Plano lado sureste del Aconcagua |
Aconcagua visto desde el noreste |
Fuimos al filo noreste del monte Aconcagua, República Argentina, en el verano de 1974. Más conocido el lugar como Glaciar de los Polacos.
La marcha de aproximación, caminando, es de unos treinta kilómetros a partir de Punta de Vacas, hasta el emplazamiento del campamento base, al pie de la pared sur del monte Ameghino.
Punta de Vacas es un caserío, y una guarnición militar, en lo alto de la cordillera central de los Andes, no lejos de la frontera con Chile.
La larga caminata de aproximación, al emplazamiento del campamento base, es por fondo de la cañadas Vacas, primero, y al final por la Relinchos de los Huanacos. Esta ascensión se aparta desde el principio de todo punto de contacto con los lugares y con el ambiente de la ruta clásica, que es por la ladera suroeste (ver plano de nuestra expedición).
Llegamos al sur de América en el invierno mexicano de 1974. Una década en la que en Argentina existía una señalada convulsión política. Y dado que la agitación de este género, para bien o para mal, toca a las puertas de los otros países de la región, como una ola marina que se expande, México se encontró envuelto en tal ambiente internacional, de manera particular.
Por un lado, México no tenía relaciones diplomáticas con Chile, por lo del general Augusto Pinochet. Por otro lado, México era maldecido por unos argentinos y bendecido por otros argentinos. Abrió sus puertas a centenares de argentinos que buscaban salvar la vida alejándose, en esos días, de su amada Argentina, emprendiendo el camino del exilio.
Muchas expediciones llegaron ese año, a Mendoza, como todos los años lo hacen, procedentes de prácticamente todo el mundo. Nada más de México fuimos tres expediciones. Dos se fueron por el suroeste y nosotros por el noreste. El caso es que nuestro grupo era una expedición oficial, con financiamiento de la presidencia de la república. No se nos negó la entra al país argentino pero tampoco se abrió ninguna puerta oficial.
Aconcagua.Ruta clasica del suroeste( tomado del libro 28 bajo cero, de Luis Costa, 1954. |
Cuando nos elevamos sobre la ciudad de México, y enfilamos rumbo al sur, abajo tenían lugar grandes ceremonias protocolarias oficiales dando la bienvenida a Campora, uno de los hombres fuertes del gobierno Argentino. Perón aun vivía pero ya era inminente su cercano fallecimiento. En el avión, yendo a través de las nubes, éramos los consentidos alpinistas de la fortuna. Salíamos con la venia y el dinero del gobierno mexicano. Y en Argentina llegaríamos a la casa de los grandes amigos políticos de México.
Cuando aterrizamos en Buenos Aires el gobierno había cambiado. Ahora mencionar el nombre de Campora era meterse en dificultades. El presidente estaba prácticamente aislado por los médicos y el ambiente político era de lo más incierto. Una noche fuimos a cenar a un restaurante en Buenos Aires, por el rumbo de la calle Florida. A la salida cuatro de nuestro grupo, de quince, fuimos detenidos por la policía. Metralleta (Thompson) en mano nos subieron a las patrullas. El resto de los de la expedición había logrado llegar al hotel.Durante veinte horas permanecimos prisioneros en una cárcel de la capital argentina. En una celda de tres por tres. Como carecía de retrete, al menos un metro estaba ocupado por el excremento.
El gobierno del general Porfirio Díaz, en México, ya tenía sesenta y cinco años de haber pasado y ahora ya no sabíamos los mexicanos que, en ciertas condiciones políticas, reunirse quince es una cosa sumamente grave. Como en México, a la sazón, bien podríamos reunirnos, en la calle, veinte o treinta o cincuenta, a parlotear y por tiempo indefinido, sin avisara nadie ni pedir permiso de nadie, y nadie voltea siquiera a mirarnos, esta situación argentina la sentíamos traumática.
No obstante, los militares de Punta de Vacas, nos dieron abrigo en sus instalaciones de la cordillera. Su trato fue no sólo amable sino el de unas gentes que se les notaba la cultura a flor de piel. Como no llevábamos guía, estos militares, además, nos orientaron respecto del terreno por el que tendríamos que adentrarnos para alcanzar el emplazamiento del campamento base. Y de los argentinos, civiles, ni se diga. Al pasar por las ciudades fueron verdaderamente hospitalarios.
En la calle Florida, y en todas partes, nos llamaban mexicanos. Adiós mexicanos, bienvenidos mexicanos. ¿Cómo es que se dan cuenta que somos mexicanos, entre tanta gente? Con nuestro color de piel rojo-cobrizo, rostro mongólico y mirada de coyote, ¿qué crees que piensan que somos?
En la montaña todo fue diferente. Con suficientes recursos económicos, quisimos cambiar el estilo de la etapa de acercamiento al emplazamiento del campamento base. En lugar de enviar nuestro voluminoso equipo y víveres sobre lomo de mulas, como se acostumbraba en ese tiempo en los Andes, intentamos alquilar los servicios de un helicóptero.
En ninguna parte encontramos un helicóptero. Semanas después, cuando bajábamos de regreso por la cañada Vacas, después de haber alcanzado la cumbre, un helicóptero pasó volando sobre nuestras cabezas, rumbo al campamento base. Iban por un escalador de la expedición norteamericana que, en el mismo Glaciar de los Polacos, en la cota 6 mil, se había accidentado. Cuando nosotros descendíamos, ellos apenas subían. Nos cruzamos ambas expediciones en el emplazamiento del campamento base. “Abrir México sus puertas al pueblo argentino tiene sus consecuencias”, dijo alguien que resoplaba trabajosamente bajo los veinte kilos de su mochila. ¿O será por nuestra mirada de coyote?
Entonces recordamos que veinte años atrás, en 1954, la expedición francesa que emprendería la primera escalada a la pared sur del Aconcagua, también habían encontrado excepcionales condiciones de apoyo para su ascensión.
En su libro: “Ascensión al Aconcagua”, René Ferlet, el jefe de esa expedición, relata su cálida entrevista con el presidente de la Argentina. Escribe: “Deseoso de facilitarnos la tarea al máximo, pone a nuestra disposición medios poderosos.
“Ante todo, es un avión de las fuerzas aéreas argentinas que queda afectado a nuestro servicio para llegar hasta Mendoza con todo nuestro material.
“Después, sabiendo todo el interés que presenta para nosotros un vuelo de reconocimiento, el Presidente nos ofrece conservar el aparato todo el tiempo que sea necesario, para sobrevolar la muralla. Bien entendido que, desde Mendoza hasta el campamento base, tendremos todas las facilidades para utilizar, a nuestra conveniencia, instalaciones, camiones y mulas del ejército.
Queremos retomar el punto de la cárcel en la que estuvimos detenidos por veinte horas. Por el sólo hecho de ir caminando por la calle tres de la expedición. (En caso de dictaduras caminar dos ya son sospechosos de conspiradores). Dormir en la orilla de un metro de excremento (obviamente carecía de inodoro o algo que sirviera para el caso),llenando una tercera parte del piso de la celda, con sólo un angosto reborde de mampostería para sentarse dos o tres.
Y por la noche dormir en el suelo sin frazada alguna, parecen no describir lo miserable de la situación para el que no la ha vivido en carne propia. Tal vez sirva de contraste lo que Jan Valtín dice en su novela La noche quedó atras (parece que el título original de esta obra es Fuera de la noche),de su experiencia cuando lo llevaron al campo de Ploetzensee, tal vez la cárcel más terrible que tenía la Gestapo, con guillotina y ganchos de carnicería para colgar a los comunistas, y demás presos políticos enemigos del régimen nazi. Según la descripción que hace Valtín, esa terrible cárcel de la Gestapo era como un hotel cinco estrellas comparada con la celda en la que estuvimos tres mexicanos en Buenos Aires. Valtin habla de Ploetzensee:
"Cada celda tenía una pequeña ventana en lo alto de la pared que daba al patio, una puerta de acero con un atisbadero, un lugar abierto que servía de retrete, una cama desplegable de hierro, una mesa para el trabajo, una silla de madera y un estante para la palangana, un plato y una cuchara...En todas las celdas los radiadores estaban colocados debajo de las camas."
Capitulo XXXVIII
Como decimos, abrir las puertas de México al extranjero en peligro de muerte en su país, tiene su rebote en alguna parte y la pelota acabará golpeando. Sin embargo, es un precio menor. Argentina, en todos sentidos, es un país bello.
Por lo demás, estos contratiempos, humanos y políticos, son parte de la aventura alpina. En cada época, en cada región alpina, las expediciones viven lo suyo.
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