PLAUTO Y LA ANTROPOLOGÍA DE LA NADA (ESTICO)





Comedias
Tito Maccio Plauto
Universidad Nacional Autónoma de México
1989

“Tito Maccio Plauto (Titus Maccius Plautus, en latín) (Sársina, Romaña, 254 a. C.Roma, 184 a. C.) fue un comediógrafo latino. No se conoce sino como aproximación la fecha de su nacimiento; se ha fijado la de 254 a. C. por una noticia de Cicerón (Brutus, 60) y sabemos que murió en el consulado de Plauto Claudio y L. Porcio, siendo censor Catón, es decir, en el 184 a. C. Se trasladó a Roma de joven y allí fue soldado y comerciante. El amplio conocimiento del lenguaje marinero que atestiguan sus obras confirma este último dato, y posiblemente también realizó viajes por el Mediterráneo. Se arruinó y tuvo que empujar la piedra de un molino al tiempo que empezaba a escribir comedias palliatas adaptadas del griego. Su enorme éxito le valió salir de molinero para consagrarse a este nuevo oficio y murió prácticamente rico con más de setenta años, envuelto en una gran popularidad. Aunque hay otros eruditos que piensan que probablemente al usar la expresión latina "empujar la piedra del molino", nuestro autor se refería a su extrema pobreza y no al trabajo literal como esclavo encargado de girar las muelas de los molinos.”



En esta obra de teatro, Estico, se considera  la situación de los emigrados en busca de mejorar su situación económica.

Como sucede con los otros personajes de esta comedia, y de hecho con toda la obra plautina, Estico, el personaje central, tiene una importancia irrelevante. Plauto quiere que pensemos qué es relevante en esta sociedad donde siempre hay un jefe por encima de cualquiera de nosotros. El presidente mismo, llámese rey o dictador, tiene que consultar los grupos de poder, sea ejército, los empresarios, las iglesias  o las finanzas. De no hacerlo verá como las multitudes se levantan para cobrársela.

 Lo relevante    es  como  un nihilismo antropomorfizado  que, en sus ratos de ocio, se entretuviera  en dibujar organigramas de autoridad.

Los emigrados es un tema que rebota en todos los meridianos. Son como un vacio en torno del cual giran los demás. Los emigrados están siempre  ausentes y siempre presentes.
  

¡Y, sin embargo, apenas son los emigrados  tampoco el tema central del libro! Ellos se van pero el mundo sigue rodando. Los que se quedan continúan viviendo su vida. Hay una canción bella que los, en este caso refugiados políticos, lloraban al escucharla en México, y se llama: “No llores por mí Argentina”. Cuando algunos  regresaron a Argentina apenas encontraron alguien que se acordara de ellos. El viento pampero envolvía a los presentes, no a los ausentes.
 
Plauto
Los españoles del  1936-9 que se refugiaron en México constituyeron los que se llamó La Segunda Republica Española en el Exilio.  En México siempre se les abrieron los brazos e hicieron su vida con sus hijos, nietos y bisnietos, ya mexicanos. Pero  para los mexicanos siempre fueron, “los españoles”. Cuando Franco murió y algunos de ellos regresaron  a España ahora  se les señalaba como “los mexicanos.”

 Esa es la suerte de los emigrados. Y por más que impacte su alma el trauma del éxodo las cosas cambian. Los lugares se ocupan, los trabajos y los lugares en las universidades y en la política  son para los que están ahí y no se reservan para nadie que no esté presente. Muchos mexicanos emigran hacia Estados Unidos, principalmente. La historia se repite. Hijos  que se quedaron cuando eran niños y al tiempo que el padre, o la madre, regresan, ya casi son desconocidos.  Como en Odiseo y su amada Penélope.

Para ellos parece que Ezra Pound (también emigrado que sabía lo que decía) escribió el siguiente poema:

Nuestra tristeza es amarga, pero no queremos volver a nuestro país.


En Estico los que se van son Epignomo y Panfilipo. En su casa quedan sus esposas Panegiris (Filomena) y Pánfila, respectivamente, hermanas.  En Estico, igual que Penélope, las esposas luchan cada día porque las cosas no cambien en el hogar para que, al volver los ausentes, encuentren todo como lo dejaron. Cuerpos, muebles e inmuebles. La ausencia s e prolonga tres años.

Antifón, el padre de las esposas las apremia a que vayan pensando en rehacer sus vidas. Probablemente persigue fines pecuniarios con los posibles nuevos yernos. Ellas, empero, se mantienen firmes. Al cabo de ese tiempo los esposos regresan y, efectivamente, traen dinero ganado en el extranjero. Se reúnen los matrimonios y son felices. Ante la noticia del dinero de sus yernos, el suegro entra en calma y llega a olvidarse del asunto. Pero el tratamiento que Plauto da a su obra se caracteriza en que la separación de los matrimonios y su reencuentro parece algo con escasa importancia.

Lo que llena la obra es, como en Faulkner, lo común, lo sin importancia como para que ocupe la primera pagina de los diarios. Son los sirvientes (siervos) y los esclavos, los que con sus diálogos, también sin importancia, llenan la obra.

Y el hambre que siente uno de los personajes, Gelásimo, que ni a esclavo llega y por lo tanto no tiene acceso siquiera  a las sobras de comida que dejan los esclavos, llena varias cuartillas. Gelásimo es libre, pero sin comida. Los otros son esclavos pero tienen comida. Gelásimo es el personaje que inspira escribir sobre la antropología del hambre.

Esta obra, “sin chiste”, tiene todo el chiste que se imaginar pueda. Se escribió antes de la era cristiana y ya encontramos en Gelásimo a la sociedad tal como es en nuestros días de la moderna ciudad industrial. Los empleados de base con todas sus prestaciones contractuales que les da el contrato colectivo de trabajo. Los trabajadores eventuales enmarcados en el outsourcing, sin derechos contractuales y que pueden ser despedidos en cualquier momento. Y, finalmente, el sin empleo, al estilo de Gelásimo, que suspira por un trabajo ya no de base sino tan siquiera como el outsourcing.

Pero tampoco las luchas del proletariado  le quitan el sueño a Plauto.

 Traslada el peso  de los acontecimientos a la última página del libro donde dos sirvientes, Sangarino y Estico, coquetean con la esclava Estefanío.  Reunidos los tres, los hombres hacen su lucha en captar los favores de la esclava. El conflicto termina cuando ella dice, con los dos: “Quiero con ambos, pues a ambos amo.¿ Dónde me tiendo?”














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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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