EL ARTE DE NO LEER: SCHOPENHAUER





El amor, las mujeres, la muerte y otros temas
Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos, Núm.455, año 2009
Primera edición en  alemán, Berlín 1851

Arthur Schopenhauer (Danzig, 22 de febrero de 1788Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. En su obra tardía, a partir de 1836, presenta su filosofía en abierta polémica contra los desarrollos metafísicos postkantianos de sus contemporáneos, y especialmente contra Hegel, lo que contribuyó en no escasa medida a la consideración de su pensamiento como una filosofía «antihegeliana».

Incomprensible esta idea si se le toma literalmente. Escuchamos desde niños que es necesario leer libros de la cultura. Los gobiernos se devanan los sesos buscando la manera que la gente lea. Los presupuestos para cultura que dedican los gobiernos, aunque siempre magros, son un considerable esfuerzo de dinero. Schopenhauer ahora nos viene con que no hay que leer. No sólo eso sino, el colmo, que  no leer es todo un arte…

Se refiere a la literatura mala. Con esto nos dice que hay al menos dos clases de literatura, la buena y la mala. La clásica de los antiguos griegos,  y mucha de la actualidad. Tiene prevención con la literatura de actualidad, así esté adornada por premios y ediciones de lujo y tirajes de medio millón de ejemplares (vendidos antes de que el libro se haya escrito) y presentaciones de libros con bombo y platillo.

  Porque se parece mucho a lo que se escribe en los periódicos. Para entregar la nota en la redacción se escribe lo sensacional y a la carrera, porque hay que salir corriendo a escribir otra nota del camión que se volteó  en el otro lado de la ciudad. Y no hay tiempo, y con frecuencia tampoco capacidad, para entrar en otro tipo de reflexiones que sean de la razón vital y no tanto de la razón práctica.

¡Y el idioma! Con eso que el idioma es una “cosa viva” ya parece más un argot que un idioma. Y si el idioma es el  vehículo en el que se expresa el espíritu de  ese pueblo quién sabe en que condicione se encuentre ese espíritu presenciando  que su pueblo habla en champurrado. O lunfardo, como se dice en Argentina.

Antes el idioma estaba a cargo de académicos. Ahora mi compadre de la esquina dice cómo son las cosas…Los políticos en campaña lisonjean al pueblo y lo ponen, en materia del idioma, en el lugar de los especialistas. ¡Lo que se hace por conseguir un voto!

Insuficiencias  en la enseñanza del idioma en la   basica y media superior,escasa lectura, ausencia de autores clasicos grecorromanos,salarios  y prestaciones deficientes para los maestros, magros presupuestos para las universidades públicas.¿Por qué tendría que sorprender el triunfo de la calle sobre la academia, conocido como lunfardo?

Sucede en los países en los que la clase media,si es amplia,está conformada por gente emprendedora y cuyos afanes por sacar adelante sus trabajos, y fortalecer sus cuentas bancarias, la mantuvo lejos de los libros de cultura. Es esta clase media el paradigma a seguir de las multitudes de campesinos y obreros... 


El punto que destaca Schopenhauer es que hay mucho publicado y la vida es corta y no hay tiempo para leer todo. Así pues, hay que empezar a seleccionar. A semejanza del que tiene en su casa un estante  al que sólo le caben cien libros pero tiene trescientos. Doscientos tendrán que ir para afuera.O no entrar.

 Así es el tiempo de nuestra vida en la perspectiva de la lectura. Aun si poseyera   puros autores consagrados por los siglos, hay tal número de ellos   que para muchos de estos tampoco  alcanzará el tiempo. Por eso José Ortega y Gasset y Séneca recomiendan leer mucho pero de pocos autores
 
"El hombre en cuya mente se agolpan ideas y más ideas-le dice Virgilio a Dante, en tanto ascienden hacia el Purgatorio-,no realiza nunca  sus propósitos, porque la vehemencia de una amengua el ímpetu de la otra"


El magro presupuesto para la universidad publica  sólo alcanza para dar
 una barnizada de cultura a los estudiantes.

 (dibujo tomado del diario El País, de España,7/09/2013, Pág..16)

El mundo de los libros de cultura es como el mundo de la comida. Alguna nutre, a diferencia de la mayoría que nos enferma.

No se puede perder de vista que publicar libros es una empresa, una industria. La idea es hacer dinero, como en toda industria. Para conseguir eso hay que publicar y más publicar.  Su propaganda está diseñada para convencer que el público compre. Y, aquí, dice Schopenhauer, el lector que sabe lo que busca siente alergia cuando está frente a los sonados éxitos editoriales.

Desarrolla cierto olfato para saber que esas imprescindibles lecturas “No son solamente inútiles, sino positivamente perniciosas. Nueve décimas partes  de toda nuestra literatura contemporánea  no tienen otro fin  que sacar de los bolsillos del público algunos thalers. Para esto  se han conjurado autores, editores y críticos.” Y  la televisión, algo  que Schopenhauer no alcanzó a conocer.  

Carlos Boyero escribió recientemente que,por más que conoce los trucos del marketing, había caído en sus redes  después de leer algo tan festejado en los suplementos de literatura: "No me indignaba la incapacidad literaria del autor,sino que la abrumadora plataforma publicitaria de esa insufrible novela hubiera conseguido que la comprara y la leyera. O sea, me sentía fatal conmigo mismo,constatar que podía ser  tan vulnerable ante el marketing,sabiendo que cualquiera puede consumir la mayor memez si su promoción te la sabe vender." (El País, de España, 28/12/13, Pág. 19) 

Los libros de autoayuda tal vez  no hayan hecho feliz a nadie pero sí ricos a muchos. El tema del feminismo en los libros es una veta de oro para diez mujeres por cada millón que siguen viviendo  como siempre vivieron. Desde luego nada se puede comparar en la venta de libros con la antinomia  metida artificialmente, desde hace siglos, de razón práctica y razón especulativa: llenarían la cuenca del mar Mediterráneo…

Por eso recomienda: “consagrar el tiempo a las obras de los grandes espíritus de todos los tiempos y pueblos que se elevan  por encima de la humanidad y que la fama indica. Únicamente estos instruyen y educan.”

De aquí su frase  no leer es un arte: “Para leer lo bueno es necesario no leer lo malo, porque la vida es corta  y el tiempo y las fuerzas limitadas.”


















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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