D. Morris, el sexo y la sociedad

Tomada de la revista CYo ZONE

El zoo humano
Desmond Morris
1970

El equilibrio en el sexo es lo que cuenta en Morris.

 Hace veinticinco siglos Eriximaco, pensador griego, sostenía sistemáticamente, dice Jaeger en Paideia,  el poder generador de Eros como el principio del devenir de todo el mundo físico. Pero advierte que en la práctica del sexo se debe observar el equilibrio. Hay un  eros bueno y un eros malo. ¿Cómo saber cuál es cuál? Jaeger anota: “La salud es la mezcla acertada de los contrarios en la naturaleza; la enfermedad, la perturbación dañosa de su equilibrio y de su armonía…Eriximaco  ve  la acción del eros  sano en todos los campos del cosmos y de las artes humanas el principio de todo bienestar y de toda verdadera armonía.”

Desmond Morris entra en la disección más detallada del tema, en la perspectiva no individual, como Eriximaco, sino social. Una sociedad ansiosa, con signos destructivos, o una sociedad con reservas emocionales, dependerá, escribe  Morris, en el Zoo humano, del primer año de vida de la criatura humana. De qué tipo de actividad sexual lleve el individuo adulto engendrador.

En el capítulo tercero,  Morris habla  de sexo y súper sexo. A manera de ejemplificar se refiere a la acción de ingerir comida. No siempre comemos porque tenemos hambre. Puede ser para pasar el rato, como cuando comemos palomitas en el cine: “no acertamos a separar la comida  y la bebida no nutritivas de sus funciones nutritivas.” El resultado son una serie de desarreglos fisiológicos que nos han llevado al sobre peso, a la obesidad y de aquí a un rosario de padecimientos mortales. A la fecha la gordura ha alcanzado, a nivel terráqueo, dice la Organización Mundial de la Salud (OMS), la categoría de pandemia.

En lo que al comportamiento sexual se refiere la situación es semejante. Aunque más complicada. Con el ejemplo de la comida, las implicaciones son, hasta cierto nivel, también individuales. Con el sexo las repercusiones  tienen dimensión social: “En este terreno se ha producido un fracaso  aun mayor  al tratar de separar las actividades no reproductoras de sus primarias funciones reproductoras.”

El humano, a diferencia del animal, ha convertido el sexo en un súper sexo. El autor señala  diez categorías sexuales: el sexo reproductor, el de formación de pareja, el de mantenimiento de pareja, el fisiológico, el exploratorio, el re compensador por sí mismo, el ocupacional, el tranquilizador, el comercial  y el de estatus.”

Dice que esto se debe a que somos inclinados  a una clase de estimulación supernormal. Es un proceso que se llama  dramatización. Los griegos del tiempo de Sócrates  se referían a él como “buscar la manera de llenar el día.” Sin esa dramatización, dice Morris,”Las acciones cotidianas, tal como tiene lugar  en la vida real, no  serían suficientemente excitantes.”

Si esto entra en combinación y hacen la trilogía tedio-trauma- estupefacientes, ya tenemos a los grandes sádicos. Llevados a situaciones de aburrimiento extremo, pueden recurrir  a una drástica especie de sexo ocupacional.

En casos de desvalorización, ya sea sexual  o social, se ha echado mano  de recursos tales como el strip- tease: “La hembra , por una pequeña suma de dinero, tiene que desnudarse delante de él, rebajándose a sí misma y elevando por consiguiente, el estatus relativo de los machos espectadores.”

Morris opina que es necesario aprender el “juego” del sexo. O que el juego se haga con responsabilidad. Al igual que se puede gozar de la buena mesa sin engordar: “La única esperanza es que, al ir aumentando en intensidad las encontradas exigencias  del supe sexo, aprendamos a practicar más diestramente  el juego. Al fin y al cabo, es posible complacerse  en la buena mesa  sin engordar  ni caer enfermo. Esto es más difícil de conseguir cuando se trata de la actividad sexual, y, para demostrarlo, la sociedad está llena de amargos celos, destrozados corazones  abandonados, familias deshechas y desgraciadas e hijos no deseados.”

Tal situación dificulta el sano desenvolvimiento de la sociedad si, como dice la pedagogía, y lo repite Morris, el primer año de vida del niño o niña, es básico, va a marcar, la vida de ese individuo y con el tiempo impactará al grupo social en el que se mueve. Esto nada tiene de alejamiento académico en países, como el México actual, donde la sociedad no sólo está precarizada    sino también marcadamente “patologizada”. Los diarios del mundo publican que hay más muertos, diariamente, en la paz mexicana, que en las  más recientes guerras de los países árabes.

Puede tratarse de una familia de colonia proletaria o de la exclusiva área residencial de la ciudad. La casa será una jaula de fieras o un lugar que permita  un sano desenvolvimiento del niño. Alimentación, pañales, la vigilancia periódica del pediatra. La educación del niño cuesta dinero. Mucho dinero. Pero lo que realmente puede dar al traste  con la formación del niño es el analfabetismo emocional de la pareja procreadora. L apareja procreadora, no el niño, es la que va construir  una sociedad sana o bien una  sociedad patológica. Morris agrega:


“Criaturas que son bien alimentadas y van limpias, pero que se hallan privadas del “amor” de la grabación temprana, pueden padecer ansiedades que permanecen con ellos  durante el resto de su vida… Una buena y temprana grabación le abre al niño una nutrida cuenta bancaria emocional. Si posteriormente los gastos son grandes,  tendrá de sobra para ir sacando.”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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