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Esta obra es parte de la correspondencia que Gustavo Flaubert sostuvo con escritores, amigos y familiares, a lo largo del medio siglo que va de 1830 a 1880. La pasión de escribir contiene valiosas referencias en lo que se refiere a la pasión de escribir. Cita con frecuencia el proceso que vivió en el desarrollo de varias de sus noveles como Salambó, Madama Bovary, San Antonio, etc. El trabajo es una especie de autobiografía en la que el escritor permite asomarnos a su modo de vivir, de pensar y de escribir.
En cuestión de creencias, y puesto sobre el tapete del mundo intelectual de su tiempo, acusa cierto complejo de Nicodemo. Aquel sacerdote del sanedrín que por las noches conversaba con Jesús, y sería uno de los grandes personajes del Nuevo testamento, y en el día continuaba siendo seguidor del Antiguo Testamento. Flaubert se decía ateo y algunas veces invocaba al cielo. A su amada Louise le escribió el 27 de marzo de 1852: “Dios conoce el principio y el fin, el hombre el medio.”
De nacionalidad francesa, le tocó vivir de cerca la guerra que Francia sostuvo contra Prusia. Con una imagen de casi invencible en las guerras napoleónicas, Francia conoció esta vez la derrota frente a los alemanes. Flaubert no tuvo otro camino que reconocer que “El ejército prusiano es una maravillosa máquina de precisión.” No obstante le quedó un imborrable mal sabor de boca. Flaubert ya piensa en la venganza y aquí es profeta al anunciar de alguna manera las dos grandes guerras mundiales que estaban por llegar: “Creo que seremos vengados próximamente por una conflagración general.” Es conocido que el concepto de nación está plasmado en algunas constituciones liberales del mundo. Invocado el tema del nacionalismo sobre el escritorio suele dársele el tratamiento más frío cuando no despectivo por obsoleto. Pero si leemos las vidas de algunos escritores, sacados de su escritorio y puestos en la calle entre la gente, encontraremos que son tan apasionados nacionalistas como lo puede ser un carpintero o un fotógrafo. Hay belleza en ser un teórico internacionalista en tanto no le toquen su nación. Así pasó con Flaubert. Véase la correspondencia que este escritor sostuvo con George Sand en la que se refiere a la guerra. De miserable y malditos no baja a los prusianos y se lamenta de los sufrimientos de su amada Francia.
Autor cuidadoso en su manera de escribir y concebir los temas, se permite señalar fallos en novelistas como Balzac, Tolstoi y pensadores como Voltaire. Pocos escritores se salvan de la crítica. Pero hay dos en los que Flaubert no se detiene en su apología y son Homero y Shakespeare: “¡Homero y Shakespeare, todo está ahí! Los demás poetas, aun los más grandes, parecen pequeños a su lado.”
Maestro en el arte de la escritura, y consultado por autores como Guy de Maupassant, cree sin embargo que “el carácter lo es todo”. Para él el carácter es parecido a la voluntad de Schopenhauer, algo como fuera del mundo de la causalidad: ”estoy seguro de no perder esta capacidad de emoción que la pluma me da por sí misma, sin que yo intervenga para nada, y esta emoción sobreviene a pesar mío…Lo que hago hoy, lo haré mañana ,lo hice ayer.”
Para los temas dice que le gustan los escritos que huelen a sudor “hay que ser claro sin dejar de ser común”. Hay que permanecer dentro del pueblo pero rechaza la vulgaridad. Y de la crítica literaria revela que es absurdo querer ajustar las obras de otros autores a mi criterio pues en medio de todo esto anda danzando el subjetivismo: “Lamartine, Eugenio Sue. ¡A cuantas de las piezas del viejo Hugo les sobra la mitad...Comienzo a entender un poco a Sófocles, lo cual me halaga. En cuanto a juvenal… ¿Por qué Saulcy rechazó el artículo de Leconte…” Es la vieja querella llorona de los intelectuales que cierran las puertas del Parnaso para que otros ya no tengan acceso ni a la gloria ni al presupuesto…Desde que el oráculo de Delfos nombró a Sócrates el hombre más sabio de la tierra. Luego éste a otro y este otro a otro y cerraron la puerta antes que Aristofanes pudiera entrar… Más adelante Flaubert vuelve con Shakespeare.
En diciembre de 1875 le escribe a George Sand: “No leo nada en absoluto, salvo a Shakespeare que he repasado de punta a cabo. Fortalece y hace entrar aire nuevo en los pulmones como si uno estuviera sobre una alta montaña. Todo parece mediocre al lado de este hombre prodigioso.”
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
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