La Ilíada




Encontrarle una explicación al caos es la gran pregunta que el humano se hace desde la antigüedad. La famosa causalidad en donde nada sale de la nada ni nada llega a la nada. Pero cuando esa cadena de causas y efectos, que a su vez se van a convertir en otros causas, se pierde, se rompe y en su lugar irrumpe, abruptamente, en otras condiciones distintas, que a su vez, van a establecer otros tipos de causas y efectos?

¿Es el humano que, a través de unas diosas olímpicas, por demás conflictivas, trata de encontrar una explicación a la condición geológica  de esa región, de la Helade, donde las placas tectónicas son la causa de frecuentes sismos y además concurren encontrados vientos?

Homero en La Ilíada s e refiere con frecuencia al “caprichoso Zeus”, que decide una situación y al rato el curso contrario. Como es muy enamoradizo las intrigosas diosas lo mueven para un parecer o para el otro. ¿Por qué hace eso? ¿Para qué?
Aun en nuestros días la religión tan  espiritual y ritualizada, como es el cristianismo romano, exclama ante estos inesperados resultados “nadie sabe los ocultos designios de Dios”. 
Menelao y Helena

 Zeus es el dios más grande y poderoso del Olimpo pero, ni el mismo Zeus puede ir contra los designios de lo que Homero llama “el hado”. La Ilíada simplemente lo llama “el hado”. Ni siquiera se escribe (si es que Homero escribió) esta palabra con mayúscula.

 En el cristianismo nos tomamos muchas libertades preguntándole, pidiéndole o reprochándole   a Dios pero, se nos dice, con el Espíritu Santo ¡cuidado!

La Ilíada es un bello y larguísimo poema que más bien debería llamarse Héctor. La academia sigue investigando si Homero existió. También si La Iliada es un sólo relato,con sus veinticuatro cantos,como lo conocemos, o una serie de relatos,etc

 El que es capaz de leer la Ilíada, sin sufrir, encontrará un texto tan bello  y  sorprendente, más sorprendente,   si se toma en cuenta su milenaria antigüedad. Ante este portento de relato Gustavo Flaubert exclamó: “Todo está ahí”.

 El modo de ser del hombre, su valor y su miedo, su furia patológica, lo que hemos dado en llamar metafísica, la magia, caballos y ríos que hablan al estilo antropoide, los guerreros depredadores y los que van a la guerra para defender familias, leyes, culturas y civilizaciones. ¡Todo!

Cuando Héctor  muere se acaba el relato. De  manera magistral Homero nos relata la muerte de Aquiles, el más  valiente y sanguinario de los griegos depredadores  que tomaron parte en esa guerra, mucho antes que tenga lugar la muerte de este caudillo. De la misma manera nos dice cómo Troya sucumbe ante los griegos sin que el relato llegue a la tal destrucción.

 Poetas como Eurípides, y después Virgilio, con su Eneida, nos dirán del derrumbe de Ilión, pero Homero no llega hasta ahí. Nada de eso parece  importa para Homero. Sólo una epopeya llamada Héctor,  pero que la tradición nos la ha hecho llegar con el nombre de La Ilíada.

El leit motiv del extenso relato parece ser la huida de Helena, esposa de Menelao, griego, hermano de Agamenón, con Paris el troyano, que provoca se  levante, por el lado de los griegos, un ejército que va a  rescatar a  esta hermosa mujer y sitia durante diez años a Troya. Aunque  lo que La Ilíada nos relata son los últimos cincuenta y un días de esta guerra.

El que lee La Ilíada se entera que en realidad  fueron  tres diosas vanidosas y chismosas las que causaron la destrucción de Troya. Empezó porque  llamaron a Paris que sirviera de juez para ver quién era la más bella. Paris dijo que Afrodita. La otras dos son Hera y Atenea.Lo tomaron como una ofensa que jamás perdonarían. Resulta que Hera es la esposa de Zeus. Zeus protege a Troya pero ante las intrigas  de su esposa  Hera, aliada con  Atenea, Zeus es totalmente impotente y Troya acaba destruida.  













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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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