México, 1975): “Thomas Mann ha hecho notar que Schopenhauer, al describir lo que consideraba  todo el horror de la condición humana, hizo que su genio literario alcanzase la cima  más brillante y crítica de su perfección. Ciertamente su análisis detallado del vicio y locura  humanos y de las desgracias  que inexorablemente lo siguen posee una calidad elevada, obsesiva, casi sádica, como si se complaciera  en lo terrible de la historia  que narraba.” 

Necesario puntualizar que, según Schopenhauer, cada uno de nosotros es, además de cuerpo, voluntad. Es decir que mi cuerpo es objeto y es voluntad. La aclaración va por que suele suceder que   nos vemos sólo como cuerpo y nos olvidamos que también somos voluntad. O sólo  como voluntad y nos olvidamos como cuerpo.

Igual que muchos historiadores, que por diversos intereses manipulan el dato histórico, así Schopenhauer advierten al lector  que hay un juego perverso para deformar la filosofía. Recomienda leer a las fuentes. Hablando de Kant: “Por su originalidad  s e puede decir de él  y de lo que de todos los verdaderos filósofos: que sólo se  les puede conocer  por sus propios escritos, no por lo relatos de otros… Las ideas filosóficas solo pueden  recibirse de sus  mismos autores: por eso, el que se sienta poseído del amor a  la filosofía, debe buscar a sus inmortales maestros en el sagrario de sus obras mismas.”

Al final de su obra El mundo… dice que “Lo semejante sólo es conocido por lo semejante” De ahí que  resulte tan difícil conocer a Cristo o a Buda. Ni somos Cristo ni somos Buda. Tampoco podemos entender, a las primeras lecturas, a Platón o a Kant. Como el estudiante en el primer día de clases no tiene ni idea de lo que está tratando de comunicar el maestro. Esa es la distancia que Schopenhauer recomienda ir acortando. El estudiante buscar subir hasta la comprensión del que habla. Con la condición que el profesor abandone toda pretensión de hacer poses de complicado y, sin llegar a las peligrosas simplificaciones, haga el esfuerzo de ser comprendido.

De ahí que uno de sus méritos de Schopenhauer haya sido el abandonar toda pose de filósofo complicado y escribir  de tal modo que fuera entendido por todos. Patrick Gardiner en su obra Schopenhauer (Fondo de Cultura Económica, México, 1975) dice: “escribió con una inmensa distinción y estilo muy propio, que se esforzó para no sobrecargar sus párrafos con incómodas  expresiones técnicas y terminológicas”. Y el mismo Schopenhauer  refiere: “Los seudofilósofos emplean las palabras , no ciertamente para ocultar sus pensamientos, sino más bien para ocultar sus ausencia y son capaces de hacer a sus lectores  responsables de la incomprensibilidad de sus sistemas, que, en realidad brota de su falta de claridad de pensamientos.”












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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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