Santa Teresa, la más perfecta de las imperfectas





Las Moradas
Editorial Porrúa, Serie Sepan Cuantos… Núm.50, 2005
Primera edición: Salamanca, España, 1588

"Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila (Ávila, 28 de marzo de 1515Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una religiosa, doctora de la Iglesia Católica, mística y escritora española, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (o carmelitas)"


Esta mujer, de la que se dice: “encarna todas las perfecciones humanas y divinas” gime, dice ella, bajo los mandatos de la naturaleza. Quiere empezar así, desde la posición más vulnerable, y rechaza la actitud de quien parece tener teléfono rojo para comunicarse  con Dios. No va  a recitar de memoria versículos y capítulos de la Biblia, va a empezar hablando  de sus debilidades como humana.
 
Santa Teresa de Jesús

 Las primeras palabras, de su primera página (de Las Moradas), son una muestra de ello: “Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración. No me parece me da el Señor  espíritu para hacerlo, ni deseo.”  Empieza a  escribir por obediencia a sus superiores, no porque tenga intención de hacerlo. Ni siquiera sabe, dice, cómo empezar.


Teresa  Ahumada de Cepeda, que nació en 1515, y que la historia conocería como Santa Teresa de Jesús, considera al alma como un Castillo donde hay muchos aposentos. A semejanza de San Agustín, Teresa va a buscar llegar a Dios a través de someter a  riguroso examen su antropocentrismo.  Su fe en Jesús es a prueba de todo pero no deja de reconocer  que ella es un cuerpo con fuertes requerimientos que la pegan a la tierra. Y a su razón práctica.


Más de una vez, como Sócrates anhelaba, consideró que este cuerpo tenía exigencias que la distraían en su persecución de la razón vital. Igual como sucede hoy día en el campo de la filosofía, de la literatura,  de la ciencia o de las humanidades. Individuos, hombres y mujeres, entregados por completo a su labor, vocación, casi pasión, y todo lo demás se sale de foco.


Los superiores ya se han dado cuenta que Teresa tiene un gran potencial, tanto cognitivo como especulativo, y le ordenan que escriba. Que escriba y de esa manera instruyan a las monjas y novicias de la orden de las Carmelitas. En su tiempo había  aquí muchas irregularidades que relajaban la disciplina conventual y alejaban  de Dios.


Escribir es  a la sazón una empresa sumamente ardua y arriesgada. Estamos en el siglo dieciséis. Por un lado la celosa Inquisición  vive muy al pendiente de lo que se publique. Procedente de Alemania y Francia, el protestantismo  y el laicismo jacobino, agarrados de la mano, pugnan por cruzar los Pirineos  y amenazan la unidad de España.

Estatua de Santa Teresa, al lado de la Puerta del Alcazar de la muralla de Ávila

Por otro lado el laicismo todavía es predominantemente cosa de hombres. Aquellas mujeres que destaquen en las letras, en la guerra,  en la especulación intelectual o en las ciencias, son fácilmente clasificadas en los cuadros patológicos con fuertes desarreglos hormonales y acusadas señales de histeria. La vagina se hizo para tener niños, no para otra cosa. Así sucedería con Sor Juana Inés de la Cruz, la Décima Musa mexicana, con la francesa Juana de Arco (Santa Juana de Arco), más diestra en la guerra que algunos guerreros de profesión de su tiempo. Así con esta española,  Teresa de Ávila.


Por eso Teresa de Ávila   se apresura a escribir, desde la primera cuartilla, de su monumental obra Las Moradas: “ Y así comienzo a  cumplir hoy día de la Santísima Trinidad, año de MDLXXVII, en este monasterio de San José del Carmen en Toledo, adonde al parecer estoy sujetándome en todo lo que dijere al parecer de quien  me lo manda  escribir. Si alguna cosa dijere, que no vaya conforme a lo que tiene la Santa Iglesia Católica Romana, será por ignorancia y no por malicia.”


No dice a las monjas del convento: “hagan esto” o “Se hace así, como si fuera un libro de autoayuda o estuviera dictando desde el estrado de la cátedra o el atril del orador. En una especie de catarsis Teresa sabe que no se vale decir cosas bonitas o en tercera persona. Cuando en realidad la cosa anda mal.  


Mucha de la feligresía católica adolecía  de concentración y entrega en el momento de hacer oración. Es la Iglesia universal no por su extensión que abarca geográficamente en el planeta sino porque en ella tiene entrada y acogida todo lo que toque a sus puertas. Y entre más podrido, mejor.


 La entrega del pecador, sinceramente  arrepentido,  funciona como el aire del desierto, entre más caliente más subirá hacia el cielo, buscando las corrientes frías. ¿Sino, a dónde podrían ir a tocar la puerta los malvados? En especial  el que a sí mismo se considera perdido.  “¡Vine por los malos, no por los buenos!” Se trata de una Iglesia que busca la santidad pero de ninguna manera el puritanismo, tan desacreditado. ¿Quién busca  al psiquiatra? El enfermo. Así  a la Iglesia.


 Pero entre los que ya han encontrado el camino, y los que acaban de llegar en busca de  paz espiritual, y en tanto  remontan la cuesta,  hay multitudes que dan la impresión  religiosa que  deja mucho que desear. Esa es la idea  que la religiosa consigna cuando observa los templos repletos de feligreses: “  están muy metidos en el mundo, tienen buenos deseos, y alguna vez, aunque de tarde en tarde, se encomiendan a nuestro Señor, y consideran quién son, aunque no muy de espacio, alguna vez en un mes rezan llenos de mil negocios, el pensamiento casi lo ordinario en esto, porque están tan asidos a ellos, que, como a donde está su tesoro se va allá el corazón…En fin entran en las primeras piezas de las bajas (del hipotético Castillo),más entran con ellas  tantas sabandijas que no le dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar.: harto hace en haber entrado.”

Pero, como dirá más adelante: “lo importante  es que ya llegaron.”







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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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